José Doroteo Arango, héroe nacional de México, pasó a la historia con el sobrenombre de Pancho Villa, comandante de un desordenado ejército de tres mil hombres que puso en jaque a las fuerzas regulares de su país a principios del pasado siglo. En tono peyorativo, se dice que una organización se asemeja al ejército de Pancho Villa cuando, en cualquier actividad o iniciativa, los integrantes de esa colectividad hacen la guerra cada uno por su lado, de manera desordenada, poniendo reparos y trabas al objetivo último, al fin común que es siempre la victoria.

La izquierda gijonesa, que suma 15 de los 27 concejales que conforman el Pleno del Ayuntamiento, escenificó ayer su monumental desencuentro, incapaz de alcanzar un acuerdo que descabalgara a la derecha casquista del principal sillón municipal. Esa izquierda lleva semanas, desde el 24 de mayo, luciendo galones del ejército de Pancho Villa en la más despreciativa de sus acepciones: muchos disparos al aire, mucha artillería gastada en salvas y una ciudad a los cascos de los caballos.

El pasado jueves, 3.600 gijoneses se acercaron a las urnas instaladas en varios puntos de la ciudad a iniciativa de Xixón Sí Puede, la marcha blanca de Podemos en Gijón. Para quienes intentan otorgar carta de naturaleza a ese amago de referéndum al que estaban llamados todos los gijoneses en edad de votar, alcanzar un 98% de abstención no ha de ser motivo de satisfacción ni ocasión para tirar cohetes, ya que derecho a voto tenían 140.000 personas y sólo acudieron dos de cada cien. No llamemos, por tanto, democracia popular a semejante paripé. ¿Dónde estaban los más de 27.000 ciudadanos que dieron su apoyo el 24 de mayo a Xixón Sí Puede? ¿Por qué no votaron más que una mínima parte? Seguramente porque consideran que ya manifestaron nítidamente su intención en las urnas en la convocatoria oficial.

No es más demócrata quien más veces vota; ni puede pretenderse de recibo convocar una consulta popular para justificar la toma de una decisión que parece dibujada de antemano: la de permitir sin empacho alguno que Carmen Moriyón siga otros cuatro años de alcaldesa, con todas las bendiciones legales de haber encabezado la lista municipal más votada el 24-M, por delante del los socialistas.

Si hubiera que buscar razón sociológica al desencuentro reciente del Podemos de Gijón con el PSOE habría que remontarse a la herencia de lejanas rencillas de la izquierda local que hunde sus raíces en el viejo anarquismo gijonés y también, en parte, en el reformismo melquiadista. Conviene a este punto hacer un poco de historia. A finales del XIX entran en Asturias por Gijón, puerto de mar, las ideas socialistas, que prenderán principalmente en las cuencas mineras. La villa de Jovellanos, ciudad con una larga tradición republicano-liberal y una burguesía industrial y comercial en expansión, abraza sin embargo en esa época a un nuevo partido, el Reformista que encabeza el gijonés Melquíades Álvarez.

Por la parte obrera, hasta la Guerra Civil la preponderancia de los anarquistas de la CNT en Gijón es incuestionable, apoyados, en una alianza nunca declarada, por los reformistas de Melquíades. Con el final de la Guerra Civil el movimiento anarquista gijonés queda descabezado, pero la forma de ser ácrata de los gijoneses se mantiene. El socialismo y el comunismo nunca alcanzaron tanta relevancia en Gijón hasta los años sesenta y setenta, con la llegada masiva de trabajadores de Fábrica de Mieres y de Duro Felguera para emplearse en Uninsa, después Ensidesa. En las elecciones municipales de 1979 los socialistas alcanzan el poder en alianza con el Partido Comunista. Y así durante tres décadas de resentimiento por parte de otra izquierda más radical. De ahí que los más críticos desde dentro con la actitud adoptada estos días por Xixón Sí Puede hablen de "sectarismo" y "revanchismo" para tratar de explicar las chinas hábilmente colocadas en el camino de la fallida negociación por parte de destacados representantes de las distintas familias que confluyen en Podemos.

Mario Suárez, el líder local morado postulado por su gente al generalato de la izquierda municipal, dijo en la precampaña electoral que la única línea roja para los pactos poselectorales la marcaban, para Podemos, el PP y Foro. Después llegó el designio de las urnas y Xixón Sí Puede empezó a mostrar sus cartas: al PSOE, el partido que obtuvo más votos de la izquierda y mayor número de concejales, ni agua. A los socialistas y a Izquierda Unida, que han ido de la mano en el proceso de intentar esta triple alianza a la gijonesa, descabezada desde el minuto uno de conocerse el resultado de los comicios. Todas las asambleas de Podemos celebradas durante las dos últimas semanas han puesto de manifiesto, en cada intervención, un rechazo visceral a los socialistas. No tanto, sin embargo, respecto a Foro. Tal vez estemos viviendo en Gijón la reanudación del viejo pacto no escrito entre los anarquistas y los liberales del melquiadismo, en versión del siglo XXI...

En 1913, Pancho Villa reunió un ejército de 3.000 hombres, tomó Torreón, donde consiguió armas y piezas de artillería y tras fracasar en el asalto a Chihuahua, decidió tomar Ciudad Juárez. En una argucia de estratega, mandó parar con la convicción de los pistolones el tren del carbón que llevaba combustible fósil a esa localidad, vació la carga e hizo subir al convoy a dos mil rebeldes, camuflados en los vagones. Como en una versión de corrido mexicano del caballo de Troya, asaltó la ciudad mientras dormía. La guarnición federal, acuartelada, apenas opuso resistencia.

Con el voto de un ejército desordenado y heterogéneo de un puñado más de tres mil, quiso Xixón Sí Puede el pasado jueves tomar por las bravas el Ciudad Juárez de la izquierda gijonesa. Intentó hacer pleno a tres bandas, pero el mando en plaza no le fue entregado. El intento escondía una argucia, como el tren del carbón de Villa: evitar que el PSOE quedara al mando de los rebeldes. Aún a costa de que el poder permaneciera en manos de Foro y la cirujana. A la vista salta que en Gijón, como en otros lugares, el enemigo encarnizado de Podemos no es la derecha sino la izquierda, cuyo territorio pretende invadir, cuando no usurpar, por lo civil o por lo penal.