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Asturama

Un artesano con todas las letras

Luis Díaz trabaja a diario en su taller de Puerto de Vega con la única imprenta con piezas del siglo XIX que permanece activa en Asturias

Luis Díaz, en su taller, ubicado en la localidad naviega de Puerto de Vega. G. G.

En sus manos atesora un oficio que se apaga ante el impulso del progreso. Y, aunque se quite mérito (dice que lo suyo se aprende en cuatro meses), Luis Díaz es un romántico de la imprenta que aún conserva la tecnología del siglo pasado. "Cuando viene por aquí, la gente se lleva las manos a la cabeza. No se creen que trabaje con estas máquinas", asegura el hombre, tras señalar que nadie más hace este trabajo en Asturias a la antigua usanza. Él la realiza desde hace 34 años y dos meses en su taller de la localidad naviega de Puerto de Vega.

Díaz rememora sus inicios al frente de este pequeño negocio a la perfección. "Fui a la mili y regresé sin oficio ni beneficio. Siempre me llamó la atención la imprenta y estaba bien de ortografía. Así que, a través de un amigo de La Caridad que estaba en el sector, me metí en esto", explica. Y hasta el día de hoy, en el que sigue abriendo todos los días, de lunes a viernes, su bajo en la calle Párroco Penzol de la villa marinera. "No he tenido ni un día de vacaciones, ni he estado un solo día de baja", presume, orgulloso de cumplir siempre con su clientela.

No hay nada a las puertas de su taller que indique la frenética actividad que se esconde dentro. Tan sólo un minúsculo cartel con la palabra "Imprenta". En el interior, eso sí, las cuatro paredes entre las que trabaja este artesano de la palabra están forradas con carteles, notas y recortes de prensa. Es la forma de convencer al más incrédulo de que este sitio no es un museo, sino que produce de forma activa. "Carteles para fiestas, vales, talonarios, facturas, recordatorios, invitaciones, sobres... Hago todo tipo de cosas", explica Luis Díaz, que no utiliza ordenador para nada. "No estoy en contra de ellos, pero con 34 años y dos meses en la profesión y 60 de edad recién cumplidos no me veo como para tirarme al monte", asevera.

Cada letra, cada espacio, cada línea de sus composiciones se guarda, en forma de pequeña pieza de plomo o madera, en un chibalete o armario. Son miles y todas están en perfecto orden de revista, clasificadas por tamaños y estilos. Díaz imagina y, después, gracias al componedor, una estrecha tira de metal, crea, frase a frase, renglón por renglón, el mensaje que quiere plasmar en el papel. "Esto es todo artesano, se hace a mano. Tan sólo hacer el molde para una página compleja me puede llevar dos horas y media. Y otra media hora deshacerlo", explica.

Una vez tiene lista la plancha, la pasa a las máquinas, que con un susurro mecánico plasman, hoja por hoja, la tinta en el papel. Una de ellas la compró en Gijón, otra en Oviedo, una tercera se la regalaron y la cuarta la adquirió en Santiago de Compostela. "Las letras y tipos los compré en La Coruña. Todo el material es de segunda mano", explica Díaz, tras asegurar que a pesar de ello no ha tenido que lamentar ni una sola avería en sus más de tres décadas de oficio: "Para esto hay que tener un oído muy fino y darse así cuenta de si algo va mal para, a continuación, parar la máquina en seguida".

Dice Díaz que muchos se sorprenden de que pueda mantener abierto el negocio utilizando esta tecnología del pasado. Él les responde que "gracias a Dios, no debe nada a nadie". "Es una profesión que tiene sus altibajos, y más en la actualidad, donde hay tanta competencia. Por suerte, hay muchos clientes que son fieles desde hace años, como colectivos de fiestas o incluso empresas punteras de la comarca, que me encargan trabajos de diferentes tipos", asevera. Y reconoce que no hay otro secreto más allá de "la constancia y el sacrificio".

Por su taller de Puerto de Vega pasan muchos turistas durante el verano. "Miran por el escaparate, les invito a entrar y no se creen lo que ven, que se siga haciendo este tipo de labor. Quedan muy sorprendidos", subraya Díaz. Sobre el futuro, afirma que su meta es "llegar a la jubilación", aunque se muestra temeroso ante la idea de que nadie continúe con su legado, que considera importante. "A mí me gusta la artesanía, sigue sin morir y tiene mucho valor. Quiero preservar esta actividad que hace quinientos años inventó Gutenberg y que ha desaparecido por completo del mundo industrial. Luchar contra el olvido de los nuevos tiempos, por decirlo así", asegura. Acto seguido, Díaz se pone a imprimir carteles para una fiesta de pueblo, al ritmo que le marcan sus adoradas máquinas.

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