-¿Qué análisis hace de la crisis de los refugiados sirios?

-Es una crisis humanitaria de alcance y desde luego la primera que ocurre en plena globalización. Está poniendo de manifiesto que la libertad de circulación de personas no es tan fácil de garantizar como la libertad de circulación de mercancías o capitales. Europa, que está directamente afectada por razones geográficas, tiene que jugar un papel especial. Ya no sólo exhibiendo los valores tradicionales del continente, como la solidaridad, sino también haciendo un ejercicio de egoísmo porque buena parte de esos refugiados le vienen muy bien a las economías europeas. Hablamos de gente joven, con un cierto grado de cualificación y que ha demostrado en otros países que tiene capacidad para emprender. Ese tipo de flujos de personas son también enriquecedores de forma cultural. Ocurre, además, que el coste estrictamente económico de apoyar este derecho de asilo no es precisamente inquietante. El Gobierno alemán ha dado muestras de una solidaridad ejemplar poniendo recursos en mayor medida que otros países.

-¿Cómo valora la reacción de la UE?

-Tardía, pero aceptable. El reciente discurso del presidente de la Comisión, Juncker, me pareció acertado. Claro que Europa tiene que poner en valor lo que han sido sus referencias tradicionales y claro que no debemos estar escatimando euro arriba o euro abajo. Un refugiado en España puede tener un coste inferior a los 11.000 euros en su primera fase de acogida. Y si aprovechamos el fondo común que tiene Europa, el gasto puede ser casi la mitad. Lo más importante, insisto, es poner de manifiesto esos valores que tradicionalmente ha tenido Europa. Y el asilo de estos refugiados, sin duda, va a ser rentable para el continente también.