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ALAN KNIGHT | Catedrático de Historia Latinoamericana de la Universidad de Oxford

"La revolución dividió a México, pero ya es un mito histórico; el país cambió mucho"

"No se puede negar la historia de la conquista, que no impide conmemorar una cierta identidad iberoamericana"

Alan Knight, ayer, en Oviedo. LUISMA MURIAS

Oviedo, José A. ORDÓÑEZ

-Se alzan voces críticas con la celebración de la fiesta nacional española el 12 de octubre, fecha del descubrimiento de América. ¿Tenemos o no algo que festejar?

-No sé si quiero entrar en esa polémica por ser extranjero, pero entiendo muy bien por qué hay ese debate acerca de la naturaleza de la conquista. Probablemente se puede conmemorar -no festejar- y pensar la conquista y todo lo que resultó de ella, reconociendo al mismo tiempo que provocó violencia, enfermedades y otros problemas. No se puede negar la historia, pero eso no quiere decir que no se pueda pensar y conmemorar una cierta identidad iberoamericana.

-Pero históricamente los imperios se han forjado a sangre y fuego...

-Sí, en cierto sentido ha sido así. Se trata de imponer la voluntad de la metrópoli frente a las colonias.

-Usted es especialista en la revolución de México. ¿Cómo ha marcado ese acontecimiento al país azteca?

-El gran impacto se dio en la primera mitad del siglo XX. Comenzó en 1910 y hubo treinta o cuarenta años de gran cambio, no sólo por las luchas del principio, sino por lo que pasó en los años veinte y treinta con la reforma agraria y laboral, el anticlericalismo, una suerte de renacimiento de la cultura y la corriente indigenista. De 1940 en adelante ese impacto fue mucho más débil. Cuando entramos en la segunda mitad del siglo, con el PRI dominante, y aunque aún con conmemoraciones de Emiliano Zapata y de Pancho Villa, México accede a una etapa nueva con otras prioridades y otra generación política. Hoy el PRI ha regresado al poder, pero es un partido diferente. La revolución sigue ya como un mito histórico, como un punto de referencia importante, pero la realidad es que es cosa del pasado. Me cuesta creer que algo que empezó hace cien años siga vivo.

-¿Cómo ven aquella revolución los mexicanos de hoy en día?

-Es muy importante conocer que cuando estalló la revuelta había quienes estaban a favor y quienes estaban en contra. Ahora hay gente que quiere mantener esa herencia, que festeja a Villa y a Zapata, pero también otros que dicen que Villa fue un bandido y un asesino. La Iglesia en su mayoría estaba totalmente en contra de la revolución y hubo muchos católicos radicalmente antirrevolucionarios. La revolución siempre dividió a México. En la reciente conmemoración de su centenario también lo hizo. El Norte, que es más revolucionario, la celebró mucho más que algunos estados del centro, conservadores y católicos, donde aquel movimiento se ve como algo violento y negativo.

-¿Cómo y por qué se gestó la revolución de México?

-Hay mucho debate entre los historiadores por ese asunto. Literalmente, comenzó con un estallido en 1910, pero tiene que ver con los treinta años de gobierno del dictador Porfirio Díaz. Aquel fue un periodo de cambio económico muy brusco, en una parte exitoso, pero en el que hubo un proceso de concentración de tierras en favor de los hacendados, cuando el 75% de la población era campesina. Eso desencadenó un clima de gran tensión. Emiliano Zapata fue un caudillo agrarista que quería restituir las tierras al pueblo, aunque también había corrientes obreristas y de clase media. Fue un proceso muy complicado, pero la restitución de las tierras desembocó en la primera gran reforma agraria de América Latina en el siglo XX.

-¿Fue su mayor logro?

-Fue probablemente la consecuencia de mayor envergadura, ya que cambió toda la estructura de la tierra. En 1949 casi la mitad de la población ya era de arrendatarios que habían recibido las tierras. Los grandes latifundios se habían acabado.

-¿Qué papel desempeñó el exilio republicano español que llegó a México en los años treinta y cuarenta del siglo XX?

-Muy importante, verdaderamente. Siempre hubo emigración española a México, sobre todo de comerciantes, inversionistas y clases medias, que, a veces, generaba cierto rechazo. Pero los refugiados republicanos de los años treinta fueron muy bien recibidos por el presidente Lázaro Cárdenas, izquierdista. Llegaron al país entre 40.000 y 50.000 y hay que decir que no eran muy bien vistos desde algunos sectores, que les consideraban subversivos y comunistas. Sin embargo, hicieron una gran contribución a México en términos culturales. Ahí están, por ejemplo, el Colegio de México de la capital o el Fondo de Cultura Económica.

-¿Qué momento vive México en la actualidad?

-El país está muy ligado a EE UU. Así ha sido desde hace más de un siglo, pero ahora más por el Tratado de Libre Comercio. En la política doméstica, la cuestión es la falta de seguridad, la criminalidad y hechos tan graves como la desaparición de los estudiantes de Magisterio. Creo que el Estado mexicano tiene un gran problema para imponer su autoridad y un Estado de derecho. La economía no anda tan mal como algunas europeas y, en ese sentido, la relación con EE UU y el tratado han resultado positivos. Llevo casi cuarenta años en México y ha habido grandes cambios. El PRI es diferente. El sistema es democrático, aunque no sea perfecto. Pero casi ninguno lo es.

-¿Qué futuro le espera a las relaciones políticas entre México y Estados Unidos?

-En Estados Unidos hay un gran rechazo a los inmigrantes mexicanos. Ahí está gente como Donald Trump, que quiere levantar un muro en la frontera, algo que parece de todo punto imposible. Hay un cierto pánico moral a la emigración mexicana, pese a que ha caído y a que, incluso, se produjo un reflujo de regreso. Hay muchas compañías que dependen de la mano de obra de los mexicanos, una forma de inserción de México en el mercado estadounidense que supone una ventaja. Hay que decir que México ha experimentado en los últimos años un gran avance en materia industrial, por ejemplo, en lo relacionado con el automóvil.

El británico Alan Knight (Londres, 1946) es catedrático de Historia Latinoamericana de la Universidad de Oxford y uno de los especialistas en la revolución mexicana más reputados del mundo. Ayer estuvo en Oviedo para recoger un galardón de la Asociación Iberoamericana de la Comunicación (Asicom) y atendió a LA NUEVA ESPAÑA.

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