¿A cuántos metros sobre el nivel del mar está la catedral de Oviedo? La pregunta planteada por el profesor de Física aplicada de la Universidad de Oviedo Sergio L. Palacios tiene una rápida respuesta. «A unos cien», contesta la voz de un niño con la seguridad y el aplomo que podrían aportar pocos adultos.

Y como ésas, muchas más. Porque un grupo de pequeños alumnos con alta capacidad intelectual pusieron ayer en más de un aprieto al profesor Palacios, al catedrático de Ingeniería Química, Julio L. Bueno de las Heras e incluso al decano de la Facultad de Químicas, José Manuel Fernández Colinas, durante el taller sobre megacatástrofes y eventos de extinción y contaminación ambiental, que reunió en las aulas a estudiantes de la ESO y de Bachiller, capaces de razonar como alumnos de máster.

La actividad, realizada en colaboración con la Asociación de Padres de Alumnos de Altas Capacidades de Asturias (APADAC), tiene como último objetivo descubrir nuevos científicos e ingenieros entre niños en los que la inteligencia de nivel superior a la media puede ser, de forma paradójica, fuente de fracaso y abandono escolar e incluso de aburrimiento en el colegio.

Tanto el profesor Bueno como sus colegas José R. Álvarez y Susana Luque, así como Fernández Colinas, ponen de relieve que los niños, antaño llamados «superdotados», se enfrentan a problemas y retos para los que a menudo el sistema educativo no tiene respuesta. Lo corrobora María Jesús Vega, presidenta de APADAC y madre de un niño, Javier Morán Vega, que estudia primero de la ESO en el IES Leopoldo Alas Clarín de Oviedo. Precisamente Javier Morán Vega era ayer uno de los atentos asistentes al taller. «Muy interesante», en su opinión, al menos bastante más que las clases del Instituto en las que confiesa aburrirse a menudo. Las 220 familias asociadas a APADAC se enfrentan cada día a la necesidad de dar a sus hijos un complemento a la educación reglada, para lo que la Administración española no presta demasiados apoyos. «Desde las familias tratamos de ofrecerles lo mejor que podemos, según lo que ellos nos demandan», señala María Jesús Vega. La motivación es importante para potenciar esas altas capacidades que suelen descubrirse entre los 2 y 3 años. «Son niños que empiezan a hablar muy pronto e incluso aprenden a leer de forma autodidacta», explica Vega. Fue más o menos el caso de Enol Álvarez Rodríguez, de 13 años, alumno de primero de ESO en el Colegio Loyola de Oviedo. «Me gustan las Ciencias Sociales, Naturales, Matemáticas y la Música», explica. Asegura que muchos de sus compañeros desconocen sus características intelectuales. «Lo llevo con total normalidad», comenta. Su padre, José Manuel Álvarez, explica que se dieron cuenta de que el niño era especialmente inteligente, porque «notábamos que aprendía muy rápido». Ayer los pequeños demostraron que agilidad mental les sobra.