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"Rezamos para que llueva y no se reavive"

Los vecinos de Coaña, Boal y Villayón, también azotados por las llamas, temen una nueva oleada a causa del buen tiempo

Arriba, estado en el que ha quedado la senda que discurre por la costa coañesa. Sobre estas líneas, un trabajador forestal, el sábado en el incendio de Villayón. Abajo, imagen de este incendio. G. GARCÍA

La senda verde que acompañaba al viajero desde Ortiguera, en Coaña, a Viavélez, en el Franco, es hoy el camino del horror. El negro tizón domina la escena. Entre los esqueletos del bosque, la tierra, aún caliente, humea. En una vaguada, el camino se asoma a la playa de Torbas, cubierta desde el sábado de un manto negro. Y es que el terror de las llamas no se limitó a azotar el concejo de El Franco durante todo el fin de semana. Los términos municipales de Villayón, Coaña y Boal también sufrieron en sus carnes el horror desatado en la jornada del sábado. De hecho, en Boal se sitúa el origen de la lengua de fuego que abrasó de Sur a Norte kilómetros y kilómetros de monte franquino.

Las pérdidas en madera son incalculables. Los vecinos señalan que el mal estado de la superficie forestal, abandonada a su suerte, fue uno de los principales factores que agravaron la desgracia. El miedo aún perdura, ante la posibilidad de que el terror se reavive. Piden al cielo que llueva, y pronto, para cerrar este capítulo de pesadilla.

En el concejo de Coaña, Cartavio y Loza se llevaron la peor parte. Las llamas camparon a sus anchas a la vera del mar, y cerca estuvieron de llevarse consigo alguna que otra vivienda. Tan sólo la labor de los bomberos, vecinos y ganaderos de la zona lograron evitar pérdidas de consideración.

Juan Carlos Fernández es el propietario de un negocio hostelero en Loza. Apenas un centenar de metros separó sus modestos apartamentos rurales del monte en llamas. Hoy analiza la situación del arbolado: "El viento, que en ese momento fue nefasto, porque expandió el incendio, quizás a la larga tenga un pequeño punto negativo. No dejó que las llamas quemasen todo el árbol, de lo rápido que las empujaba", explica. Cree que, con la llegada de la primavera, se podrá comprobar el verdadero daño ambiental. "Lo cierto es que la mayor parte de lo que quemó era maleza", señala. Además, desde ese mismo momento, nadie es capaz de quitarle una idea de la cabeza: "Es muy sospechoso que haya habido tal cantidad de incendios en un día específico, tan propicio. Esto es obra de alguien que sabe, que controla", recalca.

A Isabel Pérez el miedo no se le va del cuerpo. Hasta que no caiga agua del cielo no estará tranquila: "Rezamos para que llueva. Esperamos que lo haga estos días, porque si se levanta viento de nuevo, no sé que va a pasar", advierte. De hecho, Loza fue uno de los puntos calientes en la jornada de ayer, donde se mantenía un foco sin controlar.

Isabel Pérez da gracias a que su hijo, que es bombero, supo manejar la situación y coordinar a vecinos y voluntarios en la defensa de su casa de piedra. "Fueron de mucha ayuda los ganaderos", asegura. Isabel temía que algo así acabaría pasando. "Están todos los montes abandonados. Lo que tenemos es la consecuencia de cincuenta años sin mirar para ellos", critica. Su familia perdió una parcela que el año pasado habían limpiado y plantado de nuevo. Tiene esperanzas de que la primavera llegue con brotes verdes. Aún así, nunca olvidará que vivió "en un infierno".

En las inmediaciones del núcleo de Brañalibrel se sitúa el origen, la chispa con la que comenzó todo. La aldea pertenece a la parroquia de Rozadas, en Boal, está situada a una altitud de 650 metros, y en ella viven una veintena de vecinos. Ninguno de ellos vio su casa en peligro desde el sábado por la mañana, cuando se declaró el incendio. Asimismo, nadie sospechaba que lo que comenzó en medio de una sierra montañosa, la de La Bobia, terminaría a orillas del Cantábrico, a unos quince kilómetros en línea recta.

"Fueron momentos muy complicados, de mucha tensión", recuerda José Antonio Barrientos, alcalde boalés, que añade que en su vida había visto "nada igual", a pesar de haber presenciado bastantes incendios. La vorágine de fuertes vientos, de hasta cien kilómetros por hora, maniató a los que intentaban controlar la situación. "No podíamos atacar el fuego por medio de medios aéreos ni terrestres", explica el regidor, por lo que se optó por defender de la mejor forma posible las viviendas cercanas.

El balance en Boal es, al igual que en otros concejos, desolador. Dos casas abandonadas quedaron convertidas en polvo, de la misma forma que centenares de hectáreas. Muchas con madera aún por cortar. Los ahorros de muchos vecinos se esfumaron en un abrir y cerrar de ojos.

Villayón vivió un duro fin de semana. En este caso, el incendio se declaró a primera hora del sábado en las cercanías de las localidades de Parlero y Busmente. El frente avanzó hasta la zona de Las Berrugas, y también afectó a terreno de El Sellón y Masenga. Es una zona de montaña, que sufre, al igual que el resto de la comarca, una gran seca. "Quedaban unos focos pequeños, pero a primera hora de la jornada del domingo se controló y ya está extinguido", explica Ramón Rodríguez, primer edil de Villayón. No hubo riesgo de viviendas, pero sí que se quemaron una gran cantidad de hectáreas de bosque y matorral.

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