"Si no fuera por los niños", Guy Ntouneani ya habría hecho las maletas para volver a empezar de cero por segunda vez. Es congoleño, tiene 45 años y ha pasado dieciséis en Asturias. Gijón le tocó cuando pidió asilo político huyendo de la guerra en su país y no se quiere ir, pero a veces piensa que la realidad le empuja. Cuando "había trabajo y había de todo" fue panadero, se esforzó "muy a gusto" en la construcción o en una empresa de galvanizado de hierro, pero hace demasiado tiempo que ya no encuentra más que ocupaciones esporádicas para recoger fruta. Su tercer hijo nació en noviembre y por eso se lo piensa, pero ha visto a muchos amigos dejar el Principado en busca de otro futuro en otra parte, "sobre todo en Francia", y él también se plantea que, llegado el caso, haría lo mismo, "lo que sea para mantener a la familia". Guy da por cierto que la crisis les duele más a ellos, que los inmigrantes son el eslabón débil por el que se rompe antes la cadena de la prosperidad económica, los últimos de la recuperación. Su cara pone calor a la fría cifra que dice que Asturias ha desinflado la hinchazón inmigratoria de la crisis por la salida masiva de habitantes foráneos y ha devuelto su población extranjera hasta las cifras que tenía al inicio de la recesión. Los registros oficiales del Instituto Nacional de Estadística (INE), recién publicados, cuentan 41.340 extranjeros en 2015, más o menos los mismos que en 2008 y casi 10.000 por debajo de los cerca de 51.000 que el Principado llegó a contar en 2012.

El padrón de la región se ha dejado alrededor de 4.000 sólo de 2014 a 2015, a un ritmo de más de setenta a la semana, y en el recuento final hay mayoría de europeos, bastante más, por este orden, que americanos y africanos, y dentro del descenso generalizado es todavía Rumanía la primera nacionalidad en acogida. Aún hay más de 9.000 rumanos sin contar a los nacionalizados españoles, pero todos son cada vez menos. El impulso que siente Guy, y que comparte su amigo y compatriota Charles Matunga, y al que sucumbió hace tiempo el brasileño Valdemir Goulart, que está de vuelta en casa de su familia después de ocho años manteniendo un negocio en Oviedo, viene a confirmar hasta qué punto la demografía asturiana ha quebrado también el pilar de los aportes migratorios. Los extranjeros, que hasta la herida de la crisis aún compensaban mínimamente las pérdidas de población de la región con más baja natalidad de España, ahora también se baten en retirada. Los dos soportes se tambalean y el resultado es un recuento demográfico que devuelve a Asturias a los niveles de los últimos años sesenta.

Se quejan de que la falta de oportunidades se ceba especialmente con ellos. "Cuando se destruye empleo, el emigrante es el primero que va a la calle", apunta el nigeriano Prince Kennedy Iyoha, presidente de la Comunidad de Africanos Residentes en Asturias. Además, enlaza, ellos no tienen "la cadena familiar" que protege al español cuando vienen mal dadas y por eso caen primero. Todos los consultados dicen haber visto últimamente la desbandada y en las asociaciones de inmigrantes perciben el éxodo de los que pueden irse. Entre los que se quedan muchos africanos con formación han vuelto a la venta ambulante.

Charles Matunga todavía vive en Gijón. Es soldador, y de eso trabajó hasta 2008, y ganó lo suficiente para comprarse una casa, pero ya no le queda más que la recogida de fruta en la campaña ocasional de la manzana o el arándano y la esperanza de que el banco le permita cambiar su hipoteca por un alquiler social. "Me encanta Asturias, el tiempo, la gente. Son muy amables", confiesa, pero sin trabajo fijo, con esposa y tres niños dudan entre que se vayan ellos con su familia política en Francia o él. "Si me sale algo fuera, me voy a ir a trabajar, porque lo necesito", lamenta.

Ellos son parte de la población extranjera que hinchó la bonanza y pinchó la crisis, que no dejó de crecer en ningún ejercicio entre 1998 y 2012 ni ha dejado de descender desde entonces. Si se cuentan sólo los nacidos en el extranjero registrados como residentes en la región, y por tanto también los arraigados que han obtenido la nacionalidad española, salen 74.465 personas, todavía más que en 2010 pero tendiendo igualmente a la baja. El dato recién publicado, el de 2015, resulta de tres descensos consecutivos después de al menos catorce incrementos anuales encadenados y es el más pronunciado del que queda constancia: entre 2014 y 2015 hay casi un tres por ciento de diferencia.

Es el resultado de la acumulación de muchas historias como la de Valdemir Goulart, que ha vuelto a empezar de cero por segunda vez en poco más de diez años. En lo mejor de la bonanza vivió ocho en Oviedo dando clases de capoeira, el arte marcial brasileño que combina la danza y las acrobacias. Ya va a hacer tres años que el descenso de la clientela y el aumento de los impagos le envió de vuelta a su casa en Río Verde, estado de Goiás, esta vez con su esposa y su hija asturianas. En Asturias fue todo "muy bien, me encantó todo" hasta que empezó a ver que "la gente no conseguía pagarme. El problema es que al final me faltaba el dinero y para quedarme ganando menos que en Brasil, decidí que estaba mejor aquí, con mi familia". Desde allí, recuerda haber visto a "muchos amigos" tomar su mismo camino, el del retorno a su país de origen, éste al que desde fuera le tienen colgada desde hace tiempo la etiqueta de "emergente". "Brasil estaba muy bien" cuando él cruzó el Atlántico de vuelta, huyendo de la recesión española, afirma "Indio", su apodo de la capoeira, pero ahora resulta que ha visto que en su país no es todo tan claro como parecía, que puede que haya vuelto a viajar "de una crisis a otra", lamenta. Mantiene allí el negocio de aquí y confiesa que "estoy mejor ahora, pero ahora también hay en Brasil muchos brasileños sufriendo".