Si se hubiese rendido, el Padre Ángel García Rodríguez, de autorretrato un "guaje de La Rebollada", hoy no habría 45.000 niños de cuarenta países con un techo en los hogares de Mensajeros de la Paz y ayer él no habría recibido la gratitud colectiva de sus paisanos a una "larga y fecunda biografía de lucha por la infancia, los mayores, los más desfavorecidos de cualquier geografía que imaginemos". El presidente del Principado, Javier Fernández, glosó al sacerdote hablando de todos los homenajeados, extendió el ejemplo del premiado con la Medalla de Oro de Asturias a los seis galardonados con la dignidad en categoría de plata y resumió en la rebeldía frente a la resignación el rasgo que engarza las trayectorias de todos. "Me alegro", proclamó Fernández en el solemne acto de entrega de las más altas distinciones de la región, "de que la frustración no haya derrotado jamás a Asturias. Históricamente, nunca hemos claudicado ante las dificultades. Los galardonados, tampoco".

Identificó el valor de la perseverancia en los empresarios Tomás Casado, Emilio Serrano y José Ramón Badiola, en la catedrática de Estadística María Ángeles Gil, en el Sanatorio Adaro de Langreo y el sindicalista, fallecido el pasado junio, Manuel Fernández, "Lito". Ante el auditorio abarrotado, en una ceremonia inclusiva que escucharon entre muchísimos otros tres obispos -Jesús Sanz Montes, Gabino Díaz Merchán y Juan Antonio Menéndez-, el embajador de Palestina en España y un batallón de sindicalistas, el presidente también utilizó el acto que sirve de prólogo al Día de Asturias para reivindicar su modelo de celebración y oponer la mentalidad abierta de los asturianos frente a la cerrazón separatista.

Bien sabe, aseguró, que el festejo "no es del gusto de todos" y que "a algunos les gustaría darle vuelo reivindicativo; a otros, separarse radicalmente de creencias y símbolos. También habrá quien quiera exaltar las diferencias", pero "hemos conseguido convertir estos actos en una celebración en la que la inmensa mayoría puede sentirse cómodo". Y la búsqueda de puntos de encuentro, enlazó, es un valor en una época en la que "el independentismo se ha convertido en un puerto refugio de ansias y frustraciones". Los asturianos, opuso, "sabemos reconocernos en una identidad abierta e inclusiva". "No precisamos de un enemigo, ni interior ni exterior, para identificarnos".

Los premiados recibieron los galardones, diploma, medalla y ovación cerrada, y del agradecimiento respondió por todos el Padre Ángel. El fundador de la ONG Mensajeros de la Paz, el traje de estreno, la corbata roja de siempre, dijo por él y por todos sus compañeros que detrás de todos ellos hay "sólo trabajo, cultura, amor, generosidad y servicio a los demás". Habló para compartir la felicidad de quien ha sido testigo directo de "la soledad, la miseria, la marginación, el odio, la destrucción, el más absoluto abandono". Y volvió a la guerra de Gaza, a los sollozos de los niños "a los que todavía oigo llorar", y a la tragedia del naufragio de cientos de inmigrantes en Lampedusa, donde "pude tocar los cuerpos húmedos de más de cien cadáveres en cuyas cajas no había nombres, sólo números". Y al terremoto de Haití, "a ese pobre niño que tuve en mis brazos, al que le colgaban las piernas y los brazos..." Pero el sacerdote no había venido sólo a hablar de "tristezas y destrucción", aseguró, "porque también he tenido el privilegio de ver la grandeza del corazón humano y de soñar con un mundo mejor".

Ahí el retroceso le llevó hasta el comienzo de todo. Al origen de Mensajeros de la Paz y a reconciliarse con la condición humana haciendo balance de lo conseguido. De regreso al "sueño que tuve hace 52 años", recordó que él y sus compañeros "soñábamos con que los niños del hospicio de la calle Gil de Jaz de Oviedo -el actual hotel de la Reconquista-, esos niños con el pelo cortado al cero y los mandilones azules, tuvieran una casa para ellos". Más de medio siglo después, agradeció, "estamos en más de cuarenta países, atendiendo a más de 45.000 niños y 8.000 mayores, con un sueño realizado".