Un recorte de periódico amarilleado por el tiempo me recuerda las exequias de mi padre. Me quedé huérfana sin haber cumplido los 2 años. De tal forma que mi álbum de recuerdos es somero en imágenes, pero no de descripciones de momentos que no alcanza mi memoria.

Mariano Vallina Fernández, mi padre, falleció el 28 de febrero de 1975, en un tajo del pozo Pumarabule en Siero. El mismo tajo donde se negó a ir una vez y por el que le castigaron... La segunda y última pesó más el sustento de la familia que su propia vida, y allí quedó, en el molín a donde le arrastró la cinta transportadora del carbón, dejando viuda e hija.

En aquellos años, Hunosa fue cicatera con las indemnizaciones a las viudas, así que éstas pleiteaban sin mucho éxito.

Años después resarció aquel abandono, priorizando el acceso a las galerías que sepultaron nuestros recuerdos a los hijos e hijas de mineros fallecidos.

Y ahora plantan un semillero de placas, frías placas de acero en el pozo Sotón... una suerte de memorial para el que no se ha contado ni siquiera dirigido a las familias. ¡Qué menos! Porque, al final, esos 485 padres, hermanos, hijos, maridos... son nuestros muertos.

Este 4 de diciembre, en esta Santa Bárbara bendita, pistoletazo de salida de la campaña electoral, queda "instalado" en la atracción turística del pozo Sotón un jardín poblado de nombres como el de mi padre. De nuevo el periódico me recordará su ausencia, la soledad de mi madre para salir adelante y mi añoranza porque no tengo sus recuerdos desde hace cuarenta años.