Cuando oigo a nuestros jóvenes quejarse de su situación y lamentar el verse, en ciertos casos, obligados a emigrar, pienso en la enorme diferencia a su favor en comparación con la que tuvimos los que por edad hoy somos sus abuelos.

Comprendo lo traumático y triste que tiene que resultar el que después de hacer el sacrificio que supone conseguir un título universitario, en lugar de ser ocupados en su propio país, tengan que hacerse las maletas e irse en busca de trabajo al extranjero; más aun si, como suele pasar, es de distinta lengua y cultura que el nuestro. Pero deben pensar que, para nuestra desgracia, a mi juicio, este país nuestro, salvo honrosas excepciones, siempre estuvo gobernado por ineptos más preocupados por su particular medrar e interés que por el interés del pueblo en su conjunto. Eso fue así en el pasado y sigue y seguirá siendo para vuestra desgracia (digo vuestra desgracia porque los viejos ya no contamos para según que cosas). Esta España nuestra, o más bien de algunos que la disfrutaron y disfrutan a costa de todos los demás, lleva siglos siendo así. Madre para unos pocos privilegiados y madrastra para la mayoría.

Los de mi generación tuvimos que apechugar con las consecuencias del mal hacer de la generación precedente, en la que unos por omisión y otros por acción mal intencionada acabaron enzarzados en un conflicto bélico de consecuencias que no sólo sufrieron ellos, sino que aún hoy, tras 76 años de acabada la guerra, parece que hay heridas que aún supuran y no acaban de cicatrizar.

Siguiendo con lo de los jóvenes que emigran, lo de ellos es casi un viaje de placer, si se compara con aquella emigración nuestra de los años sesenta del pasado siglo, a la Europa de posguerra, necesitada de manos y brazos que ocupasen los muchos puestos de trabajo libres consecuencia de las bajas provocadas por la II Guerra Mundial. Éstos, ahora, toman un avión y en un par de horas se ponen en cualquier ciudad del centro de Europa. Nosotros, por el contrario, viajábamos en aquellos trenes de entonces, lentos e incómodos, durante un par de días, para luego llegar a un destino en el que todo nos era desconocido; sin idea del idioma y con apenas dinero para hacer frente a la subsistencia de los primeros días. Éstos, ahora, llevan aprendido un segundo idioma que, por suerte para ellos, se habla en toda Europa; sus padres, en la mayoría de los casos, tienen la posibilidad de tirar de ahorros para apoyarlos en lo necesario; y por último, si fracasan en el intento, saben que siempre pueden volver al refugio materno, que siempre van a encontrar abierto. Es triste tener que marchar, pero es peor quedarse aquí de gorrón a costa de los suyos. No nos engañemos: lo del paro, por mucho que los políticos nos lo quieran manipular, vino para quedarse. La máquina está sustituyendo al hombre, y más aquí, donde hoy, como ayer, sigue vigente el famoso dicho "que inventen ellos". Y por eso así nos fue, nos va y nos irá.