Hace poco leí una frase en un "tuit" que decía: "Tropezar no es malo, encariñarse con la piedra, sí". Yo no sé si la de Elena Valenciano, candidata por el PSOE a las europeas, es la misma piedra o son varias, y tampoco sé si les está cogiendo cariño, pero, sin duda, tropezar tropieza desde el mismo momento en que la designaron, y, tal como van las cosas, todavía puede repetir.

La primera piedra fue la ausencia de candidato del PP. Porque, si malo era para la candidata socialista no tener un contrincante al que atacar en los mítines, peor fue que al no haber otro candidato sobre el que hablar la atención de los medios no se desviaba, y hubo mucho tiempo para enfocarla a ella, conocerla y recordar su trayectoria de ausencias cuando fue eurodiputada y no asistía a sus obligaciones todo lo que debiera. Tiempo para tomar nota de los temas en los que insistía, muy alejados de la necesidad imperiosa del ciudadano, que lo que necesita son soluciones para que la economía tire. Las ocurrencias de las que tiraba -a falta de un buen fondo argumental- como aquello de una Europa "a la andaluza" -un ejemplo aún vivo de cómo desgobiernan a conciencia- o la evitación vergonzante de aquel mitin en Cataluña abrazada a la señera y a la europea, pero no a la bandera española... no vaya a ser...

Luego -tanto exigirle al PP un candidato- llegó el segundo tropezón. Arias Cañete. Una auténtica roca contra la que dejó destrozada, no ya la punta de su zapato, sino de todo el "Zapatero". Sólo había que ver las imágenes de Elena sentada en su escaño, su cara de desolación era más que elocuente. No era para menos. El candidato del PP se conoce Europa, está muy reconocido en ella. De hecho, ha contribuido a lo largo de sus dos etapas de ministro de Agricultura a consolidar el lugar que España ocupa en ella -el mismo que los correligionarios de la señora Valenciano se encargaron de dejar por los suelos-. De hecho, Arias Cañete acaba de negociar la nueva PAC trayendo para nuestro país un gran acuerdo que nos beneficia. Con él se acabó la parte de la campaña en que el PSOE podía hablar de todo menos de economía, pesca, agricultura, ganadería, silvicultura, medio ambiente, energía, empresas, empleo... etcétera.

Llega la tercera piedra, ésta ya en formato socialista meramente -aquí nada tuvo que ver el Partido Popular-, y poco podía hacer la candidata Valenciano, salvo tropezar. El Gobierno francés, socialista de arriba abajo, empezó a anunciar recortes, de tal suerte y manera que sin decirlo avalaba con cada gesto y cada declaración la idoneidad de las reformas españolas. Cosas que pasan cuando los gobiernos hacen lo que tienen que hacer y no sólo lo que "gusta".

La cuarta piedra llegó vía Twitter. Y aunque parezca que al revestir forma de "tuit" -por ser una frase reducida a 140 caracteres- debería ser una piedra pequeña, en realidad fue un auténtico peñasco precipitado desde las alturas, que me recordó a aquellos que aplastaban al Correcaminos cuando yo era pequeña: el candidato socialista europeo, Martin Schulz, elogió al Gobierno de Rajoy. Y no le dijo cualquier cosa, no... porque podía haber dicho: "Qué bonita que es Asturias cuando luce el sol" o "La lluvia en Sevilla es una pura maravilla" -cosas ambas que sabemos todos-, sino que felicitaba "al Gobierno y al pueblo español por concluir el programa tras dieciocho meses" y animaba "a España a seguir con las reformas y a atajar el paro". Se dice pronto. No, no tengo foto de la cara que se les quedó a Valenciano y a Rubalcaba. Aunque puedo perfectamente imaginar que la de Zapatero, ese peor presidente imposible que este país pueda tener en su historia, habrá sido esa sonrisa a medio camino entre "cuánto me quiero" y "no me entero de nada, pero soy muy feliz" a que nos tiene acostumbrados.

Pero, en definitiva y en lo que respecta a piedras y tropiezos, la verdad es que a mí no me importa si Valenciano se encariña con la suya o no. A mí lo que me importa, me inquieta y me mueve es que los españoles permitan con su abstención o con sus votos en las europeas que toda España tropiece de nuevo con el pedrusco socialista de la incapacidad para gobernar, para verlas venir y para verlas marchar. Que el voto, como el cariño, hay que entregarlo a quien lo merece, a quien hace lo que sabemos que debe hacer, y que las piedras ni hay que lanzarlas, ni hay que apartarlas fingiendo que no existen. Hay que dárselas a quien con ellas sabe construir algo sólido y duradero, que para eso son, y no para tropezar y mucho menos para encariñarse.