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La última pista

El mutilador ya acaricia la libertad

Fernando Sanz, el joven que arrancó los ojos a Cristina Fanjul en Avilés, disfruta de permisos largos, el último esta Navidad

El mutilador ya acaricia la libertad

Es un caso que ha quedado grabado en la memoria de la crónica negra asturiana, de una violencia salvaje, inexplicable, propiciada por un joven de tan solo 20 años, Fernando Sanz Vecino, que hoy cumple condena en Mansilla de las Mulas (León). Acaban de cumplirse 16 años del espeluznante crimen de la estación de Feve de Avilés. Sanz Vecino, que en aquel entonces era soldado profesional en el cuartel leonés del Ferral, un joven sin antecedentes violentos, arrancó los ojos con sus propias manos a la langreana Cristina Fanjul Cuetos, de 22 años. Era la madrugada del 6 de febrero de 2000, en un mugriento paisaje de vías y basura, el patio trasero de la ciudad.

Cristina le debe la vida a un vigilante de seguridad, el que, en torno a las seis y veinte de aquella madrugada, escuchó sus gritos desesperados. Conforme se fue acercando distinguió a un joven dando patadas a un bulto. Cuando se acercó más, le vio arrastrando algo hacia las vías. Logró agarrar del brazo al agresor, pero éste le propinó un empujón y escapó. Cuando el vigilante bajo los ojos y contempló a Cristina, le recorrió una corriente de pavor. Allí estaba la joven, con el rostro ensangrentado, semiinconsciente. Los sanitarios que acudieron a socorrerla no podían creerlo. A la joven le habían arrancado un ojo. Y más tarde comprobaron que le faltaban los dos. Los agentes de la Comisaría peinaron el lugar del ataque en busca de ese segundo órgano, y lo encontraron. En el HUCA, había lágrimas entre las enfermeras que atendían a la joven.

Nunca habían visto tanto salvajismo. Aún hoy es un crimen inexplicable. Los psiquiatras hablan de que los violadores que no consiguen consumar su agresión terminan mutilando a la víctima. Andrei Chikatilo, el carnicero de Rostov, arrancaba los ojos a los niños que masacraba creyendo que su rostro podía quedar grabado en la retina de sus víctimas.

Nadie sabe qué pasó por su cabeza. Fernando Sanz se brindó a acompañar a Cristina -en aquel entonces peluquera de profesión- a que cogiese el tren de regreso a Langreo. Se demoraron en el entorno de la estación. Fue entonces cuando el joven intentó violar a la muchacha. En medio de sus gritos, le arrancó los ojos. La cubrió de puñetazos y patadas. Le golpeó la cabeza con una gran piedra, lo que provocó a la joven lesiones en la mandíbula y la nariz. Y pretendía dejarla sobre las vías para que la atropellasen.

Tras huir, se fue a casa de sus padres, en el barrio avilesino de Versalles, donde la Policía le encontraría esa misma tarde, durmiendo. Cuando se lo llevaban, le dijo a su padre que creía que había matado a una persona. Los agentes hallaron sus ropas manchadas de sangre, la sangre de Cristina. Ante unos policías sobrepasados, solo reconoció que le había dado dos bofetadas a la víctima. Dejó a todos asustados son su fría serenidad.

Lo juzgaron, a puerta cerrada, en marzo de 2002. Adujo que había bebido y que le habían dado una pastilla. A eso se agarraba un tiempo después su padre, incapaz de comprender qué había llevado a su hijo a cometer una sevicia semejante. La Audiencia Provincial de Oviedo le impuso 25 años de cárcel, ratificados por el Tribunal Superior de Justicia y el Supremo. Su padre iniciaría luego una campaña para indultarlo. No podía permitir que su hijo perdiese los mejores años en la cárcel. La reacción del entorno de Cristina no se hizo esperar y recabaron apoyos para evitarlo. Eso fue en 2003. En 2009 hicieron lo mismo para evitar que abandonase la cárcel para competir en pruebas deportivas. Al año siguiente, salió unas horas para ir a la boda de su hermano.

En los últimos dos años, Sanz Vecino ha disfrutado de varios permisos de una semana de duración, que le permiten regresar al lugar donde estuvo a punto de matar a Fanjul. Cada vez ve más cerca su libertad. La última salida fue estas Navidades, según su antiguo abogado, José Luis Arrojo. A Sanz Vecino, un tipo deportista, que se mantiene en forma, se le ha visto junto a su padre, alternando por la ciudad. Este último año ha intentado obtener el tercer grado, que le permitiría abandonar la cárcel por periodos más largos. Sus intentos no han tenido éxito aún, pero podría conseguirlo el año que viene, una vez que cumpla 18 años de condena.

Cristina Fanjul sabe que el hombre que intentó matarla ya ha salido alguna vez de la cárcel. Prefiere no hablar. Es la decisión que tomó esta mujer, tras dar a luz a su hijo. Con 38 años, sigue viviendo en Langreo, rodeada de los suyos, siempre positiva e involucrada en causas sociales. De hecho, llegó a presentarse con "Somos Llangreu". Es la verdadera heroína de esta historia.

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