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MARCO MAGOA | Actor, director y dramaturgo gijonés

"En Jordania hay miedo a los salvajes del Estado Islámico; son su objetivo"

"Hay una crisis entre Oriente y Occidente, tenemos la obligación de crear vínculos"

Marco Magoa, caracterizado para la obra "Prólogo y epílogo del dolor".

El actor Marco Magoa nació en Madrid, pero se crió en Gijón y lleva "Asturias por bandera". Hace cinco años, terminó sus estudios de árabe y comenzó a vincularse con Oriente Próximo, hasta el punto de que ha llevado a los escenarios una versión de "Bodas de Sangre" en esa lengua. El día 17 estrena en Amán (Jordania) -donde se encuentra desde hace dos semanas- el primero de tres espectáculos sobre el drama de los refugiados que mueren tratando de llegar a Europa. Los otros dos podrán verse en El Cairo y Copenhague en octubre y enero. Magoa asegura que "en Jordania hay miedo al Estado Islámico, son su principal objetivo", y justifica el éxodo de sirios e iraquíes: "Huyen para que no los maten ni los decapiten". El actor se considera como un puente entre Occidente y Oriente, y propone superar la actual crisis entre ambos mundos fomentando la interculturalidad.

-Un proyecto complejo.

-Es un poco una locura, pero muy bonito. Se desarrollará en tres continentes diferentes, con tres espectáculos en Jordania, Egipto y Dinamarca, y están involucradas en la producción las embajadas de España en Amán y El Cairo, y el Instituto Cervantes de Jordania.

-¿Cómo termina haciendo teatro en el mundo árabe?

-En 2010 terminé mis estudios de Árabe en la Escuela Oficial de Idiomas y decidí ir a un país árabe, por un año. Me fui a Egipto y terminé embarcándome en una representación de "Bodas de sangre" en árabe, que se estrenó en el teatro Gomhouria y Rawabet Space for Performing Arts, producido por la Embajada de España en El Cairo, con tan buena o mala suerte que, mientras estábamos en los ensayos, estalló la revolución. Me quedó un vínculo muy fuerte con Egipto, donde he estrenado ocho montajes en El Cairo, financiados por el British Council y las embajadas de Estados Unidos, España, Italia...

-¿Cómo surge la idea?

-Comenzó con la crisis de inmigrantes en la isla de Lampedusa. Ante aquel drama, me dije: "Yo tengo que hablar de esto". Y se me ocurrió la idea de seguir el itinerario que realizan estos refugiados desde que salen de Siria o Irak, a través de Jordania o Turquía, hasta que llegan a Europa. La semana que viene, el día 17, estrenamos el primer espectáculo, "El cielo y yo", en el Royal Cultural Center de Amán. Participan veinte jóvenes sirios, jordanos y palestinos, y tres niños iraquíes. El segundo espectáculo, "Nada", con quince jóvenes, se estrena el mes que viene en El Cairo (Egipto), y tiene sentido porque es en ese país y en Libia donde están las mafias que pasan a los refugiados a Europa, y donde éstos se dan cuenta de que no hay vuelta atrás, de que han llegado a un punto de no retorno.

-Y hay un tercer espectáculo...

-Se trata de "Mare Nostrum. Finis somnia vestra" ("Mare Nostrum. El fin de vuestros sueños"), que estrenaré el 20 de enero en la Pressen-Politikens Hus de Copenhague (Dinamarca), y en la que participará una veintena de supervivientes de la travesía del Mediterráneo. He querido involucrar en este proyecto al mundo árabe en Europa, ya que es allí donde terminan recalando los refugiados, y donde algunos jóvenes árabes ven que no se integran y deciden hacer el camino inverso para participar en la yihad.

-¿Ha llegado a estar en Siria?

-Viví en Damasco dos meses, con una familia, antes de la guerra. Era un país con bastante orden y cierta calma, como corresponde a un régimen dictatorial. Uno no se podía imaginar en absoluto lo que estallaría después. Nadie imaginaba una guerra tan cruel, como nadie imaginaba tampoco que las riendas de la revolución iban a acabar en manos de los islamistas radicales. Ahora tienen dos opciones: o apoyar al dictador o a los salvajes del Estado Islámico.

-¿Hay temor en Jordania al avance de los yihadistas?

-Muchísimo. Si hay miedo en Europa, imagínese aquí, que son su principal objetivo. Cuando hablas con jordanos, te dicen: "Como crucen...". Aquí hay muchos jóvenes, sin trabajo y sin estudios. ¿Quién les va a ofrecer un sueldo de mil euros, como hace el Estado Islámico? Habría que preguntarse de dónde viene ese dinero con el que compran a la gente. Pero no me apetece meterme en política, quiero centrarme en el drama humano de esa gente que está perdiendo la vida por salir de su país y alcanzar Europa, que huyen de Siria e Irak para que no los maten ni los decapiten.

-¿Cómo están viviendo los refugiados en Jordania?

-En campos gigantescos a las afueras de las ciudades. Van sacándolos poco a poco de los campos, e integrándolos en la ciudad de Amán, en los barrios menos favorecidos. Ya han ocupado casi completamente algunos de ellos. No hay mucho trabajo, han dejado su patria, sus familias, sus pertenencias. No saben cuándo van a volver. Ésta no es su tierra, aquí están de paso.

-¿Qué dicen los que intentan saltar a Europa?

-Saben que es un riesgo enorme, saben que pueden morir en el intento. El otro día, estuve tomando un café con un joven que se marchaba, de repente, a Turquía, para llegar a Alemania.

-¿Por qué Alemania y los países del Norte?

-Ellos son conscientes de que en el Sur de Europa no somos ricos ni prósperos. Miran hacia el Norte porque son países menos poblados, más jóvenes... Pero tienen menos en común con ellos que con los países del Mediterráneo. Lo que trato de explicar con mis obras es que los sueños que los impulsan hacia Europa son impuestos, precipitados, de última hora, porque sólo buscan sobrevivir. Tienen que buscar la estabilidad, no perder la vida. Pero hay que preguntarse qué va a pasar. ¿Van a encontrar en Europa lo que buscan? ¿Van a regresar? En el último de los tres espectáculos, el que haremos en enero en Copenhague, uno de los personajes intenta recordar a los que se quedaron por el camino y se da cuenta de que él también ha muerto y que sus sueños no se van a cumplir.

-Antes hablaba del fracaso de la integración. ¿Qué falla? ¿Es Europa racista?

-No creo que lo sea. Es una cuestión de educación y de cultura. En España están abandonadas, sometidas a los diferentes cambios de Gobierno y al amiguismo. Incluso en Francia, que era un faro en los años setenta, se ha abandonado la cultura. Los jóvenes ahora sólo tienen como referente el fútbol. Algo falla en los mecanismos para acercar esas otras opciones a la juventud. Falta una actividad cultural compartida. En España no pasa tanto, pero sí en Francia, que tiene un grave problema de integración. La población de origen árabe y magrebí vive en barrios separados.

-¿Cómo fue la experiencia de hacer teatro con niños huérfanos?

-Genial. Son niños palestinos, sirios e iraquíes que viven en el campo de refugiados de Al Hussein, integrado en un barrio pobre de Amán. Unos viven con su abuela, otros con tíos, a veces están solos en el mundo. En el taller de teatro hicimos una adaptación al árabe del Quijote. Yo también trabajo esta obra con niños de Madrid y es sorprendente cómo tienen reacciones similares. Los niños son niños. Cuando llega el pasaje en el que el Quijote tiene que decir: "Yo amo a Dulcinea", les da vergüenza y terminan diciendo: "Yo no amo a Dulcinea". Necesitan cariño. Me han hecho prometerles que, cuando pase todo este apuro de los estrenos, iré a verles al campamentos. Se crean muchos vínculos.

-¿Se siente un puente entre dos mundos?

-Eso es verdad, dicho con toda la humildad. Hay una crisis entre Oriente y Occidente y gente como yo tenemos la obligación de fomentar la cultura en el mundo árabe y la interculturalidad en Europa. Aunque no es la primera vez que conecto dos mundos. Cuando representé "El otro", en Egipto, me llevé una gaita y trajes regionales y proyecté vídeos con paisajes de Asturias y el Cantábrico. Yo también llevo Asturias por bandera. Tenemos una oportunidad de crear vínculos y fomentar el conocimiento mutuo.

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