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Cómo acabar carreras de obstáculos

Asturianos con discapacidad becados por la Once valoran la mejoría de las ayudas, pero avisan de que "se pierde talento por falta de empuje de los poderes públicos"

de madrid a oslo. Jaime Fernández-Paino y Andrea Batalla: él estudiante de Derecho y Políticas en Oslo, ella ingeniera técnica de telecomunicaciones que cursa un máster en Madrid. MARÍA GÓMEZ

Jaime Fernández-Paino no va a poder levantar cuarenta kilos y lo sabe, pero reta "a cualquiera a que escriba más rápido que yo en un teclado con una sola mano". Gijonés, 22 años, sufre una disfunción que ha coartado el desarrollo de su mano y pierna izquierdas. Tiene menos masa muscular, menos fuerza y coordinación. Más coraje. Dirá que no conoce a nadie "que tenga una discapacidad y se haya resignado a padecerla en lugar de intentar superarla". Está a punto de terminar Derecho y Ciencias Políticas en Noruega y es uno de los cuatro asturianos con discapacidad, tres estudiantes y un investigador, becados este curso por la Fundación ONCE. A lo mejor es la voz de todos la que dice a través de Jaime que esa ambición en guerra abierta contra la resignación, esa apología del esfuerzo "para desarrollar otras capacidades que también te diferencian, pero esta vez por arriba", han hecho por él al menos tanto como los bastones que le han podido poner las ayudas de una sociedad que ha mejorado el apoyo a los que estudian con -no contra- la discapacidad, pero que tiene aún un abundante camino escarpado por delante.

Con una mano y sin darse importancia, Jaime estudia el último curso del doble grado de Derecho y Ciencias Políticas en la Universidad de Oslo (Noruega). Él y otros tres asturianos, todos en combate para quitarle el prefijo a la discapacidad, son los adjudicatarios de cuatro de las 55 becas que ha concedido la segunda edición del programa de la Fundación ONCE para aliviar el trance de estudiar o investigar en estas condiciones de desigualdad. Ese apoyo es una fe de vida de las ayudas que no esconde que también faltan unas veces "medios", otras convencimiento y sensibilidad para alcanzar el nivel óptimo de apoyo a sus carreras de obstáculos. Ni un gramo de compasión, la idea es no dejar que crezca la resignación.

La convocatoria se llama con toda la intención "Oportunidad al talento". Fernández-Paino, que recibe 6.000 euros de una de las ayudas de "movilidad transnacional", incluye la integración de las personas con discapacidad entre las "virtudes" que hay que reconocerle a España, pero lamenta tener que descender al detalle y decir que "el problema son los medios" y que la crisis lo ha agravado. "Durante años se han perdido miles de grandes talentos frustrados por problemas relacionados con la discapacidad", subraya, "debido a la falta de empuje de los poderes públicos, que por cierto tienen un mandato constitucional para proteger a estas personas". La sociedad civil y la iniciativa privada han debido asumir, apostilla, "un papel que el Estado no ha querido o no ha sabido interpretar".

Dirá que no son víctimas, que un mundo concebido por gente sin discapacidad para gente sin discapacidad levanta "barreras invisibles, pero muy reales, para las que necesitamos ayuda. Pero no somos más ni menos que nadie ni exigimos más que otros". Muy simple. Muy lejano. Muy en equilibrio con lo que también observa David Hevia. Bioquímico lavianés, 36 años, adjudicatario de una de las tres becas de investigación de 25.000 euros que la ONCE ha concedido en toda España, él mira todo esto desde el laboratorio del Instituto Universitario Oncológico del Principado, donde investiga el cáncer de próstata. Quiso derivar su trabajo hacia ahí cuando un tumor óseo le dio a los 21 años "un año sabático en el Huca" que no había pedido y que le obligó a acabar Química en medias jornadas de cinco horas de rehabilitación y cinco de clase. Le quitaron el fémur, la rodilla, el plato tibial y un porcentaje elevado de músculo y ahora camina unas veces con bastón, otras sin él y casi siempre con dolores, pero "como en la investigación no se valora que corras los cien metros en diez segundos, nunca me he sentido discriminado. Todo lo contrario". Soporta sin aspavientos su "discapacidad por movilidad reducida", pero sabe que también podría hacerse más por él y por todos sus compañeros. Y tampoco haría falta demasiado. "Hay pequeñas cosas", avanza hablando de lo que más conoce, "en las que la Universidad tendría que dar un golpe de efecto, ser pionera". "En las oposiciones a la administración autonómica", pone por ejemplo, "hay un cinco por ciento de reserva para personas con discapacidad. Eso no pasa con los profesores universitarios", lamenta, "porque las plazas se convocan una a una".

Mentiría si sostuviera que no ha percibido cambios. Los quince años que él ha pasado en este trance dan para constatar una lenta evolución, para ver que "cuando yo estudiaba no existía una oficina para atender a estudiantes con necesidades específicas, o había que rellenar un millón de documentos para que te concediesen la matrícula de doctorado gratuita para personas con discapacidad?" Buscando ejemplos, él no se resiste a volver a recordar Texas, aquellos seis meses de agradable estancia en el MD Anderson Cancer Center de Houston y el descubrimiento de que allí "la discriminación positiva es casi un exceso", o de que "la multa más grave del código de circulación" castiga el aparcamiento en una plaza reservada para personas con discapacidad. "No hay ninguna ocupada irregularmente. Te detienen". A lo mejor no hace falta llegar a tanto, remarca, ni pasaría nada por acercarse al concepto.

A Mayte González de Lena le gustan poco los autobuses. Tiene 32 años y una discapacidad que no se ve, fruto de una enfermedad rara, congénita y hereditaria, que le genera tumoraciones osteocondromatosas en las articulaciones, limita el movimiento y "me causa dolor". Por eso en el autobús "me siento" aunque la gente que no ve su problema la mire mal por no ceder el sitio. Se ha licenciado en Veterinaria y ha recibido una beca de la ONCE para seguir el máster en prevención de riesgos laborales que cursa en la Universidad de Oviedo. Ovetense residente en Pajares (Lena), admite que a veces en las entrevistas de trabajo levanta suspicacias su pregunta de si hay que coger pesos, o estar mucho tiempo de pie o agachada, o la misma palabra tumores, "aunque sean benignos", "porque a ver si se me va a poner de baja..." Es la pequeña de cuatro hermanos, agradece el apoyo de la familia y dice haberse sentido siempre "excelentemente tratada". Se ha reinventado, no busca empleo como veterinaria clínica por una certeza que ejemplifica asumiendo que no podría cargar con "perros de treinta kilos", pero sabe que ahí no se acaba el mundo, que habrá otras salidas profesionales a su medida. Por eso el máster.

En Madrid, Andrea Batalla, ingeniera técnica de Telecomunicaciones, gijonesa con domicilio en Candás, 27 años, estudia el suyo en Gestión de Riesgos Financieros por la Universidad Pontificia de Comillas y ha recibido la misma cuantía que Mayte. Tres mil euros no lo cubren todo, pero son "un complemento" que ayuda. Tal vez como todo lo que perciben que reciben, porque si bien es verdad que "estudiar con una discapacidad no supone ningún problema para mí", o que " yo hago una vida completamente normal", también lo es que "faltan algunas ayudas". Lo dice una alumna con una incapacidad leve -consecuencia de una hemiplejía izquierda por un ictus que sufrió en 2013-, alguien que precisa "una rehabilitación muy costosa que nadie te paga. La sanidad pública no lo cubre, yo tengo la suerte de que mis padres pueden pagarlo".

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