Sano parece que España celebre su fiesta como cualquier país satisfecho y orgulloso. Saludable parece que lo presida el jefe del Estado, por más que no haya sido elegido según algún procedimiento participado y abierto. Pero que su acto principal sea eminentemente militar nos resulta desconcertante.

¿Acaso no nos representa tan bien o mejor la Organización Nacional de Trasplantes, la Judicatura, la Policía Nacional, el cuerpo de docentes de Primaria, el colectivo de enfermería de atención hospitalaria, la selección femenina de balonmano, o tantos otros colectivos que sirven al país o actúan en nuestro nombre?

El colmo de lo incomprensible para un país que se dice democrático, Estado de derecho y aconfesional salta cuando aparece la voz de un capellán católico castrense y un cántico fúnebre que reza a un Tú divino y supone por fe la inmortalidad de los caídos.

¡Caramba! Querríamos una celebración para toda la ciudadanía española, no sólo para la creyente monoteísta católica.

2015, año en que todavía el Estado español se expresa nacional-católico, ¡qué pena!