Un guarda de un coto regional de caza de Cangas del Narcea y un vecino de Gijón con casa en Porley (Cangas del Narcea) se sientan el lunes en el banquillo del Juzgado de lo penal número 2 de Oviedo, acusados de colocar un lazo metálico en el que resultó atrapado un oso en agosto de 2012. El animal falleció poco después de ser liberado de la trampa, que le atrapó un brazo. Se trata del primer juicio que se celebra en Asturias por la muerte de un plantígrado en dos décadas. Los acusados, defendidos por Alberto Rey y Florina García, niegan haber colocado el lazo que atrapó al oso y sostienen que la muerte del animal se debió a la actuación poco diligente del personal que se encargó de liberarlo.

La Fiscalía pide para los dos acusados, el guarda J. M. M. A. y N. R. F., una pena de dos años de prisión por dos delitos contra la fauna, así como 18.000 euros de indemnización para la Consejería de Agroganadería. Para el guarda se solicitan además cuatro años de inhabilitación.

Las defensas consideran que no hay una sola prueba de que los dos acusados colocasen el lazo. La base de la acusación es una serie de indicios que apuntan a los acusados. En las inmediaciones de Porley se encontró el cadáver de un jabalí en el interior de un saco de obra. Uno de los pelos de este jabalí se halló adherido al lazo que atrapó al oso. La Fiscalía cree que los acusados colocaron el lazo metálico y pasaron días después a recogerlo, hallando al jabalí en estado de descomposición, por lo que optaron por liberar el cuerpo del ungulado y volver a colocar la trampa. El saco tenía el rótulo de una empresa en la que, según los investigadores, trabajaba N. R. F. Además, el guarda de caza fue el primero en encontrar al oso, y la Guardia Civil aportó el cruce de llamadas entre ambos acusados. "En cualquier caso, el oso falleció después de que lo encontrase la Guardia Civil", indica Alberto Rey. Pasaron unas diez horas entre el momento en que se halló el animal y éste falleció, y hay quien sostiene que una actuación más rápida habría salvado al animal. La necropsia culpó del fallecimiento a una bacteria que terminó dañando el corazón del animal, que antes de morir fue sedado con un dardo anestésico.