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Los bosnios que se quedaron

"Los asturianos se volcaron con nosotros", rememora Tarik Voloder, que llegó de Sarajevo en 1992, estuvo refugiado en Tiraña y Perlora y ahora vive en Gijón

Tarik Voloder, en Gijón.

"La guerra es la guerra en todos los sitios, pero estos refugiados que están llegando ahora parecen mucho más desamparados de lo que estábamos nosotros cuando vinimos de Bosnia", asegura Tarik Voloder, que formó parte del grupo de huidos de los Balcanes que fue acogido en Asturias a principios de los noventa. "Los asturianos se volcaron con nosotros. Todo lo que se puede decir de aquello es positivo", asegura este hombre, que frisa los 40 años y ha terminado afincándose en Gijón, donde hace poco ha sido padre. Como antiguo refugiado, sólo puede mostrar solidaridad por los miles de desplazados que se agolpan a las puertas de Europa. En su página de Facebook muestra un cartel de la Hardcore Help Foundation con el lema: "Bienvenidos, refugiados. Nadie es ilegal".

Tarik Voloder llegó a Asturias con 16 años, en diciembre de 1992. El Ayuntamiento de Laviana, que había puesto a disposición del Principado sus recursos, fue el primero en acogerle. "Éramos cuatro familias. Estuvimos primero en Tiraña, en Laviana, y más tarde en Perlora (Carreño). El recibimiento fue fabuloso, se nos acogió muy bien", recuerda. Voloder formaba parte de una primera remesa de trece refugiados bosnios que habían salido desde Split, en Dalmacia. La mayoría procedía de Mostar, pero Tarik y su familia venían de la castigada Sarajevo. Llegó con su madre, Serifa, y su hermana Merima, que tenía entonces 7 años y cautivaba a todos con su cabellera pelirroja. "Mi padre y mi hermano se quedaron allí, pero se reunieron con nosotros en 1996. Mi hermana mayor no quiso venir por razones personales", relata.

Junto a los Voloder llegaron otras tres familias: los Berhamovic, los Pala y los Skikic. Parte de los Berhamovic sigue viviendo en Asturias y en otros lugares de España. Los Skikic terminaron saltando el charco y parte de ellos viven en Estados Unidos, como algún hijo de los Berhamovic.

"Nos ofrecieron cursos para aprender el idioma y medios para vivir", indica Voloder, que ha estado trabajando en muchos sectores, aunque ha terminado trabajando de comercial para una empresa de telecomunicaciones. "En un viaje a mi país conocí a la que es hoy mi mujer. Nos casamos y hace diez meses tuvimos un hijo", comenta orgulloso este bosnio-asturiano.

"Cuando llegué a Asturias me chocó todo. Todo era novedad, desde la sidra hasta los juegos y las diversiones. Fue un cambio tremendo de cultura, los asturianos sois más latinos. Pero también sois tan campechanos como los bosnios, con lo que terminé conectando bien. En Asturias se adora la tierra, como en Bosnia. Además, el paisaje es muy parecido, todo verde y con montañas", asegura.

Dejó de ser un refugiado el día que empezó a hablar con fluidez castellano. "Cuando te quitas el problema de no saber el idioma, empiezas a trabajar y a contribuir. Todo el mundo quiere buscarse la vida para vivir mejor. Empiezas a pasarlo igual de mal o bien que el resto de la gente a fin de mes. Lo principal es superar la barrera lingüística", opina.

Estos días ha vuelto a rememorar la pesadilla del exilio, al contemplar las avalanchas de refugiados en Grecia y Hungría. "Lo tienen más complicado. Vienen de más lejos, de una guerra que parece medieval. Y llegan arriesgando la vida y muriendo por el camino. Eso no tuvimos que pasarlo nosotros, aunque pasásemos también lo nuestro. Yo perdí familiares, primos carnales, en la guerra. Los sirios llegan más desamparados tras cruzar miles de kilómetros. Nosotros recorríamos doscientos kilómetros y estábamos en Croacia, que era como estar casi en Europa", dice.

Cuando llegaron, los bosnios tuvieron mucho apoyo de los sirios residentes en Asturias. "Nos recibieron muy bien", asegura. En las concentraciones por los refugiados que se han celebrado en los últimos días volvió a encontrarse con uno de ellos. "Lloramos los dos. Para que veas las vueltas que da la vida", sentencia.

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