Estos días los estudiantes de la Universidad de Oviedo andan revueltos porque las autoridades académicas han decidido cerrar una de las instalaciones de la Biblioteca Universitaria en el campus de Gijón. Los estudiantes han reaccionado ante lo que, aparentemente, es una concentración de medios bibliográficos en otra instalación cercana y la incapacidad de la administración universitaria para sustituir a un miembro del personal de la biblioteca que se jubila. El servicio de biblioteca de la Universidad es uno de los más emblemáticos para cualquier estudiante, lo que puede explicar la reacción estudiantil, particularmente si se tiene en cuenta la precipitación del Gobierno universitario al imponer una decisión en la que ha primado la política de recortes. Pero las claves generales del conflicto están en el contexto. Basta mirar la convocatoria de asamblea de los estudiantes para el día 26 de febrero. En ella se dibuja un iceberg en el que en la parte emergida se escribe "sin bibliotecas..." pero en la parte sumergida se puede leer: "enseñanza precaria y docentes explotados; sin beca, sin renovación del material, sin futuro laboral, sin calefacción, sin recursos para la investigación", y así hasta una docena de condiciones que definen el medio hostil en que ha convertido la Universidad. Es decir, el asunto de la biblioteca de Viesques no es más que la primera espita que ha saltado ante la tremenda presión a que está sometida la institución. Y no sería extraño que en un futuro cercano saltasen otras que alteren la vida académica y científica. La biblioteca de la Universidad de Oviedo representa en sí misma un problema sobre el que no cabe improvisar. Debido a la dispersión geográfica de nuestra Universidad, la Biblioteca Universitaria está repartida en unas quince sedes principales (más algunas pequeñas instalaciones situadas en algún departamento) y en su administración y cuidado se emplean más de 100 personas. Por ello, las soluciones que se arbitren deberían ser estudiadas con cuidado, acordadas con los afectados, y enmarcarse en el proyecto estratégico a que aludiré más adelante.

No basta decir, como repite una y otra vez el equipo de gobierno universitario, que "nuestra situación actual es muy preocupante" o que los recortes "ponen en riesgo nuestra viabilidad como servicio público", para después aplicarse a la tarea de recortar. Cierto es que, cumplido ya febrero, y dada la confluencia astral de la prórroga presupuestaria del Principado de Asturias, la Universidad de Oviedo se encuentra sin presupuesto aprobado para 2014, aun después de asumir que cuando lo haya se contará con 4 o 5 millones de euros menos que el año pasado (y no debemos olvidar que el presupuesto de 2013 significó una reducción cercana al 10% del presupuesto global de la Universidad respecto al de años anteriores y que el presupuesto ordinario de departamentos y centros fue cercenado hasta un nivel cercano al 30% respecto a 2007). Pero también es cierto que siempre se pueden aportar alternativas y que en este escenario de restricciones el mejor camino es la búsqueda de acuerdos y la implementación de actuaciones consensuadas, lo que no ha ocurrido en el caso que mantiene en conflicto la vida universitaria estas semanas. Por eso, en este polémico contexto parece una broma que se haya querido hacer un problema del asunto de las llamadas "telechuletas". Que un problema que cualquier profesor con autoridad puede resolver en minutos se presente como institucional más bien parece una maniobra de distracción o, alternativamente, una puesta en escena.

En mi intervención ante el claustro el día 18 de diciembre pasado planteé que la Universidad de Oviedo "simplemente no puede seguir como está", y pedí al señor rector que fuera proactivo para que las cosas cambiaran. La Universidad en general, y la de Oviedo en particular, está inmersa en una triple crisis (económica, institucional y de valores) que la tiene gripada y, en consecuencia, cada día se hace más necesario plantear un proyecto estratégico a la sociedad asturiana, a las instituciones locales y regionales y a la propia comunidad universitaria para que nuestra Universidad pueda servir mejor a la modernización y al progreso de Asturias.

Probablemente, los problemas concretos a los que se ha hecho referencia más arriba se pueden identificar como causados por la crisis económica exclusivamente. Pero no es así. Las otras dos crisis están entremezcladas con la económica, y esto hace más difícil el diagnóstico. Este mismo periódico en su editorial del día 2 de febrero pasado se hacía eco de todo el asunto y sentenciaba que "el problema es el modelo de Universidad, no el envejecimiento", en respuesta a un informe del Vicerrectorado de Profesorado y Ordenación Académica que constataba la alta edad media (53 años) de la plantilla de profesores funcionarios de la Universidad de Oviedo. Es de agradecer, en cualquier caso, que LA NUEVA ESPAÑA haya editorializado un problema de tanta importancia estratégica para la región como es el futuro de su Universidad.

En el editorial se comentaba que "la ausencia de movilidad, la carencia de incentivos y la falta de controles de exigencia generan los clanes, la endogamia, la burocracia, la desmotivación y todos los males que mantienen postrada la enseñanza de máximo rango", para terminar recomendando que "la obligatoriedad de hacer más con menos exige soltar lastre, reorganizar titulaciones, renovar el perfil de las cátedras, eliminar el corporativismo, racionalizar y flexibilizar la institución, extinguir las capillitas y atraer a las élites". Es decir, toda una descripción de los síntomas de una crisis institucional y una relación de algunas de las terapias que, a juicio del periódico, hay que emprender.

Comparto el espíritu constructivo del diagnóstico y las propuestas que se plantean, aunque, en mi opinión, se haya descrito una situación que admite matices, pues, por ejemplo, en el momento actual sí hay algunos incentivos, sí hay controles de exigencia, y la generación de clanes, al menos en las disciplinas más internacionalizadas, se ha visto reducida. Y comparto también en esencia las medidas de las que se habla. El mismo periódico se pregunta: "En el caso de la educación, ¿acumular experiencia puede considerarse un inconveniente o una ventaja para transmitir saber al alumno?". A mí no me cabe duda de que no se puede desaprovechar la experiencia. Y se debe hacer en la misma medida que no se puede desaprovechar el caudal de nuevos recursos humanos en cuya formación se han invertido gran cantidad de tiempo y recursos materiales. Sólo hay que exigir que en ambos casos se cumpla con las tareas que de cada uno se espera. Respecto a la funcionarización de las plantillas docentes e investigadoras, no hay nada nuevo bajo el sol. En ninguna de las "excelentes" instituciones europeas o americanas los profesores senior están al albur de una renovación de contratos. Eso sí, todos han pasado por el llamado "tenure track", en el que se los contrata y durante varios periodos (generalmente quinquenales) se los evalúa en su rendimiento científico y académico para, una vez superados, garantizarles el puesto. Aun así, una vez garantizado el puesto saben que el que se duerma verá drásticamente reducido su salario, pues buena parte de éste depende de los recursos de investigación que consiga reclutar para su institución.

La crisis institucional también se pone de manifiesto en la consideración que las autoridades tienen de la Universidad. Con más frecuencia de la deseada algunos de nuestros dirigentes políticos piensan que la Universidad gasta demasiado y es altamente ineficiente. A propósito, cabe aquí parafrasear al profesor Dan Levy, de la Kennedy School of Government de Harvard University, quien espetó a un plantel que estaba considerando la adjudicación de fondos a programas educativos aquello de: "Si usted piensa que la educación es cara..., imagínese cómo de cara es la ignorancia". La Universidad puede ser cara, pero si no funciona la Universidad, ¿quién formará a nuestros médicos, ingenieros, filólogos, químicos, historiadores, etcétera? ¿Y dónde se podrá formar el personal de altísima cualificación que tiene que ejecutar los procedimientos sofisticados que implica el desarrollo de la sanidad, los procesos industriales, el cuidado del medio ambiente y la misma Administración moderna? Por ello, creo que es absolutamente necesario abrir un gran debate regional entre la propia comunidad académica, la sociedad asturiana y las instituciones regionales con objeto de elaborar un plan estratégico de hacia dónde se quiere ir y cuántos recursos materiales y humanos estamos dispuestos a poner en ello. Asumiendo, naturalmente, un estándar medio europeo de calidad y sin pomposas etiquetas de "excelencia internacional", a la que sólo se puede llegar después de una larga travesía en la que se mantenga ese estándar medio.

El debate estratégico que planteo no debería tener demora, dada la urgencia de la situación, que parte de una Universidad que ha crecido mucho con la democracia en espacios, centros, sedes, departamentos, etcétera, pero que ahora tiene que pensar en crecer no ya cuantitativamente, sino cualitativamente, aportando calidad y compromiso con la comunidad que la sostiene: una sociedad industrial y madura, con mucho tejido empresarial que hay que vincular y con una población envejecida que tiene mucho que aprender y que enseñar.

Respecto a la crisis de valores, que se imbrica directamente en la crisis de valores de nuestra sociedad, y que yo visualizo en el alto nivel de desmotivación de los estudiantes y, sobre todo, de los profesores universitarios, supongo que no hay recetas mágicas (como para casi nada) para atajarla. Sólo se me ocurre que sin prisas pero sin pararse hay que ponerse a reivindicar en voz alta el valor de la cultura, el valor del conocimiento y el valor de nuestra historia institucional para que universitarios, docentes y discentes, y la sociedad en general sean conscientes de que hemos recorrido un largo camino histórico que ha sido fundamental para la construcción de una Asturias mejor, y que aunque hay mucho camino por recorrer la parte que hemos hecho no podemos tirarla por la borda. El camino hacia la ignorancia siempre será, a la postre, mucho más dificultoso.

Este nada más y nada menos es el gran reto que tiene por delante la Universidad, y nuestra Universidad en particular.