Gerardo Iglesias Argüelles (La Cerezal, Mieres, 1945) asegura que no quiere hacer sus memorias, y eso que aportarían luz sobre esos años cruciales en los que cristalizó la Transición; ésa que hicieron, como afirma, bajo la amenaza de las fuerzas oscuras que habían ahogado en sangre la esperanza de la Segunda República. Iglesias se siente más en deuda con los derrotados, con los presos de la cárcel de Langreo que fueron masacrados en la cuesta de Vindoria, o con los "fugaos" liquidados sin misericordia, para los que exige "verdad, justicia y reparación" en una España que "imprescindiblemente" debe emprender "un proceso constituyente". En una comida para presentar su segundo libro -"La amnesia de los cómplices" (KRK), que reúne 150 historias de la represión en los primeros años del franquismo-, Iglesias desgrana, fue el primer líder nacional de IU, algunos de sus recuerdos y repasa las grandezas y miserias de la izquierda. Es una ocasión de oro, porque Iglesias se prodiga poco. Vive solo en Oviedo, alejado de la política, ocupado en sus libros.

Si se le preguntan qué día mataron al guerrillero Quintana, lo dice sin apenas esfuerzo: "14 de agosto de 1950". Pero es que esa fecha coincide con el mismo día en que a su padre lo detuvieron y lo dejaron reventado de una soberana paliza. Él tenía 5 años, pero esas cosas, dice, no se olvidan.

Y forjan un espíritu rebelde. Hace poco se cumplió medio siglo del asalto a la Comisaría de Mieres, un hecho insólito, el primer acto de protesta de los mineros desde la Guerra Civil. A Iglesias se le pone una sonrisa de veinte años cuando rememora cómo contribuyó a encender aquella revuelta. Habían despedido a finales del 64 a 400 en los pozos. Luego, en marzo del 65, detuvieron a José Ramón Fernández, "Teverga". "Íbamos dos en una moto y yo detrás dando palmas para que nos siguiera la gente", relata Iglesias. Intentaron entrar en el cuartel de la Policía Municipal, donde se había atrincherado el cabo Blanco -"un animal"-, y luego fueron a la Comisaría, para liberar a Teverga. Lograron entrar en ella, pero fueron desalojados. De aquella gesta quedan algunas fotos, en las que se ve volar por los aires las gorras de plato.

Ocho días después fue el asalto a la Casa Sindical de Sama, otro jalón de la lucha obrera. "Iba yo con un traje nuevo -Gerardo Iglesias en su juventud tenía fama de "pincel"- y durante el asalto me dieron un golpe en toda la cabeza con una porra de aquellas de plomo y quedé inconsciente. Los compañeros me llevaron al garaje Tejero y cuando despierto y veo el traje lo tenía todo destrozado", lamenta aún hoy.

Iglesias no estuvo en el legendario regreso a Asturias de Dolores Ibárruri, Pasionaria, pero la había conocido ya en 1971, durante un viaje a Moscú. "La recuerdo poniéndose el mandil y pelando patatas para hacer una tortilla", rememora con emoción. Como buen comunista, llamó Rubén a uno de sus dos hijos, en homenaje al hijo de Pasionaria que murió en Stalingrado.

El mierense, tras pasar por la cárcel de Yeserías -donde tuvo su primera intervención de espalda-, formó parte de comité central del PCE en los primeros años de la democracia y fue testigo de hechos clave, como la aceptación de la bandera y la Corona. "Santiago Carrillo llegó con un papel y dijo que había que votar a favor de la bicolor y la monarquía. No dijo con quién había hablado, supongo que con Suárez. Según le habían dicho, el Ejército estaba a punto de entrar a por nosotros. Votamos en silencio, sin discutir nada. Al día siguiente fue la famosa rueda de prensa de la bandera", asegura.

De Santiago Carrillo no guarda buen recuerdo. En su opinión, era "un apparatchik", acostumbrado a la buena vida del partido en el exterior (Líster le dijo que Carrillo había matado a su mujer y la tenía enterrada en el jardín, pero, claro, era Líster). Le costó deshacerse de aquella influencia. Cuando lo sustituyó al frente del PC y fue a tomar posesión de su despacho, le dijeron que era de Carrillo. Lejos de entrevistarse a solas con el Rey, Carrillo insistió en estar presente, como una especie de tutor. "Cuando fui elegido dije que quería mano libre", rememora. Finalmente viró y dio cabida a los renovadores que habían sido laminados por Carrillo. Y fundó Izquierda Unida, convencido entonces, como ahora, de que lo importante no son las coaliciones "por arriba, sino aunar una base social para el cambio". Por eso no ve claro ahora que "una coalición entre Podemos e IU sume más, hay que tender a una unidad por la base".

Carrillo terminó en el PSOE, de donde salió. Pero quizá habrá más trasvases: "Me sorprende la actuación de IU en Asturias, que Llamazares, marginando a Podemos, y contra la opinión de Garzón, pacte con el PSOE. Me da la impresión de que ese pacto venía de atrás, porque me conozco algunos personajes".

Con un PSOE "instalado en el bipartidismo", y que duda "que sea de izquierdas", y con una IU "que se ha recluido en las instituciones llevada por la inercia, cuando sobre todo hay que estar en la calle", Gerardo Iglesias no esconde su preferencia por movimientos como el 15-M, las Mareas o Podemos, "que han puesto patas arriba la agenda de este país", aunque también es verdad que hay riesgos: "No me gusta nada el modelo organizativo vertical de Podemos, no ayuda a lo fundamental. Si la ciudadanía se mueve, se puede cambiar este país y retomar lo que hemos dejado por el camino".

El escándalo de José Ángel Fernández Villa no le sorprendió. "Siempre pensé que era un matón y un elemento que no tenía nada que ver con el movimiento sindical", dice. Aparte de las informaciones que lo vinculaban (el socialista Barbón fue el primero en decirlo) a la propia Brigada Político-Social. "Quitó y puso presidentes durante años. ¿Cómo pudo un personaje de esa calaña tener tanto poder? Me produce una repulsión absoluta, es una terrible vergüenza para Asturias", cree.