Nací en la República, de niño pequeño viví la guerra, luego el Estado nacional y la monarquía, y la democracia de papel. He sido testigo de una progresiva pérdida de los viejos valores, acelerada en las últimas décadas. Resumir a qué valores aludo no dejaría sitio para más. Ayer la gente era mejor, sobre todo en las clases bajas y medias, pero también en las altas; más noble, generosa y sacrificada. Pero ¿por qué eran mejores? ¿Por temor al castigo divino o policial? Quizá en cierto grado, pero sobre todo por la educación y ejemplo de sus mayores, a quienes se respetaba y amaba, como dicen que les respetan y aman los gitanos y los chinos. Porque el ambiente general era de una mayor solidaridad y apoyo, fuera y dentro de la familia; lo he vivido en las dos ramas de la mía. Ahora hay jóvenes que maltratan y hasta pegan a sus padres, y a sus profesores, y otros que los tienen abandonados en su ancianidad.

Por lo demás, caciques los hubo siempre, pero pocos, como pocos eran los políticos corruptos e incompetentes; hoy abundan los de ambas especies.

¿Y por qué causa esa extendida pérdida de valores, encabezados por el valor? Sólo voy a citar una, aunque no sea la principal. Hace medio siglo se decía que los valores morales no crecían al ritmo del progreso técnico; hoy podría decirse que caminan en direcciones opuestas. Probar este aserto no dejaría sitio para más. Paradójicamente una de las causas de la pérdida de valores sería el propio progreso técnico. A partir de los pasados años 50, los electrodomésticos hicieron más fácil la vida de las amas de casa, pero hoy la explosión tecnológica crea una enorme distancia entre ricos y pobres; enorme distancia en posibilidades económicas y, en consecuencia, en el uso y disfrute de los bienes y adelantos; desde los pobres que no tienen un mal techo hasta los que viven en palacios; desde los que malviven con mendrugos de boroña hasta los que se sacian de bugre. Sin olvidar que las grandes fortunas suelen ser obra de grandes codicias y de grandes latrocinios, y que son fruto y causa de las grandes miserias; y si nos ceñimos al ámbito sanitario, hoy con medicamentos y adelantos salvíficos, inasequibles a la mayoría, puede predecirse que con el declinar de la medicina pública, y siguiendo las huellas de Uncle Sam, en unos lustros estaremos como están en territorio yanqui, sin apenas medicina pública, y acosados por las mutuas sanitarias, con distintos grados de pólizas de seguro, desde aquéllas para magnates, que lo cubren todo, hasta aquéllas para pobres, que sólo cubren catarros y seis pies de tierra en precario.