Hace unas semanas, Sidahmed Ahmed, un niño de 11 años que vive entre Dajla, uno de los campamentos de Tinduf, donde estudia, y Bojador, donde están su madre y sus seis hermanos, enviaba un vídeo a su familia asturiana, con la que ha pasado los últimos cinco veranos. Cual reportero televisivo recorría alegre su casa. Quería demostrar que no vivía en una jaima, que en los campamentos de refugiados saharauis también hay, o había, casas. Mostraba la nevera y a su hermana haciendo el pan. Es el orgullo del pueblo saharaui, ese orgullo que les mantiene vivos desde hace cuarenta años en el desierto.

El sábado pasado, Sidahmed enviaba otro vídeo. Desgarrador. Un niño de 11 años contando que su casa se había caído, que no tenían nada. Pero lo hacía con el mismo orgullo. Lo primero que se escucha es preguntar a su familia asturiana cómo están todos. Poco a poco va mostrando la devastación. "Cayó, mi casa se cayó, no queda nada, llovió muchísimo", explica como el que narra que ha estado jugando al fútbol con unos amigos. Poco después, su hermana Hanun mandaba otro archivo de audio. "Tenemos hambre, sí, no tenemos nada, pero estamos todos juntos". El mismo tono con el que insiste una y otra vez, como un mantra, "estamos bien, estamos bien", como queriendo tranquilizar a quien a más de mil kilómetros sufre casi más que ellos.

Las lluvias que han caído sobre el Sahara Occidental en los últimos diez días lo han destrozado todo, 25.000 personas se han quedado sin casa y hay casi 100.000 afectados. Entre ellos están los 250 niños que pasan el verano en Asturias dentro del programa "Vacaciones en paz" que coordina la Asociación Asturiana de Solidaridad con el Pueblo Saharaui. El primer día de lluvia a Sidahmed le pilló en Dajla, en la escuela, con su hermano Mohamed. La tarde fue dura y ya por la noche su hermano Jalil, el mayor, decidió ir a buscarlos. Los tres desaparecieron durante dos días. Su familia no era capaz de localizarlos, nadie sabía nada de los chavales. Aparecieron en las montañas. En Dajla se derrumbó el 80 por ciento de las edificaciones, casas, escuelas, consultorios médicos, y les habían desalojado a la zona de dunas cercana a la "ciudad". En casa quedaban cuatro hermanas y una madre que no se lo creía y no paraba de llorar por sus hijos pequeños. Finalmente, la familia se reunió. No tenían casa, así que habían instalado una jaima, pero la lluvia también la destrozó. Con algo de dinero que les quedaba de lo que en septiembre había llegado desde Asturias compraron otra jaima, "es pequeña, pero estamos juntos", explicaban. Esa misma noche, la del sábado pasado, la Media Luna Roja les llevó aceite, espaguetis y harina, y mandaron otro archivo de audio para contarlo, para decir que ya tenían algo que comer. Es curioso. Muchas de las familias de niños saharauis que pasan su verano en Asturias lo han perdido todo pero se las ingenian para comunicarse a través de Whatsapp.

Sidahmed es del Barça, de Messi, o lo era has ta que Rober Robles le llevó a un partido del Oviedo en el Tartiere y entró en el vestuario a charlar con los jugadores. Los últimos días de su verano en Asturias estaba empeñado en que le regalasen una camiseta del Barça, la quería llevar al Sahara. Y la llevó. Robles se encargó de ello, además de toda la equipación del Oviedo. Es un niño como otro cualquiera. Pocos minutos después de enviar el vídeo en el que enseña las ruinas de su casa envía otro. El desierto es una laguna, hay más agua que arena, pero el guaje coge la bici que el año pasado le enviaron desde Grado y se mete en el agua. Pedalea descalzo, se adentra hasta que le cubre por la cintura. Él sigue jugando y, como cualquier niño, desobedece a su madre, que le dice que se meta en "casa", que se iba a resfriar. En un último mensaje antes de perder de nuevo la comunicación con ellos durante demasiado tiempo piden linternas, velas y medicinas.

A Sidahmed le queda un último verano en Asturias. Volverá en julio y contará orgulloso que él y sus hermanos han construido otra casa en el desierto para su madre.