Para utilizar su piel para realizar zapatos y escudos, o simplemente para el consumo de su carne, el cebro ibérico se convirtió en uno de los mayores recursos para los cristianos, mientras avanzaban del norte al sur peninsular contra la invasión musulmana. De ser una especie que habitaba en muchos puntos de la Península pasó a ser visto por última vez en el siglo XVI, en la actual provincia de Albacete, cerca de la localidad de Chinchilla.

Así lo explica el zoólogo Carlos Nores, autor principal de la investigación liderada por la Universidad de Oviedo y que se publicó hace dos meses para el Museo de Ciencias Naturales de París, busca actualizar toda la información que se tiene sobre este animal, que también habitó en el Principado. "En un principio se pensó que era una especie de équido, pero estudios más recientes señalan que podría ser un caballo salvaje, al tener un aspecto similar", afirma. Tampoco se descarta la hipótesis de que fuese un onagro, una especie de asno proveniente de Asia o un caballo doméstico cimarrón. Por el momento, lo más plausible según Nores es que se trate del último reducto del caballo salvaje de Europa Occidental, ya que es la idea que más concuerda con los datos arqueológicos, genéticos e históricos que se tienen hasta la fecha.

La procedencia del cebro comenzó a estudiarse ya en el siglo XVI por Fray Martín Sarmiento, que encontró que en varios documentos medievales del siglo XIII españoles y portugueses se mencionaba al cebro. Las referencias en la época medieval son numerosas. Lope de Vega lo menciona en "La hermosura de Angélica" e incluso Cervantes hace lo propio en el Quijote. Así como uno de los personajes europeos más célebres de la Edad Media, Brunetto Latini, que aparece en la famosa obra de Dante "La divina comedia", lo describió en una recepción ante la corte, en la época en la que fue embajador de Florencia.

Hasta los años cincuenta del pasado siglo no se retomó la búsqueda de más información sobre este misterioso animal. El naturalista Dimas Fernández-Galiano sostuvo que el cebro era un asno salvaje, aunque no existían fósiles de esta especie en la Península. A partir de 1992, Carlos Nores comenzó a indagar junto con más investigadores acerca del pasado del cebro.

De un tono grisáceo y rayas en las patas, se estima que el cebro tiene topónimos en más de 150 localidades de España y Portugal. Fueron los portuguesa, al colonizar Angola, cuando contemplaron una especie con rayas negras y blancas por todo el cuerpo, que les recordaba a este animal, al que decidieron llamar cebra.

En la actualidad, además del famoso animal africano, se le asemeja con los caballos de arena que habitan en los desiertos asiáticos. También está relacionado con el caballo de Przewalski, que sólo vive ya protegido en algunas partes de Mongolia o con el sorraia, un caballo típico portugués. El tarpán, que se extinguió a mediados del siglo XIX y cuyo último ejemplar se cree que habitó en Rusia, es el otro posible familiar del cebro.

Este estudio es sólo el preludio de más investigaciones que se están realizando para detectar algún dato que confirme alguna de las teorías sobre el cebro. Los siguientes trabajos apuntan a escrutar el arte paleolítico, para completar los restos fósiles que se tienen de este misterioso animal. Quedan aún muchas dudas que resolver.