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Atrapados en Sotres

LA NUEVA ESPAÑA vive la jornada con los vecinos de la localidad cabraliega, casi aislados por la nevada y que esperan un fin de semana lleno de turistas - Dieciséis británicos, sorprendidos por el temporal, pasean con raquetas: "Ésos y los holandeses son los que más vienen", dice Ana Moradiellos

Tareas contra la nieve. Raquel López, ante su negocio, La Tiendina de Raquel, se afana en limpiar el acceso. MIKI LÓPEZ

A las seis y media de la tarde la quitanieves asturiana y la de la vecina Cantabria se encontraron en medio del pueblo de Sotres. Una llevaba recorriendo la complicada carretera que une Sotres con Poncebos y, más abajo, con Arenas de Cabrales, desde las siete de la mañana. Otra bajaba a paso de tortuga desde la localidad de Tresviso, donde la nevada era de campeonato.

La de ayer en los Picos no era poca cosa aunque en la memoria de los vecinos permanece el referente del temporal de hace justamente un año. Y frente a él, todo fenómeno meteorológico se relativiza. En cualquier caso y a pesar de la limpieza de las máquinas a ningún vecino sensato se le ocurriría ayer bajar de Sotres cuando a eso de las siete de la tarde la noche cubrió el paisaje.

Nevó mucho. Como para que el pueblo quedara ayer alfombrado con unos cuarenta centímetros y la actividad local se redujera a lo indispensable. En días de invierno, letargo social en la medida de lo posible. Por eso sorprendía a media mañana el trajín en el hostal Cipriano, copado por unos quince británicos maduros, ellos y ellas, que habían recalado en Asturias para una jornada de turismo activo.

Con esa discreción propia de los insulares del norte, los británicos, con mayoría de Manchester, se calzaban sus raquetas y salían en fila india y monte arriba para disfrutar de las tierras de Andara, Pandébano, Tielve o Espinama. El guía les metió caña, pero el grupo mantuvo el tipo. Hacia las cinco de la tarde, ya de vuelta tras más de tres horas de nieve por la pantorrilla, aún tenían fuerzas para sonreír en su regreso al pueblo.

José Collado es tresvisano, pero ayer -lejos de localismos- presumía de Sotres desde la pequeña área recreativa de Sierra Mor, con el pueblo allá a lo bajo, las montañas mandando y bosques de robles y hayas desnudos en medio del paisaje blanco. El más blanco, por el momento, de este invierno de temperaturas suaves y pocos sustos meteorológicos. Collado está jubilado, vive con su mujer en Tresviso, se dedica al queso y a la miel, por hobby, y sabe por experiencia que cuando la nieve y el viento arrecian lo mejor es batirse en retirada.

Con la noche llegó el aislamiento obligado, que los vecinos suponen temporal y hasta breve. Se había decretado la alerta roja, que es toda una llamada a no andar por la calle. Pero la nevadona en la montaña ni siquiera se presumía por la mañana en Poncebos, desde donde arranca esa carretera de 16 kilómetros hasta Sotres que, según en qué circunstancias, mete miedo.

El paisaje pega un vuelco estético en apenas unos metros. Curva, contracurva, un par de túneles estrechos... y la vida cambia. Sotres está a 1.050 metros; no es el Himalaya, pero la altitud se deja sentir. Lo sabe bien David Moradiellos, taxista en la zona desde hace nueve años quien, entre otras obligaciones, tiene la del transporte escolar para la cercana ruta de Oceño y Asiego. Sotres, que hasta hace pocos años tenía escuela, se está quedando sin niños en edad escolar. Apenas dos, que tienen aula en el colegio de Arenas de Cabrales. El pueblo envejece, como tantos otros en Asturias, aunque en el caso de Sotres la afluencia turística en fines de semana y vacaciones dé un aire más juvenil al entorno sociológico de la alta montaña asturiana.

Ana "la gallega", todo un referencia en el pueblo, prevé que "para el sábado y el domingo esto se llena de gente", al calor de la nieve y "cuando la tormenta haya pasado" y deje la carretera sin riesgos añadidos. Ayer, con esa caída intermitente de copos, Ana se dedicó a su afición tejedora. Dale y dale, con sus agujas de coser, en la cercanía de la cocina de carbón que desprende calor de hogar, recordando que "el año pasado fue bueno para el pueblo, tras la crisis" y esperando que 2016 confirme la mejoría. Ana vive rodeada de sus pequeñas obras de arte en lana y no sorprende un pelo el guirigay de los británicos: "Junto con los holandeses son los que más se dejan caer por aquí".

La nieve trae consigo ese difícilmente explicable espíritu de calma y para el castellano Kike González y el cabraliego Adán Fernández, la posibilidad de disfrutar de la travesía de montaña. Enfundados en sus esquíes, por el medio del pueblo, enfilaban ruta sin prisas, sin relojes de por medio, disfrutando de ese peculiar silencio que genera la nieve copiosa. Kike es guarda del refugio de Andara, que a día de hoy debe de estar de nieve hasta la chimenea.

En Sotres comenzó a nevar el sábado por la noche. La mañana del domingo apareció blanca, la tormenta se adueñó del cielo durante buena parte de la jornada y anteanoche nevó, llovió, granizó y venteó. Ana "la gallega" recordaba ayer en medio de la ventisca los planes de la empresa Correos para suplir con drones las ausencias del cartero en días de borrasca. La idea provoca una sonrisa irónica entre las gentes del pueblo: "En Madrid no saben cómo es aquí el invierno. Un dron en medio de la nevada puede acabar en Torrelavega".

Así que la jornada de ayer amaneció con los coches de Sotres convertidos en coches de nieve y espesores sobre la chapa de medio metro. A palada limpia para retirar el sobrepeso. El vecino José Sánchez preparaba a primera hora de la tarde su salida del pueblo, en plan previsor. "Es que mañana a las diez y cuarto tengo consulta en el HUCA, en Oviedo, y me voy para allá ahora porque no me quiero arriesgar a quedarme bloqueado". Sabia decisión la suya, a tenor de lo que cayó sobre Sotres a lo largo de la tarde.

Subir entre nieve es complicado pero bajar lo es mucho más. Los vecinos de Sotres claman para que "quien corresponda" mejore la seguridad de la carretera en los puntos más vulnerables a los aludes. Citan tres: la canal de La Vieya, La Correntía y La Lizosa. Y esperan con impaciencia que llegue por fin la quitanieves de bolsillo que les prometió el Ayuntamiento para quitar lo mayor. Mientras tanto, algunos privilegiados tiran de quitanieves particulares, de palas puras y duras y hasta de escobas para airear el portal y las escaleras exteriores.

La nieve frena pero no paraliza. Ese del parón es un lujo que no se pueden permitir los 60 vecinos, los ocho negocios locales (queserías y hostelería) y los visitantes ocasionales que, como el grupo británico, rompen de vez en cuando la uniformidad de una tierra que no quita la cara a los borrascones ni teme a las temperaturas. Va en el carácter. Cuando a media tarde de ayer, en medio de un fuerte aguacero, a la perrita Tena, mascota de Casa Cipriano, le pusieron ropa de abrigo, la sensación general fue que no le gustó un pelo.

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