Antártida. Un nombre que evoca una superficie blanca, silenciosa y cubierta de hielos sempiternos. Esto es cierto, pero sólo en parte. Hay una pequeña área -un 0,4 % del continente- donde no alcanza el agua helada. A 120 kilómetros de la costa continental, en la Península Byers de la isla Livingston, el geógrafo y profesor de la Universidad de Oviedo Jesús Ruiz investiga cómo era el clima allí hace miles de años, y obtiene pistas sobre cómo están evolucionando las temperaturas actuales, en un proyecto de investigación más amplio conocido como "Cambio ambiental en la Antártida marítima en el Holoceno" (época que comenzó hace casi 12.000 años, después de la última glaciación), por sus siglas en inglés "Holoantar".

Dentro de un grupo de científicos dirigidos por el portugués Marc Oliva, Ruiz ha permanecido este verano primero en un campamento provisional en la península de Punta Elefante junto a unos arqueólogos brasileños primeros, y en Byers después. "Allí hay iglúes de fibra de vidrio que puso España, pero no se considera una base científica permanente", precisa este investigador cabraliego.

Dentro del proyecto científico, la labor del docente asturiano se proyecta en dos direcciones: una hacia el pasado y otra hacia el presente. La primera consiste en reconstruir el clima en la Antártida a través de sondeos en lagos. Así describe el método que emplea: "Se saca una columna de sedimento, donde quedan registrados todos los eventos ocurridos, depositados en capitas horizontales. Si son onduladas, es que ha pasado algo raro y lo investigamos. Cuando hay un cambio de grosor de los materiales, se coge una muestra y se data". Así, explica, conocen qué fenómenos geológicos sucedieron y cuándo lo hicieron.

Esta pesquisa, de acuerdo con el profesor, "se complementa con la parte de lo que pasa ahora mismo, los procesos dinámicos en el relieve. Los movimientos en masa, lo que aquí llamamos argayos, son muy habituales". Esta parte del estudio es la más vistosa. Cuando existe hielo en el suelo, los materiales de distinto espesor, tanto los gruesos como los finos, se ordenan solos. Surgen así formas poligonales, círculos de piedra y "glaciares rocosos".

Para escudriñar la meteorología de nuestros días, Ruiz emplea el "permafrost" (hielo que, excepto en sus capas muy superficiales, nunca se derrite), ya que "es un indicador muy bueno del cambio climático". El geógrafo estudia los procesos de cambio "con inestabilidades", de materiales que están congelados, pero cuya parte superior se funde en verano, generando movimientos en masa y transformando las áreas de tierra que aparecen bajo el hielo. Por ejemplo, el glaciar Kotch, que se ha ido retirando en los últimos 50 años, ha dejado al descubierto el 17 % de Punta Elefante.

Ruiz informa de que los glaciares están retrocediendo a un "ritmo importante", mientras el "permafrost" solo se derrite en la superficie. "Sin embargo, paradójicamente, el centro de la Antártida se está enfriando". Preguntado por la responsabilidad de las personas sobre el calentamiento global, el geógrafo matiza que es muy difícil de precisar. "Con el cambio climático hay que ser muy cauto, siempre ha existido. A escalas humanas muchas cosas son imperceptibles", responde.

Vivir en la Isla de Livingston es "un poco durillo", señala Ruiz. Hay que contar con el equipo y la ropa adecuados. Las tiendas de campaña deben soportar condiciones extremas: en verano las temperaturas apenas sobrepasan los 0º C durante el día. Lo normal es que el mercurio permanezca bajo cero y que llueva, "aunque alguna vez nos nevó", rememora el investigador. Por la noche, el frío se apodera muy rápido de sus visitantes, aunque Ruiz vivió una noche polar de 3 horas (aproximadamente de 23:00 a 3:00 horas) en la que la oscuridad no llega a ser total. Es entonces cuando la Antártida suena. "El aire siempre es fuerte y la fauna ruidosa. Los primeros días choca para dormir, pero los animales no hacen nada y te acostumbras", declara.

El día empezaba las 8 en Punta Elefante, y Ruiz se ponía directamente en pie. Había dos tiendas, una con sala común y otra de almacén y WC, pero sin ducha. "En 15 días me duché una vez, allí es un problema. Para la higiene te llevas unas toallitas húmedas. Como la temperatura es muy baja, no hay olores ofensivos", confiesa, divertido. "Los animales marinos sí huelen fuerte, pero sólo si te acercas mucho", lo cual está prohibido, añade. Además, los desechos humanos deben ser destruidos o quemados lejos de allí: "Ningún residuo humano se puede quedar en Byers".

Eran nueve científicos, y a diario se turnaban para que dos cocinasen para el resto. Cargaban el almuerzo en la mochila y se pasaban toda la jornada fuera, unos investigando y otros desplegando instrumental. Hacia las 21:30 horas volvían al refugio para cenar, charlar un poco y pasar a los ordenadores los resultados obtenidos.

Ruiz se unió a la investigación (financiada con 120.000 euros por la Fundación Ciencia y Tecnología de Portugal) a raíz de una estancia el año pasado en la Universidad de Lisboa, donde conoció al grupo que la lideraba. La relación entre ambos continuó, y ahora indagan con él sobre los Picos de Europa y han diseñado un proyecto para hacerlo en otros parques nacionales de España.

Este es el segundo año del proyecto Holoantar, después de que el primero se hicieran sondeos, cuyas mediciones se están investigando ahora. Los científicos esperan obtener resultados, a medio plazo, y Ruiz ansía formar parte del equipo de nuevo. El año que viene planea recoger el instrumental que acaba de dejar, cambiarle las baterías y descargar los datos almacenados en su ordenador. "Es una experiencia brutal, mi idea es consolidarla. Ver ballenas desde el barco fue increíble". "Es duro, pero merece la pena", sentencia.