Álvaro del Portillo Diez de Sollano (Madrid, 1914-Roma,1994) prelado del Opus Dei durante 19 años, como primer sucesor del fundador, Josemaría Escrivá de Balaguer, encontró en Asturias la llamada de Dios para forjar la beatitud que será reconocida el próximo 27 de septiembre en Madrid, con su elevación a los altares.

Para glosar su figura, el Auditorio Príncipe Felipe de Oviedo acoge a partir del próximo martes 29 de julio, y hasta el 12 de agosto, la exposición itinerante "Un santo en datos", que se inaugurará con una mesa redonda en la que se dará el testimonio de la curación, atribuida al futuro beato, de la niña asturiana Lucía Rodríguez. En el acto intervendrán Yolanda Cagigas, directora del Archivo de la Biblioteca de la Universidad de Navarra y comisaria de la muestra, el abogado Pablo García Vallaure y Nuria Rodríguez, la madre de la pequeña, que ahora tiene nueve años.

Tanto ella como su marido, el ovetense Santiago Rodríguez, guardan agradecimiento eterno a Álvaro del Portillo, a cuya intercesión atribuyen la curación de Lucía, su hija mayor, que con mes y medio, ingresada en el hospital de Santiago de Compostela, tras entrar en estado convulsivo, salió de un coma inducido sin ningún tipo de secuela.

El posible milagro se encuentra en fase de estudio. "Los médicos nos dijeron que las consecuencias podían ser imprevisibles, cuando vieron que la niña reaccionaba con normalidad apenas se lo creían", señala. "En la capilla cogí todas las estampas que vi, no sabía quién era Álvaro del Portillo, pero esa estampa la coloqué en la cartera al lado de la foto de mi hija", asegura, plenamente convencida de que fue él quien obró la recuperación.

Es un nexo más de unión con Asturias del cura madrileño, tercero de ocho hermanos, ingeniero de Caminos y doctor en Filosofía y Derecho Canónico, ordenado sacerdote en 1944, que ya veraneaba de joven en La Isla (Colunga). En el verano de 1933 o 1934 se disponía a dar un paseo en motora con unos amigos cuando uno de sus hermanos, se encontró mal y declinó embarcar. Se quedó con él. Una terrible galerna hizo naufragar la lancha, en la que sólo se salvó un tripulante. Del Portillo regresó a Madrid convencido de que si Dios le había librado de una muerte probable, le dedicaría su vida.

En 1935 pidió la admisión en el Opus Dei, atraído por el principio de la santificación del trabajo diario. Con el paso del tiempo, el obispo no se olvidó de Asturias y la mayor parte de los años que permaneció al frente del Opus Dei acudió puntual a su descanso estival en la finca gijonesa de Solavieya, (Granda), donde la organización de la Iglesia Católica, con rango de prelatura, imparte actividades de formación.

Una placa colocada en la ermita de la casa tras su fallecimiento, recoge que aquellos eran días de "oración, trabajo y descanso". Y es que desde esta morada gijonesa Álvaro del Portillo alentó las tareas apostólicas de la Obra e impulsó la causa de canonización del San Josemaría Escrivá de Balaguer, con el que trabajó codo con codo hasta la muerte del primero, en 1975. Ni siquiera los miembros de la Obra en Asturias estaban al corriente de aquellas tres semanas que el Padre -así se dirigen a él los integrantes del Opus Dei- pasaba en el Principado. En un encuentro con fieles y simpatizantes celebrado en 1977 en el colegio Los Robles confesaba que de joven le sonaba irreverente referirse a la Virgen de Covadonga como "la Santina". Lo entendió en la visita que realizó a Covadonga en 1977, acompañado entre otros, por los ya fallecidos Luis Adaro y el sacerdote Florencio Sánchez-Bella, que fue vicario regional del Opus Dei en España. "Se dio cuenta de que era el cariño de unos hijos que llaman a su madre, como él, de pequeño, le decía a la suya, mamasita, que era mexicana", explica un portavoz del Opus Dei.

En 1988 se reunió con integrantes del Opus Dei en el antiguo club juvenil Montealegre, de la calle Prado Picón de Oviedo y a lo largo de los años protagonizó muchas anécdotas como las vividas por Mercedes Iglesias, ex jefa de Relaciones Humanas del Centro Médico, convencida también de que su familia le debe dos grandes favores a la intercesión del futuro beato. Le conoció en 1990 cuando visitaba al actual prelado, Javier Echevarría, convaleciente de un infarto sufrido en Solavieya. "Se preocupaba por los enfermos, preguntaba incluso si yo me ocupaba de que las enfermeras que hacían el turno de noche durmiesen sus ocho horas, era cariñoso y humano", afirma Iglesias. "Don Javier estaba muy grave, pero él nos transmitía mucha paz, me sorprendió su sencillez y humildad". Iglesias se sentía tan cómoda que un día, en el que él le dijo "tu eres una asturianina", ella respondió "No, Padre, soy una asturianona. Él insistió en lo de asturianina y no le llevé la contraria", cuenta con buen humor.

Hasta en los peajes del Huerna dejó su huella aquel ingeniero que tomó los hábitos. Adolfo Rovira, desde el centro de control entre Campomanes y La Magdalena, y su gran amigo Ricardo Sevillano, jefe del puesto de Campomanes, esperaban el coche del prelado en sus entradas y salidas de la región. "Puedo decir que he conocido y abrazado a un santo en vida", afirma con orgullo. Un verano, a finales de los ochenta, Sevillano le avisó de que el automóvil, con rumbo a Madrid, acababa de pasar. "Enfilé hacia La Magdalena, donde había cola para pagar, metí la cabeza por la ventanilla y él me cogió la cabeza. Le dije, soy del Opus Dei, bendígame". Del Portillo, que iba rezando el rosario, le dio un mensaje para su mujer y Arancha, una de sus hijas, miembro de la obra. "Para mi esposa me dijo que fuese muy fiel, y a mi hija le recomendó ser muy muy fiel".

La periodista Carmen Casal, que le trató en la Universidad de Navarra, recalca su amor por Asturias. "Contaba hasta los tonos de verde que veía", asegura.