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El árbol de la palabra sagrada

Ignacio Abella aborda en su último libro la relevancia social de los texos y robles como "ayuntamientos, parlamentos y juzgados" de los pueblos durante siglos

Sobre estas líneas, Ignacio Abella con un ejemplar del libro "Árboles de junta y concejo". A la derecha, el texu de Abamia. NACHO OREJAS

"Siempre oí que lo que se decía debajo del texu era sagrado". Esta recuerdo de Amable Vallina González ("Mable"), un nonagenario vecino de Melendreros (Bimenes) sobre su infancia y juventud en la falda de Peñamayor, confirma la relevancia que históricamente han tenido ciertos árboles, sobre todo texos y robles, como instituciones sociales bajo cuyas ramas se debatían todos los asuntos de interés para un pueblo o una comarca, desde las ordenanzas para el ganado hasta las sextaferias, pasando por juramentos oficiales, procesos judiciales o la celebración de fiestas. "Los árboles eran la plaza, el parlamento, el ayuntamiento y el juzgado a la vez", apunta el naturista y escritor Ignacio Abella, que ayer presentó en Oviedo su último libro, dedicado a estos "Árboles de junta y concejo".

Aunque hay quien apunta a los celtas, el origen del uso de árboles como instituciones de derecho consuetudinario no está nada claro. Apunta Abella que determinar su procedencia "nos llevaría a elucubrar y a entrar en polémicas vacías". "Lo que sí es cierto es que su antecedente más claro son los árboles dibujados en cuevas del Neolítico o de la Edad de Bronce, bien sea como rituales o como elementos religiosos", asegura este naturista vasco afincado desde hace muchos años en la región y que actualmente reside en Colunga. En Asturias, las estelas vadinienses de los albores de la era cristiana ya cuentan con signos esquemáticos en los que, antes de la aparición de cruces, se reproducen pequeños árboles.

Aunque el historiador romano Plinio afirma en el siglo I que el árbol fue el primer templo de los hombres, el escrito más antiguo sobre reuniones humanas debajo de vetustos ejemplares recogido por Ignacio Abella se remonta a 1238 y relata un acto celebrado a la sombra del "olmo mayor" de Jaca. En el primer testimonio de esta práctica en Asturias, del año 1500, se hace referencia a un fresno de Navia.

"El declive llegó con la escritura, cuando comenzó a haber letrados y documentos. La tradición sólo perduró en las aldeas más recónditas, donde la escritura tardó en hacerse de uso común, como prueba que Amable llegara a oír en Melendreros que el texu de su pueblo fue ayuntamiento y juzgado", señala el autor del libro.

Aunque cada pueblo actuaba según sus propios usos, dando lugar a una diversidad cultural muy grande, el gran árbol en cuyas inmediaciones acabaría construyéndose una iglesia o una ermita, fue en todos los sitios un gran centro social. Allí donde todo se hablaba. "Los representantes de cada casa acudían a las reuniones convocadas debajo de los texos o de los robles, donde la palabra dada era sagrada", explica Abella, que también destaca la relevancia de estos ejemplares en las "engarradielles" entre vecinos: "En lugar de arremangarse para pelear, se citaban debajo del árbol, que hacía las veces de testigo principal de la disputa, para solucionar sus diferencias".

Conexión íntima

La íntima conexión entre los vecinos de los pueblos y estos árboles queda bien de manifiesto en un testimonio recogido por Abella en la localidad quirosana de Bermiego, de boca de una mujer mayor llamada Rosario: "Cuando los jóvenes del pueblo empezaron a emigrar a Argentina, a finales del siglo XIX y comienzos del XX, se abrazaban al texu o al roble para despedirse del pueblo y, luego, cuando ya en Buenos Aires escribían a la familia para preguntar por su estado, también se interesaban por la situación de esos árboles, que eran símbolos vivos del pueblo en los que ellos se reconocían y con los que se identificaban".

Estos "árboles de la palabra", como los define Abella, no son exclusivos de Asturias. También los hubo en Cantabria o en el País Vasco, donde destaca el caso de Guernica, así como en puntos de Cataluña, de Castilla o de Andalucía. Su relación con fenómenos similares en África está "muy clara", a juicio del autor de "Árboles de junta y concejo", aunque no así con los de Iberoamérica, que tienen un carácter muy simbólico. En Francia, además de labores de juzgado, también servían de patíbulo. "Hay constancia de que muchas personas fueron ejecutadas en los olmos bajo los cuales se llevaban a cabo los procesos", indica el naturista vasco.

El culto al texu fue el principal rasgo distintivo de Asturias a lo largo de los muchos siglos en los que el árbol se convirtió en el centro de la vida de la mayor parte de los pueblos de la región, aunque, tal y como demuestra la tradición oral y escrita, también hubo reuniones bajo grandes robles o fresnos. Según Ignacio Abella, en la actualidad quedan en pie en el Principado en torno a dos centenares de ejemplares que cumplieron esa intensa labor social, la mayor parte texos. De entre ellos, el naturista recomienda una visita a los magníficos ejemplares que aún hoy se alzan orgullosos en Abamia y en Bermiego. Más que árboles son monumentos de una Asturias perdida de la que fueron protagonistas.

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