Los ganaderos asturianos se han obligado a venir a salir el fuego. A salir al paso, concretan, de un "intento de criminalización" que los acusa de incendiarios por "ignorancia". Los agrupados en Asturias Ganadera, una federación de asociaciones con unos ochocientos componentes, expusieron ayer su teoría respecto a la oleada incendiaria de diciembre y enero, con sus 453 fuegos en dos semanas y sus más de 10.000 hectáreas quemadas aun antes de que se contabilice toda la superficie afectada. Señalados como verdugos, ellos dicen ser víctimas. Les exculpa, sostienen, su certeza de que "somos los grandes perjudicados" por las llamas, la constatación de que las áreas calcinadas "no son pastables ni tienen el menor interés para generar o regenerar pasto" y la observación en lo quemado de "arbolado y zonas pedregosas, superficies de caliza, granito o cuarcita" excluidas de las ayudas de la Política Agraria Común (PAC) y ajenas por tanto, según su tesis, tanto al pastoreo como al supuesto interés del propietario agrario por incrementar su superficie subvencionable.

Anselmo García, vocal de la federación y ganadero de Teverga, se obliga a recordar que los terrenos quemados se acotan al pastoreo sin que "se cierren ni los cuide nadie". Que "como las fincas limítrofes a esas sí tienen pasto, resulta inevitable que el ganado pase, con las correspondientes multas en caso de ser detectado por la guardería". No puede excluir que en algún momento "alguien pueda quemar y el incendio se descontrole y produzca daños", concede, "pero la mayoría de los fuegos de los últimos tiempos no son obra de ganaderos".

En la supuesta criminalización del ganadero no identifican, sin embargo, un interés oscuro preciso. "Lo que hay es equivocación, ignorancia. Desde el medio urbano se entiende mal lo que pasa en la zona rural, es fácil decir que los que queman son los ganaderos", afirma García. Pero si no son ellos, ¿quiénes? "Hay muchos más pirómanos de lo que la gente cree, pero ésta es una figura muy escurridiza", se responde.

En su análisis reluce también su buena dosis de abandono achacable a la política forestal del Principado, o más bien a una "falta de gestión" que da como resultado visible "los montes que pueblan de matorral porque no hay un plan de quemas controladas o de desbroces racionalmente planificados y eficaces para que el pasto se regenere y el pastoreo tradicional se desarrolle". Ellos, de entrada, se ofrecen a colaborar. "Las quemas deben ser controladas y nosotros sabemos controlar los fuegos", remata, o dónde no conviene prender, sobre todo en "zonas muy pendientes o pedregosas, que son justo las que arden. De lo que realmente es pasto se quema poco".

La oleada de llamas del cambio de año se ha resuelto por el momento con sólo dos presuntos implicados, ambos ganaderos, uno en Villaviciosa y otro en Peñamellera Baja, éste por la quema de un monte en Cantabria. Pero la última gran plaga es sólo el efecto más inmediato de una causa que hunde raíces en un terreno más profundo y complejo, en una política forestal que ha dejado a Asturias "irreconocible". "No nos interesa quemar el monte, sí que se haga una gestión del monte que no merme las zonas pastables", sentencia García, para quien el problema de fondo remite a "la asfixia que sufre el pastoreo tradicional" y, al final, a esta región distinta que "no hace tanto tiempo era capaz de producir el 80 por ciento de los alimentos consumía y ahora no llega al 20".

Si busca un ejemplo de gestión deficiente, el ganadero denunciará que "los desbroces de la Consejería no se hacen racionalmente. Al desbrozar una zona de argumal, se dejan asentados los restos del desbroce, que al ser duros, muy leñosos, impiden la salida del pasto, pero no la regeneración de las zarzas, que vuelven a salir". Lo lógico, dice, es lo que no se hace, "amarallar" la maleza y sí, quemarla, "pero la Consejería ni siquiera es capaz de hacer las quemas controladas que programa, porque si se cumplen los requisitos del índice de incendios muchas veces no arde ni con gasolina".