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"Vi zodiacs con más de 60 refugiados"

"La gente alcanza la costa desesperada; tratamos de tranquilizarla y evitar que un error en el último momento acabe en tragedia", narra la voluntaria ovetense Anabel Montes, recién llegada de la isla de Lesbos

Anabel Montes. NACHO OREJAS

En la isla griega de Lesbos hay tres cementerios. Uno es de chalecos abandonados tras la llegada de los refugiados a tierra: otro, de restos de embarcaciones, en cada rincón de esa costa, que mira a Turquía y a la que llegan desde hace meses decenas de miles de personas.

Los muertos de los naufragios han colapsado el tercer cementerio. "Un hombre de la isla cedió sus terrenos para enterrar allí a la gente, y aquello está lleno de tumbas de mármol blanco, cada una con una fecha y sin nombre". O mejor, un nombre para todos: desconocido. Allí, mirando al mar, descansan hombres, mujeres y niños que escaparon de la guerra y que jamás pudieron disfrutar de la paz.

Lo cuenta la voluntaria ovetense Anabel Montes Mier (28 años). Y lo hace desde Asturias, a pocos días ya de su regreso a Lesbos y Chios, las dos principales islas de referencia para los refugiados. Su relato, a pie de playa, publicado días atrás por LA NUEVA ESPAÑA, fue impactante. Su deseo, que se conozca la verdadera dimensión del drama que se vive en el Egeo.

La primera voz. Una de sus misiones en el equipo de rescate de la ONG Proactiva Open Arms, es ser la primera voz europea que escuchen los pasajeros de las embarcaciones que recalan en Lesbos. "La experiencia nos dice que si las órdenes las da una mujer, hacen más caso. Llegan asustados, hay que tranquilizarles pero las órdenes de desembarco tienen que ser determinantes porque si no cualquier error acaba en tragedia. Nos enseñaron unas palabras en árabe. La mayoría son sirios, pero también se recibe a afganos, iraquíes, kurdos e iraníes. Muchos no saben una palabra de inglés. También hay algún marroquí. Nuestra primera misión es asegurar que vayan a lugar seguro. En la isla hay playas pero es zona de mucha roca y maleza. Puedes estar a diez metros de la costa y tener debajo sesenta metros de profundidad. Es imposible hablar de un perfil de refugiados. Hay hombres solos, mujeres con niños -sus maridos muertos en la guerra-, bebés recién nacidos y ancianos que apenas se pueden mover".

Zodiacs hasta los topes. "Vi llegar embarcaciones zodiac con más de 60 personas a bordo, con la línea de flotación a ras de agua. No daba crédito. Salen de noche y avanzan en la más completa oscuridad. A veces recibimos mensajes con un "Help" y las coordenadas GPS. Incluso algunos tienen posibilidad de ponerse en contacto con la ONG a través de Facebook y avisarnos de que esa noche salen para que estemos alerta. Entre ambas costas hay unos 10 kilómetros que con buena mar se pueden hacer en hora y media o dos horas. Pero eso depende de las circunstancias. Hay quien tarda seis... y hay quien no llega nunca. De vez en cuando aparecen cadáveres en la costa. Víctimas de naufragios pero también pasajeros que se caen de la embarcación y que nadie recoge.

Un parto "europeo" en la playa. "El primer contacto es emocionante. Hay quien llega con auténtico pánico, así que nosotros procuramos saludar y sonreír. Piden ayuda, gritan, dan las gracias. Al primer golpe de vista puedes adivinar la nacionalidad. Los sirios suelen llegar en familia, van mejor vestidos, gente tranquila que suele llegar con algún dinero. Los afganos te tienen miedo, llegan sin nada. Los iraquíes son muy abiertos... Han aguantado en el mejor de los casos dos horas de travesía, con frío y a veces con lluvia. Llegan a tierra y unos se ponen a llorar y otros a reír. En una ocasión rescatamos a una madre con hipotermia que llegaba con su hijo que no había cumplido un mes de vida. Eran sirios, el niño no paraba de llorar, me lo pusieron en brazos y vi que se había mantenido porque llevaba como ocho capas de ropa encima. Otro niño nació nada más que la madre se bajó del barco. Estábamos subiendo con un grupo de refugiados por un acantilado. Alguien nos dijo: hay una mujer ahí que está empapada. Y es que estaba rompiendo aguas. La asistieron allí mismo unos médicos israelíes y asistimos al nacimiento de un bebé europeo".

Cascarones contra las rocas. "Lo ideal es interceptar a las embarcaciones en la mar y marcarles un lugar de desembarco más cómodo y seguro. Salvo tormenta tremenda nos llegan refugiados todos los días. No es zona de grandes olas pero sí de vientos y corrientes intensas. Hay barcos que llegan con el agua dentro y la gente desesperada. Su primera reacción es subirse a nuestra embarcación, que tiene siete metros y medio. Si vemos que es mucha gente avisamos a los guardacostas. Los últimos metros son los más peligrosos porque los barcos pequeños son arrastrados hacia las rocas. Una embarcación de este tipo puede volcar en medio metro de profundidad".

Elegir a quién salvar. "La gente de Lesbos ayuda muchísimo. En nuestra zona hay unas señoras, con su pañuelo al pelo, que cuando llega una embarcación bajan y dan caramelos a los niños. Nos dicen: "hace muchos años nuestras familias también cruzaron el mar, en barco y de noche. Cómo no vamos a venir a ayudar". Y es algo muy bonito. Los pescadores también ayudan, ellos salvaron a muchas personas en el naufragio de octubre, el de los 80 cadáveres encontrados. En caso de tragedia tenemos un protocolo establecido para elegir a quiénes salvamos. Y en medio de la tragedia, decidir a por quién voy y a quién dejo en el mar es muy duro. No me ha tocado vivirlo hasta ahora pero tengo compañeros que han pasado por esa experiencia. Los fantasmas... siempre aparecen. Participas en un operativo y aunque todo salga bien, llega la noche y empiezan a aparecer las imágenes... Recibes a refugiados que no tienen nada, que han perdido durante el viaje su pequeña mochila con lo único que lograron sacar de sus casas. Nos dicen: "que Dios os bendiga". Y me pregunto: ¿por qué es necesario que yo tenga que estar aquí?

El paraíso ficticio. "Alcanzan tierra y creen que llegan al paraíso, que en dos días van a coger el tren y presentarse en Alemania. Nosotros sabemos que no es verdad. Han pasado por las manos de los traficantes, que les roban y les agreden, pero el trato que les da Europa es brutal. La Policía los trata peor que a animales. La realidad es que la Unión Europea procura ponerles todas las trabas del mundo".

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