La vinculación de Javier Gil con Asturias es una cuestión de filosofía personal. El docente, nacido en el valle de Arán y criado académicamente en Castilla, se hizo con la vacante que dejó en la Universidad de Oviedo Amelia Valcárcel hace unos años. «Tenía varias opciones, pero escogí esta región porque el departamento de mi especialidad goza de un prestigio merecido a nivel nacional y porque me parece que es uno de los mejores lugares que existen para vivir», explica este especialista en pensamiento político, ética y bioética. Apasionado de la condición humana, está convencido de que el razonamiento teórico mueve a la sociedad, muchas veces centrada en los aspectos pragmáticos. «No soy ningún idealista, pero creo que las ideas pueden cambiar las cosas. Quizá no lo hagan de una manera inmediata, como la Bolsa, pero sí lo consiguen a largo plazo», sentencia.

La producción investigadora de Gil es la evidencia de un pensador centrado en los aspectos que interesan a la sociedad actual, sin olvidar el cultivo de los clásicos. «Las Humanidades, que actualmente son puestas en entredicho a menudo, son la única especialidad capaz de desarrollar destrezas que generan un espíritu crítico y un sentido robusto de ciudadanía», sostiene el profesor, que actualmente forma parte del grupo Ciencias, Tecnología y Sociedad (CTS) de la Universidad de Oviedo; de otro sobre «utilitarismo» coordinado por docentes de La Coruña; de un tercero sobre estudios americanos, dirigido por colegas de Alcalá, y de un proyecto en el que participan nueve instituciones académicas de otros tantos países para desarrollar plataformas digitales de educación. Por eso, considera que los avances científicos deben desarrollarse en un marco moral. «El afán de perfeccionismo humano es difícil de contener. Estoy convencido de que cualquier cosa que pueda ser investigada, será investigada. Pero es necesario fijar unos límites éticos», comenta. Aunque advierte de que esas fronteras no deben ser el resultado de «una decisión tomada por una élite política, sino propiciada por el debate democrático de una sociedad madura».

En esta línea, el profesor señala que la sociedad occidental camina hacia una profundización de los «derechos individuales», estrechamente ligados a debates de actualidad como la eutanasia o el aborto. «Cada vez se valora más la capacidad de cada uno para decidir autónomamente sobre todo lo que le afecta», indica. Aunque, por otra parte, advierte de un resurgir de la religión en la vida pública de los países protestantes, que históricamente la habían arrinconado en la esfera privada. «La doctrina ilustrada propugnaba la expulsión de este tipo de creencias del debate ciudadano. Pero tras el 11-M se ha producido un resurgir de la religión, encarnada en una especie de teología política, basada en aducir razones de orden religioso para justificar la aplicación de medidas políticas», sostiene.

El profesor de Filosofía Moral también considera que la nefasta coyuntura económica cuenta con un papel importante en el cambio social experimentado desde que empezó el siglo. «En el caso español, esta situación ha propiciado dos fenómenos muy interesantes. Por un lado, se ha producido un déficit de la legitimidad de las instituciones. Y, por otro, la sociedad ha iniciado nuevas formas de cooperación, ha optado por la autoorganización», sostiene, en relación a la proliferación de movimientos que ha propiciado la pérdida de poder adquisitivo de la población. «Hemos pasado de una conciencia social común a una conciencia social fragmentada, con grupos que optan por gestionarse a sí mismos, ante el desapego hacia las clases dirigentes», añade, antes de matizar que «en nuestro país no sólo han fallado los políticos, sino que también han fallado nuestras formas de vida».

Pero Gil advierte de que este incipiente modelo no es aplicable a todos los ámbitos. «La autogestión no es válida para todo. Por ejemplo, es incompatible con estructuras como la Universidad, que se ha convertido en una de las grandes víctimas de esta crisis. España optó por un modelo económico equivocado, despreció la investigación y, ahora, será complicado conseguir la transformación que se nos pide», lamenta. Aun así, mantiene intacta su visión optimista de la condición humana al señalar que «no es imposible darle la vuelta a la situación». «La situación no es fácil, pero la posibilidad de cambiarla existe. Aun así, será necesario abrir un amplio debate para implicar a la sociedad en una dirección común», comenta, dejando claro que los pueblos son dueños de su pasado, pero también de su futuro.