El físico asturiano Pablo Alonso incide cada vez que tiene ocasión en que Asturias necesita "una visión colectiva" y una "mentalidad compartida" que permita aunar esfuerzos y focalizarlos en la ciencia y en la transferencia de conocimiento al tejido productivo. Él insiste en que es posible, que su trabajo no deja de ser investigación aplicada y que como él hay muchos jóvenes asturianos dispersos por el mundo y a los que es necesario recuperar para que desarrollen su trabajo en la región. Para eso, añade, es necesario que los políticos y el empresariado regional "se lo crean".

Eso fue lo que ocurrió en el País Vasco cuando tuvo que cambiar su modelo económico con la crisis de finales de los ochenta y principios de los noventa. Hubo un acuerdo político, económico y social de hacia dónde debía avanzar la comunidad y de la necesidad de apostar por una industria moderna. Hoy se sitúa a la vanguardia española, europea, y se codea con lo más granado del mundo.

En ese escenario de apuesta por la investigación y el desarrollo tecnológico es en el que Pablo Alonso ha desarrollado su trabajo durante el último quinquenio estudiando las posibilidades del grafeno, un material de laboratorio obtenido a partir de grafito puro que a simple vista es poco más que una mínima telaraña, una película prácticamente invisible de un átomo de espesor -80.000 veces más pequeña que un cabello- y que se caracteriza por su extraordinaria resistencia y sus propiedades de inmensas aplicaciones particularmente electrónicas.