Llueve en Cangas del Narcea. Una mañana inhóspita que propicia la nostalgia y trae recuerdos de infancia y juventud.

En La Plaza, frente a la Colegiata, llena de gente, solo vislumbro, en una foto en sepia, a un Pepe Tandes, un crío, hablando en un francés fluido con un extraviado visitante a la vez agradecido y extrañado.

Años después, en Madrid, formamos un cuarteto heterogéneo: Joaco el Soliso, Manolo Matías y yo, en Económicas; Pepe en Ingeniería Industrial. Juntos compartimos la afición por las cartas y a las "copas" furtivas, a deshora, que permitían nuestros escasos recursos.

Con Pepe cultivé la afición por el cine: presentación de la Nouvelle Vague en el cine Barcelo aunque el disfrutaba con todo el cine de entretenimiento. Joaco era fundamentalmente mitómano de Gary Cooper.

En los bares señalados obteníamos entrada para los teatros de "claqué", gratis con la única obligación de aplaudir (no se permitían mujeres).

Su casa en la calle Covarrubias hoy con una placa-medallón que da fe de que allí vivió el poeta Gerardo Diego, fue un lugar de promisión. Su madre nos agasajaba frecuentemente con un plato de huevos con patatas que nos colmaba el apetito y nos proporcionaba un placer ilimitado.

Una relación que se prolongó con nuestras parejas e hijos durante años.

Circunstancias nunca explicadas nos alejaron. Una incomunicación que aderezada de malentendidos impidió un benéfico reencuentro; la puerta siempre entreabierta que generan las vivencias y los afectos y que quizás la fuerza de los vientos de proximidad impidió su apertura.

Hombre fundamentalmente bueno, tranquilo, de gustos sencillos, limpio de ambiciones y de rencor, se ha ido como ejerció en vida: sin hacer ruido dejando un rastro de silencio que desasosiega.

Adiós, amigo.