Victoria Eugenia de Battenberg todavía no era reina de España cuando envió a su prometido, el futuro rey Alfonso XIII, una fotografía suya jugando al golf en la residencia familiar de Osborne, en la isla inglesa de Wight. Era diciembre de 1905 y en España aquel juego escocés era todavía una extravagancia sin seguidores ni apenas hoyos donde jugar. Aquella postal luce como elemento de prueba en la tesis doctoral de Gerardo Rebanal, un arquitecto que buscaba un doctorado en Historia del Arte y lo encontró jugando al golf. Arquitecto, funcionario del Principado y jugador aficionado desde 2000, quería un asunto diferente, inédito, y descubrió que investigando los caminos que trajeron el golf a España, analizando los primeros campos y los nombres de los pioneros, desempolvaba una aventura de mucho más que golf que agitaba una mezcla de historia social y del arte con arquitectura deportiva. Que con el cóctel final se podía iluminar un territorio inexplorado. El pasado viernes leyó su tesis en la Universidad de Oviedo y se doctoró con sobresaliente gracias a la primera monografía académica sobre los precursores del golf en España, dirigida por Luis Sazatornil, de la Universidad de Cantabria, y tutelada por Carmen Bermejo, profesora de la Universidad de Oviedo.

Victoria Eugenia, la reina escocesa, acunada en la patria natal del golf, vino a la España de principios del siglo XX cargando con los palos y enseñó a jugar a Alfonso de Borbón antes de su boda. Rebanal, cántabro afincado en Asturias desde finales de los ochenta, estudia el trayecto que siguió el deporte de los dieciocho hoyos para saltar el Canal de La Mancha y detenerse en Francia antes de pasar a España "con bastante retraso". Y aunque en el principio el golf se jugó en el istmo de Gibraltar, en Río Tinto (Huelva) o en Canarias, el primer impulso se lo dio la aristocracia y la burguesía industrial hacia Madrid -"hay imágenes abundantes de golf en el hipódromo de La Castellana entre 1905 y 1906"-, Cataluña y puntos selectos de la costa Norte. El campo que Victoria Eugenia echó en falta en La Granja (Segovia) durante su Luna de Miel se construyó al año siguiente (1907) y otros entusiastas completaron la geografía de la prehistoria del golf español extendiéndola a Cataluña y muy significativamente a los centros del veraneo cantábrico de las élites. Al País Vasco, a Cantabria, a La Toja... Saltando Asturias, que no tuvo un campo hasta el de Castiello, en el Gijón de los cincuenta, y que se mantuvo al margen de aquel primer auge de la construcción de campos de golf, entendido ya en los albores del siglo pasado como un reclamo turístico, una estrategia de atracción de veraneantes ilustres "que luego aprovecharon para jugar los locales".

No sólo eludió Asturias. "Tampoco había campos antes de la guerra entre Málaga y Sitges", apunta Rebanal. "Todo el Mediterráneo estaba vacío". Tal vez porque aquel deporte empezó siendo, argumenta, "una cuestión de entusiastas e igual aquí los había de otras cosas". El caso es que el golf vino en las maletas de estudiantes en Inglaterra y de mecenas, entre otros del Duque de Alba de entonces, Jacobo Fitz-James Stuart, padre de la duquesa actual, que algo tuvo que ver en la llegada a España de H. S. Colt, a principios de siglo "el arquitecto más famoso del mundo en el diseño de campos de golf". Proyectó en España las instalaciones de Puerta de Hierro (Madrid), Sant Cugat (Barcelona), Sevilla, y Pedreña, en Cantabria, y es uno de los protagonistas estelares de la monografía de Rebanal. Él estudia "cómo se originaron, cómo se distribuían los hoyos, su trazado o tipología" y lo que queda de ellos. Ya sean restos de un hoyo, como en Neguri, en Las Arenas (Bilbao), que hoy es un parque público, o nada, como en el de las Cuarenta Fanegas, en Nuevos Ministerios (Madrid). O casi todo en Zarautz (Guipúzcoa), "el más antiguo que se conserva". "La Toja desapareció y se rehizo en 1969, Pedreña está tal y como lo dejó Colt..."

El arquitecto analiza en su obra la evolución entre 1900 a 1936. Acotó esta época por ser "la de los pioneros", explica, "la de los primeros escarceos, las pruebas para hacer los campos..." También por la dimensión aristocrática en el origen un deporte a cuyos precursores, remata el autor, "no se puede acusar de paternalismo". En esa misma época ya dio a luz a los primeros profesionales, caddies y profesores, y a la prehistoria de los campeonatos abiertos, aunque las instalaciones españolas se abren "muy poquito a poco". "El primer campo municipal inglés es de 1893; el español, de los ochenta del siglo XX".