"Para quien no me conozca, soy una persona normal, casado con una mujer maravillosa y padre de tres hijos. Al igual que todo el mundo, soy esclavo de un sistema que nos lleva casi de forma autómata a pensar en tener y no en ser. Llevo muchos años intentando desviarme de este erróneo camino, tratando de llevar una vida sencilla y manteniendo un profundo contacto con la naturaleza. Con la frase del filósofo estadounidense Henry David Thoreau justifico mi reclusión: 'Fui a los bosques porque quería vivir profundamente y desechar todo aquello que no fuese vida. Para no darme cuenta, en el momento de morir, que en realidad no había vivido'. No sé lo que busco, pero sé que busco algo".

Esta es la carta de presentación que escribió el fotógrafo y naturalista José Díaz (Oviedo, 1966) durante su primer día de aventuras -11 de septiembre- en una cabaña de 58 metros cuadrados en el parque natural de Redes. Su sueño era pasar "Cien días de soledad" -como así se llama el documental que contará su experiencia- y va camino de conseguirlo. El sábado 19 despertará finalmente de ese sueño para reencontrarse con la realidad. Un concierto de música clásica a las doce y media de la mañana en el entorno de su cabaña pondrá el punto final a una aventura que, por lo que él mismo ha ido relatando en un blog de LA NUEVA ESPAÑA, ha sido dura, triste y cansada, pero sobre todo muy gratificante. "Aquí todo es belleza, en la ciudad no; aquí reina la paz y el silencio, allí no; aquí el tiempo y el ritmo de las cosas las marco yo, allí no...", contaba el pasado 9 de octubre.

José Díaz se siente en Redes él mismo, "el ser del bosque", como le llaman sus propios hijos. Y es que el ovetense (residente en La Fresneda) puede pasarse más de cuatro horas sentado en lo alto de una colina contemplando el paisaje o analizando con gran detalle la elasticidad de los árboles frente al viento. "Aquí el tiempo parece ilimitado, es como si no hubiera mañana", dice. Pero esa reflexión también le ha acarreado mucho sufrimiento. Sobre todo, en las frías noches de otoño ante la chimenea. Es en ese preciso momento cuando más sufre la soledad, cuando realmente se da cuenta de que sólo tiene la compañía de su caballo "Atila" y de sus gallinas, y cuando más echa de menos a su familia. "No hago más que soñar con las Navidades y eso que no me suelen gustar", cuenta. Quizá por eso, sus noches siempre son "malas" y el único antídoto a su sufrimiento sea leer "Walden", el libro de Thoreau.

El estadounidense vivió hace 140 años lo mismo que Díaz está viviendo ahora. Quiso aislarse de la realidad y lo hizo. "Espero que entre el silencio y la paz que aquí se respira, alguna transformación se produzca en mí y que vaya mejorando como persona", afirma. De las experiencias diarias de José Díaz se desprende esfuerzo y dolor. Durante los cien días que está a punto de cumplir en Redes ha tenido que hacer frente a todo tipo de contratiempos. Desde perder las ovejas y tener que racionar la comida hasta quedar sin noción del tiempo o soportar durante horas el peso de su trípode y su cámara en su espalda. Entre pasos y pasos, los golpes no fueron pocos. "Tengo el cuerpo dolorido, me acabo de dar cuenta al levantarme de la cama. No hay dedo en el que no tenga una herida, una llaga o una grieta. Posiblemente, si me parase a descansar un día entero, me costaría mucho volver a coger el ritmo. Por eso, tengo que seguir, aunque me duela todo", escribía el 26 de octubre.

Las excursiones por el entorno de Redes fueron en estos casi tres meses de soledad su mejor medicina. José Díaz sale prácticamente todos los días, ya sea sólo o con su caballo "Atila", a fotografiar y grabar el paisaje. En el disco duro de su cámara esconde instantáneas únicas de corzos, rebecos, jabalíes, zorros, gatos monteses... También de su cabaña, de sus gallinas, de su huerta y de los pequeños detalles que le rodean. Todo ello dará color a un largometraje de 80 minutos, que se proyectará a finales del año que viene en los cines de la mano de la productora Wanda Films. Por ese documental, el naturalista ovetense ha sido capaz de pasar noches en una tienda de campaña con el viento golpeando la tela o levantarse de madrugada para captar el amanecer.

La desesperación le ha llevado a aguantar durante horas a las afueras de una cabaña próxima a Caleao (Caso) para oír y sentir las pisadas de su hijo José. Es en ese punto, sin contacto alguno, donde ambos intercambian sus cartas. Unas, las de su familia para calmar su soledad; otras, las de su puño y letra, para remitir a LA NUEVA ESPAÑA y publicar en su blog "Cien días de soledad" (www.lne.es). Díaz describe así uno de estas experiencias: "Oí algo y empecé a correr y saltar como una gacela. De pronto, me quedé como una estatua; una prueba ciertamente dura para mí. Sentí apagarse el motor de un coche, un crepitar de bolsas de plástico, unos pasos, el chirrido de la puerta de la cabaña y a continuación un silencio de quince minutos. Intuí entonces que Josín estaba leyendo su carta. Luego, escuché otros pasos y el motor alejándose. Ni siquiera sumido en ese estado nostálgico, me di cuenta que estaba invadido de hormigas".

A través de una de esas cartas, José Díaz se enteró de los atentados de París. La noticia le hizo reflexionar y valorar más aun su situación de privilegio en la naturaleza. "Esa noche no puede dormir. En mi cabeza se arrinconaron los maravillosos pensamientos que rondan por ella desde hace ya 75 días y pasaron a ocuparla despiadados actos de terrorismo. Es difícil imaginar que no son mundos diferentes, que yo aquí, rodeado de belleza armonía, silencio, pureza, comparta planeta con personas -por llamarlas de alguna forma-, que son capaces de asesinar en nombre de su Dios a decenas de pobres inocentes. Y mientras muchas personas ya no están entre nosotros, el resto sigue su rutina diaria, como si nada hubiera pasado. Oyendo estas cosas apetece prolongar los cien días en otros cien, y en cien más después...", comenta. Pero esa paz se acaba y el sábado 19 le tocará volver a ese mundo que por bueno o malo, es el suyo.