Admitiendo la broma, el cartel tiene su guasa. Se encuentra nada más llegar, antes de la última curva que lleva directamente a la Ciudad de Vacaciones de Perlora, en Candás. Al panel, que indica "ciudad residencial", alguien le añadió un "lo que queda de la" a rotulador negro, de manera que el conductor lee un cómico "lo que queda de la ciudad residencial", un mensaje ajustado a lo que se va a encontrar.

Y lo que queda son chalets en ruinas, calles llenas de hojas, establecimientos cerrados, casas empolvadas y ladrillos a la vista... Un complejo sin oxígeno en plena naturaleza, una ciudad situada a la vera del mar que no sirve para vivir, pero que, por lo que se ve, es ideal para pasear, para sacar a la mascota, para ir a pescar o para andar en bicicleta, porque sus calles no están desiertas y eso que hace frío y ya es diciembre. También está Imelda Rodríguez, una asturiana de Valladolid, la única vecina de todo el complejo. Tiene 65 años y lleva allí desde la adolescencia. Llegó para trabajar en pleno apogeo turístico, le ofrecieron una casa en propiedad y se quedó. "Hasta hace unos años esto estaba genial, era la bomba. Ahora ya se ve", explica con mirada nostálgica.

Sucede que hace tiempo que esta mujer no se despierta con el silencio habitual desde que, en 2006, este complejo dejara de funcionar. Ahora suenan las grúas, las máquinas que podan árboles y las excavadoras que perforan el suelo. Y hay más vallas del Principado de lo normal. Y sucede porque el Gobierno regional está trabajando en adecentar el complejo para convertirlo en un espacio más transitable, visto el tirón que tiene en verano y también en invierno, que no es tanto, pero es. El Gobierno regional está llevando a cabo labores básicas: podando o talando los árboles viejos, arreglando los columpios, asfaltando las calles más dañadas y excavando el suelo para mejorar el servicio del agua. También arreglará la pista de tenis, mejorará la señalización y derruirá los chalets en ruinas. Una especie de lavado de cara barato que no pretende el reflote turístico alguna vez prometido, sino una mejora del espacio para potenciar las actividades de ocio.

Puede ser que la decisión de acometer este tipo de pequeñas obras se haya precipitado después del derrumbe el pasado mes de agosto del tejado de un chiringuito. Puede que no. El caso es que a Imelda Rodríguez le gusta la idea: "No es la mejor salida, pero es una buena manera de sacarle partida a estas ruinas". Y como a ella, viandantes habituales como los candasinos Pedro Sánchez y Fernando Amaro, ambos jubilados. "Es importante que quiten lo que está cayendo y, si es para mejorarlo, bienvenido sea", dice el primero, que suele ir a caminar dos veces al día, una por la mañana y otra por la tarde. "Aquí viene mucha gente y es normal que lo quieran adecentar porque es un espacio muy aprovechable", interviene su compañero, que le acompaña en su paseo.

De momento, mientras los operarios del peto fosforito completan su trabajo, que parece ir a toda velocidad, la ciudad sigue siendo un abrumador esqueleto que, de primeras, impresiona. Especialmente por los restos visibles de lo que fue. Valga una frase inscrita en el cartel con el mapa que recibe a los visitantes: "Está usted en un recinto de gran belleza, por favor cuídelo y respete las normas para su uso y disfrute". Nadie niega que sea bello, pero seguramente lo sería más si no estuviera tan oxidado, tan descuidado, tan dejado. Del minigolf sólo quedan las banderillas y las pistas de petanca bien podrían servir para el pasto de las vacas. El césped crece sin control hacia donde le da la gana y resulta imposible apartar la sensación general de abandono.

Hay varias excepciones, como el apetitoso y cuidadísimo manto verde del hermoso campo de fútbol. Basta con creer a los operarios. Al parecer, la zona infantil recuperará su esencia, habrá agua, se harán mesas próximas a la playa para el picnic, se podrá jugar al tenis, al futbito y al baloncesto. Es más, ya se ha autorizado la celebración de una importante prueba de cross. Un gran parque en una zona privilegiada. Del aparcamiento, por su parte, todavía no se ha decidido nada, que se sepa. Los que frecuentan la zona, de Candás y alrededores casi todos, reclaman que sea de cobro, porque en verano "hay unas aglomeraciones tremendas". "Es la única manera de rentabilizar un poco todo esto, tal y como está ahora mismo", insiste Pedro Sánchez. "Habrá que esperar hasta verano, probablemente", añade.

Y mientras Perlora aspira a ser un parque más o menos decente, la memoria se va al tiempo en que esta Ciudad de Vacaciones era el mayor referente turístico de Asturias. Aquella ciudad sindical construida en 1954 para dar vacaciones a trabajadores de distintas empresas. Aquella época en que los más de 2.000 veraneantes que llegaban por turno daban empleo a decenas de trabajadores y riqueza a la región. Todo empezó a desaparecer con el derribo, en 2005, de la principal residencia; y terminó de cerrarse en 2006 con el cese general de explotación dependiente del Principado. "Cerraron porque les dio la gana. Imagino que porque ya no era tan rentable", cuenta Rodríguez. "Estábamos hasta arriba de trabajo. Esto abría durante todo el año y siempre había gente", añade. "Antes tenía muchísima vida. Imagine todas estas casas llenas", agrega Mari Carmen Díaz, otra vecina de Candás.

Durante sus años mozos, en la segunda mitad del siglo pasado, la Ciudad de Vacaciones de Perlora acogía a veraneantes durante el estío por turnos y los fines de semana, entre octubre y julio. El precio por residente, con desayuno, comida y cena (además de merienda para los niños) era de 15 pesetas. Había cerca de 300 chalets cuyo precio, en 1956, estaba fijado en unas 55.000 pesetas. "Aquí se estaba fenomenal. Era gente principalmente de zonas del resto de España que venían a estar en la playa. Y aquí lo tenían casi todo: bares, comercios, playa, campo...", recuerda Mari Carmen Díaz.

Su decadencia se aceleró con la entrada del nuevo milenio. Tras el cierre en 2007 hubo varios proyectos fallidos de reflotar el complejo. Desde una sucursal de una Universidad China hasta el intento de un grupo de empresarios locales con intención de alquilar las villas. Nada de eso terminó de concretarse.

Ahora la nueva aspiración de Perlora es ser vestirse de parque de ocio y que le quede bien. Que se disimule su sensación de abandono por mucho que hoy, avanzado el otoño, las hojas amarillas caídas de los árboles vayan a juego con el color de los chalets.