La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Economista

La política vuelve al centro de la escena

Las instituciones son determinantes para el crecimiento económico Si funcionan clientelarmente, generan patrones de declive como el asturiano

La política vuelve al centro de la escena

Los profesores Daron Acemoglu y J. A. Robinson, del Massachusetts Institute of Technology (MIT) y Harvard, respectivamente, han escrito un libro que ha merecido, simultáneamente, reconocimiento académico, una calurosa acogida en la prensa especializada y ha constituido, además, un éxito de ventas, best seller de "The Wall Street Journal" y "The New York Times".

Expertos en desarrollo con una obra extensa y consistente en la que se une fructíferamente la formación cuantitativa y econométrica de Acemoglu con la del economista y politólogo Robinson, han realizado aportaciones extraordinariamente sugerentes a las teorías del desarrollo económico establecidas, desplazando el punto de mira del problema desde el determinismo geográfico o el esencialismo cultural al papel de las instituciones económicas y a la intención previa de una sociedad abierta que permita la existencia de instituciones políticas que ejerzan su efecto benefactor sobre el crecimiento económico.

Porque de eso trata el libro, como se expresa literalmente el su título: buscar respuestas a la realidad de un panorama de desigualdad en el crecimiento entre países que no ha dejado de aumentar, particularmente en los tres últimos siglos, y tratar de determinar si dentro de la heterogeneidad de los países, sus diferentes orígenes, su geografía y su cultura, es posible encontrar causas que influyan de manera determinante en esta creciente desigualdad que de manera acelerada afecta a nuestro mundo.

Para lograr este objetivo los autores complementan sus anteriores investigaciones sobre la materia, caracterizadas por un exhaustivo arsenal de información estadística y econométrica, y adoptan una narración basada en una amplia panoplia de ejemplos históricos y actuales, sugerentes y cuidadosamente escogidos, que se convierten en la base historiográfica de la prueba que trata de legitimar las hipótesis de partida que sitúan a las instituciones como elemento clave para lograr un crecimiento económico sostenido. Y todo ello expuesto con una prosa vigorosa, de fácil y amena -cuando no excitante- lectura y extraordinariamente pedagógica.

Empresa harto difícil porque a la inveterada ilusión de los economistas por encontrar explicaciones generales de lo que son fenómenos y situaciones socioeconómicas singulares se ha opuesto normalmente la refutación historiográfica, el análisis específico de cada situación concreta, que se resiste a dejarse modelizar debido a su complejidad social y a la existencia de gran número de variables causales que subyacen en la realidad analizada.

Los autores desmontan la creencia de que la geografía, la cultura o la ignorancia sean causas explicativas de la pobreza y la desigualdad. Los modelos canónicos de Robert Solow y, posteriormente, Kenneth Arrow, que sentaron las bases de la moderna teoría del crecimiento, basados en la disponibilidad de factores productivos y un nivel determinado de tecnología (Solow), se abren al análisis institucional, asumiendo que dos sociedades con similar dotación de factores pero con marcos institucionales diferentes puedan presentar trayectorias de desarrollo divergentes (Douglas North y Ronald Coase).

La refutación de las teorías basadas en un claro determinismo geográfico (Jeffrey Sachs) o en la presencia de elementos culturales (Max Weber o David Landes), y la constatación práctica de que el problema de la pobreza y la desigualdad no radica en la búsqueda de las recetas económicas adecuadas por parte de gobernantes y de diseñadores de políticas, ilustrados e informados, como demuestra el fracaso reiterado de las propuestas a veces sensatas y de gran corrección técnica contenidas en los recetarios de la mayoría de las instituciones internacionales (FMI, etc.) por su inaplicabilidad en las sociedades concretas, traslada el problema al análisis de la pertinencia y calidad de las instituciones económicas que tienen que instrumentar las medidas y, con carácter previo, a la existencia de instituciones políticas que necesariamente las preceden.

La política vuelve así al centro de la escena. El profesor Abba Lerner lo expuso con rotundidad ya en 1970. "La economía ha ganado el título de reina de las ciencias sociales eligiendo como campo los problemas políticos resueltos". "Defendemos la idea de que lograr la prosperidad depende de la resolución de algunos problemas políticos básicos. Y es precisamente porque la economía ha asumido que los problemas políticos están resueltos por lo que no ha sido capaz de aportar una explicación convincente de la desigualdad mundial".

La referencia a aportaciones de claro interés como la reconocida de Arthur Lewis (1955), basada en la coexistencia de un sector tradicional y otro moderno (Teoría de la dualidad), o la "Teoría de la modernización", de Seymon Martin Lipset, en la que el propio crecimiento generaría per se y de manera mecánica las instituciones democráticas, dan paso a un nuevo paradigma que los autores hacen descansar en los conceptos clave de instituciones económicas "inclusivas" o "extractivas". Junto a la noción schumpeteriana de "destrucción creadora", así como el papel de las denominadas "coyunturas críticas", estas instituciones constituyen el núcleo explicativo del éxito o fracaso de los países, junto al nivel de centralización política.

Los autores señalan que "el éxito económico de los países difiere debido a las diferencias entre sus instituciones, a las reglas que influyen en cómo funciona la economía y a los incentivos que motivan a las personas" (pág. 95). Las denominadas instituciones económicas inclusivas serán aquellas en las que los derechos de propiedad, las leyes, los servicios públicos y la libertad de contratación e intercambio están garantizados por el Estado, la institución con capacidad coercitiva para imponer el orden, luchar contra el fraude y el robo y hacer que se cumplan los contratos entre particulares. Las instituciones económicas inclusivas necesitan al Estado y lo utilizan. Las denominadas instituciones económicas extractivas tienen propiedades opuestas a las anteriores y son extractivas porque tienen como objetivo extraer rentas y riqueza de un subconjunto de la sociedad para beneficiar a una minoría que detenta o tiene acceso al poder político.

La existencia de instituciones económicas inclusivas es crucial para aprovechar el potencial de los mercados, fomentar la innovación tecnológica, invertir en personas y movilizar el talento y las habilidades de un gran número de individuos para el desarrollo económico. Pero para ello necesitan instituciones políticas inclusivas, caracterizadas por la existencia de pluralismo político y un Estado poderoso y suficientemente centralizado.

Si las instituciones políticas no son pluralistas o no están suficientemente centralizadas, las denominaríamos extractivas.

El centro del problema radica, así, en la interpelación entre las instituciones políticas y las económicas y en la existencia de disputas y conflictos, pues instituciones diferentes generan consecuencias distintas, no sólo para la prosperidad de una nación, sino sobre cómo se reparte ésta y quién tiene el poder. El conflicto por la escasez de recursos, rentas y poder se traduce en conflicto por las reglas del juego, las instituciones económicas, lo que va a determinar hacia dónde se dirigen los recursos y quién se va a beneficiar de ellos. Pero además, como señaló Schumpeter, el crecimiento económico es un proceso transformador y desestabilizador asociado con una destrucción creadora generalizada. El miedo al cambio, la pugna por el poder en un proceso con "ganadores" y "perdedores", puede convertirse en el principal obstáculo para el crecimiento.

El crecimiento se convierte así en algo impredecible y aleatorio, sujeto a variables que escapan al control social. Los ejemplos de caminos divergentes más evidentes en países de proximidad geográfica como Botsuana y Sierra Leona, Nogales de Sonora y Nogales de Arizona o las dos Coreas, " tan cerca y tan diferentes", resultan más comprensibles que la comparación entre la Revolución Inglesa (La Gloriosa) y Botsuana, o el camino emprendido por Inglaterra respecto al del Imperio austrohúngaro, y así multitud de ejemplos comparativos. Pero impredecible no significa el determinismo del destino. Botsuana, China y el Sur de Estados Unidos, igual que la Revolución Gloriosa de Inglaterra, la Revolución Francesa y la Restauración Meiji en Japón, son ejemplo claro de que la historia no es sinónimo de destino. Sin embargo, no es nada automático ni fácil. Suele ser necesario que se dé una confluencia de factores, sobre todo una coyuntura crítica, acompañada de una amplia coalición de aquellos que exigen reformas u otras instituciones propicias para que la nación avance. También es clave la suerte porque la historia siempre se desarrolla de manera circunstancial (pág. 497)

Los autores tampoco evaden su análisis sobre problemas más actuales. James Robinson, en una reciente entrevista, afirmaba que "China está viviendo un crecimiento extractivo con grandes elementos de inclusión en la esfera económica pero sin instituciones políticas inclusivas. China sí tiene un Estado centralizado y eficaz, pero no tiene un poder político ampliamente distribuido, y este tipo de crecimiento económico es insostenible porque cuando el poder político está tan concentrado no posibilita la innovación y el cambio y el crecimiento se resiente".

Sorprende la somera e intrascendente referencia -una cita de pasada y una sola obra en el anexo bibliográfico- que los autores dedican a la figura de Mancur Olson, cuyo primer libro, "La lógica de la acción colectiva" (1965), abrió caminos de enorme interés para incorporar la necesidad del análisis institucional en los que trató de demostrar, como ha señalado el gran Albert O. Hirschman, que los obstáculos que se oponen al éxito de la acción colectiva de gran número de personas son mucho mayores de lo que se había pensado, intento que prosiguió en sus dos obras posteriores hasta su prematura desaparición.

Particularmente y para el lector asturiano, y de su obra "Crecimiento y declive de las naciones" (1982), rescato un párrafo que no me resisto a transcribir: "...los lobbies parroquiales que se forman para defender con fiereza beneficios para sus miembros normalmente con la ayuda del gobierno, los subsidios, protecciones comerciales y otras distorsiones económicas se acumulan y los recursos fluyen cada vez más a una clase especializada de abogados, burócratas y cabilderos que saben cómo funciona el sistema. Las luchas redistributivas y apropiatorias desplazan a las productivas. El resultado, si no se toma la medicina, es un patrón de declive económico". ¿Les suena?.

La obra, sugerente y de fácil lectura, se estructura de una manera que tran-smite la impresión de que falta una mano final que organice la exposición, a veces reiterativa o excesivamente didáctica, en la que las hipótesis de partida van encajando sucesivamente como un guante con los diferentes y diacrónicos ejemplos elegidos. La escasa conceptualización de las instituciones inclusivas y extractivas, la imprecisión de sus confines y la dificultad de valorar su potencial real para incidir en el crecimiento, así como su rígida dicotomía no parece adecuarse a la complejidad y singularidad de la realidad social y de su proceso de cambio. "Es demasiado complejo el cambio social como para descansar en una causa única o en significadas categorías binarias". (J. M. Alonso y J. L. G. Delgado).

Observaciones que no deberían empañar el gran interés del libro, capaz de generar entusiasmo y reflexión a la vez, que reivindica la necesidad del Estado de Derecho y de la expresión en libertad de los ciudadanos para mejorar las condiciones de vida y el progreso económico de las sociedades.

Coméntenlo en una tertulia o en una reunión de amigos. No dejará indiferente a nadie. Y, al final de un pequeño y siempre satisfactorio esfuerzo individual, obtendrán una mayor riqueza tanto para el colectivo como para todos y cada una de sus componentes.

El economista José Luis Marrón reivindica en este artículo el papel fundamental de las instituciones para lograr un crecimiento económico sostenido. En su libro "Por qué fracasan los países", los profesores Acemoglu y Robinson desmontan la creencia de que la geografía, la cultura o la ignorancia sean causas de la pobreza y la desigualdad. Sociedades con tecnología y factores productivos similares, pero con marcos institucionales diferentes, pueden presentar desarrollos divergentes. Los autores distinguen entre instituciones económicas "inclusivas", en las que el Estado garantiza las libertades y el cumplimiento de las leyes, y "extractivas", que fagocitan riqueza de una parte de la sociedad para beneficiar a una minoría que detenta o tiene acceso al poder político. Las luchas redistributivas y apropiatorias desplazan, en este último caso, a las productivas y el resultado es un patrón de declive económico. "¿Les suena?", pregunta Marrón en alusión a Asturias.

Compartir el artículo

stats