"Si yo hubiese puesto el lazo, me hubiese deshecho del animal y no habría llamado a nadie, como hice", declaró ayer José Manuel A. A., el guarda de caza de Cangas del Narcea acusado, junto a Nazario R. F., de poner la trampa que acabó con la vida del oso de Porley el 26 de agosto de 2012. Ayer se sentaron en el banquillo los dos para negar que hubiesen puesto el lazo y culpar de la muerte del plantígrado al equipo del Principado que acudió a liberarlo. El juicio, primero que preside en el Juzgado de lo penal número 2 de Oviedo la magistrada Elena González, hasta ahora titular del Juzgado número 3 de Avilés y que instruyó el "caso Aquagest", se prolongó durante unas seis horas y continuará mañana miércoles.

Los dos acusados negaron dedicarse a la caza y tener "interés" alguno en poner lazos. Parte de la acusación del fiscal Alejandro Cabaleiro descansa en el cruce de llamadas que mantuvieron en la mañana en que fue descubierto el oso por el guarda de caza. Según afirmaron en el juicio, José Manuel A. A. había decidido dar una vuelta por las inmediaciones de Porley para descubrir pasadas de jabalíes, ante la inminencia de la temporada de caza de esta especie, la primera semana de septiembre. Ese día había quedado a las ocho de la mañana con Nazario R. F., que tenía casa en el pueblo, aunque vivía en ese momento en Gijón, para, según dijeron, pasar por una vieja cantera, puesto que el segundo de ellos quería hacer un muro en su finca.

El guarda de caza llamó a Nazario varias veces, pero éste no se presentó, dijo. Fue entonces, entre las ocho y media y las nueve de la mañana, cuando José Manuel A. A. vio que se movían unos matorrales en la linde de una finca de su propiedad. "Me acerqué hasta cuatro metros y entonces vi que había un oso", declaró. Poco antes, según dice, había llamado a Nazario R. F. para ver por qué no se había presentado. Luego llamó al Guarda Mayor del coto de Cangas, Jaime Álvarez, para decirle lo que había encontrado. También llamó al vigilante de la Fundación Oso Pardo, Elías Suárez. Éste fue el primero en presentarse, y fue a ver al oso junto José Manuel y Nazario.

Más tarde llegaría el guarda de Medio Natural Fernando Somoano, que cumplió el protocolo evitando que la gente se acercase al oso, para no estresarlo. El equipo técnico para anestesiar al oso y liberarlo del cepo -una circunstancia única que nunca había sido vista por los guardas- llegó sobre las dos de la tarde, aunque no actuó hasta las cuatro, puesto que había que "planificar y estudiar la situación". Los acusados dicen que, mientras el oso pugnaba por liberarse bajo un sol de justicia, los guardas comían en el bar del pueblo, propiedad por otro lado del guarda de caza. Antonio Ramos fue el guarda que se encargó de dormir al plantígrado con una disparo en una pata. "Recuerdo que tenía los ojos rojos. Se le veía el lazo en una mano. Una vez dormido, corté el alambre y le quité el lazo. Tenía la mano muy hinchada", recordó. Fue el veterinario el que preparó el arma y la dosis para dormir al animal, que ya no volvió a despertar. Las defensas, a cargo de Alberto Rey y Florina García, sospechan que pudieron pasarse con la dosis. La necropsia, a cargo de Juan Francisco García Marín, catedrático de la Facultad de Veterinaria, estableció que el oso murió de una miositis gangrenosa. Las defensas pidieron la nulidad de las actuaciones por no haberse mantenido la cadena de custodia de las muestras y por el hecho de que la necropsia fuese encargada por Orencio Hernández, jefe del servicio de Vigilancia de Recursos Naturales y según afirman parte implicada en el operativo de auxilio, que califican de negligente.