El problema no es la sobreabundancia de abejas, sino exactamente el opuesto. Hay pocas, cada vez menos, y eso configura un contratiempo universal por lo que tiene de freno para la polinización y lo mucho que ésta trabaja por la garantía de la biodiversidad del planeta. Con la población apícola en retroceso, la proliferación de secuelas de ataques de abejas y avispas -un muerto y ocho heridos sólo esta semana en Asturias, sumando los cinco lesionados del pasado viernes a la cadena de incidentes de los días precedentes- hace pensar en el resultado de una mezcla de circunstancias, unas propias de los animales, las otras de las personas, en la que el ciclo vital de estos insectos y el incremento de su actividad en verano converge con la desgracia de una patología previa invisible capaz de hacer que unas pocas picaduras puedan llegar a ser mortales. Eso sólo pasará, no obstante, si además concurre una "especial hipersensibilidad personal" del paciente al veneno. Únicamente en ese caso, precisan varios especialistas en zoología y medicina, el picotazo puede desembocar en un cuadro grave de fuerte reacción alérgica que eventualmente desencadena consecuencias fatales si no se administra de inmediato la medicación adecuada.

Es eso lo que biólogos y médicos, con todas las reservas del diagnóstico a distancia, conjeturan que pudo haber sucedido el pasado miércoles en las inmediaciones de la playa de Rodiles, en Villaviciosa, cuando unas pocas picaduras de abeja o avispa causaron la muerte de un hombre mientras desbrozaba un matorral y heridas a su acompañante. La diferencia entre los efectos de un ataque con y sin reacción alérgica queda al descubierto en la comparación de dos de los principales casos de esta semana. El fallecido en Rodiles recibió sólo tres o cuatro picotazos; en cambio, los propietarios de los dos caballos muertos como consecuencia de un ataque de abejas el viernes en Orlé (Caso) recibieron aproximadamente un centenar de aguijonazos, pero ni siquiera hubieron de ser hospitalizados.

El verano es temporada alta también para las abejas y en esa explicación confluyen los zoólogos, los médicos que atienden con frecuencia en esta época cuadros mayoritariamente leves por picaduras y algún apicultor habituado al trato frecuente con estos animales. "La actividad de los insectos depende en buena medida de la temperatura ambiental", explica Carlos Nores, profesor de Zoología en la Universidad de Oviedo, "y en verano las abejas están más activas". Pasa de modo cíclico en todos los estíos y hay algún año, sigue Nores, en el que "las condiciones meteorológicas hacen que aparezcan más avispones de lo normal y la gente se alarma, pero eso suele suceder al final de la estación", pero todavía no es el caso. "No sé si es casual que se hayan concentrado incidentes de este tipo en unos pocos días, también puede que se haya desatado una especial sensibilidad social a raíz del suceso fatal de Rodiles", explica. Sólo si se añade la mala fortuna de la hipersensibilidad alérgica, muchas veces desconocida para el propio afectado, puede ocurrir una "reacción patológica del cuerpo, no de la abeja", que lleva la picadura al desenlace trágico, precisa.

Desde la consulta asiente Manuel Fernández Barrial, vicepresidente en Asturias de la Sociedad Española de Médicos de Atención Primaria, habituado como está al diagnóstico veraniego de "cuadros leves de reacciones locales" por picaduras cuya frecuencia va decayendo a medida que llega el frío. El problema pasa de mínimo a grave en personas "que tienen una sensibilidad especial al veneno del insecto", abunda, y sobre todo cuando no lo saben. Quienes tienen conciencia de una posible reacción alérgica, y le pasa a alguno de sus pacientes, "suelen llevar sus medicamentos preparados cuando salen al monte, por ejemplo". Y no sólo antihistamínicos y corticoides, indicados en casos de reacción no demasiado fuerte, también ampollas de adrenalina aplicables mediante inyección subcutánea y más eficaces para aplacar situaciones de mayor riesgo. "Los cuadros de hipersensibilidad aguda", precisa Barrial, "necesitan medicamentos que actúen más rápido, sobre todo si se está lejos de un centro sanitario".

Las abejas, eso sí, sólo atacan si consciente o inconscientemente "se las molesta". Habla José Manuel Alonso, presidente de la Asociación Gijonesa de Apicultura, que detecta "mucha leyenda detrás de la agresividad" de estos insectos y asume que en primavera y verano "enjambran, están en plena actividad, mientras que en invierno permanecen quietas, manteniendo el calor para sus crías". Pero no son "ni mas ni menos agresivas que otros años" y sus ataques únicamente pueden ser valorados como "hechos puntuales" conectados en algún caso, desde su punto de vista, por alguien que sin pretenderlo irrumpe en una zona donde están los animales, pisando un avispero o rozando una colmena, y hace que los insectos defiendan su territorio. "Por eso nosotros vamos cubiertos cuando nos acercamos a ellas, no porque sean agresivas, sino porque estamos en su ambiente", precisa. "Aquí no hay abejas africanas, o africanizadas", la especie más peligrosa del planeta, y además "la gente tiende a confundir la abeja con la avispa, que suele ser más agresiva. La avispa, a diferencia de la abeja, también come otros insectos, necesita morder para conseguir proteínas".