El fuego arrasa todo lo que se le pone por delante, incluidas las pruebas que pueden ayudar a esclarecer su origen. Obtener evidencias es uno de los obstáculos de la investigación de un incendio, muchas veces más difícil y laboriosa que las pesquisas para dar con un asesino.

Quizá por eso el índice de esclarecimiento de los fuegos está en torno al 40 ó 50 por ciento, una tasa más baja que la media del conjunto de los delitos pero que se mantiene estable en el tiempo y que, dadas las dificultades de su investigación, puede considerarse "buena".

Así lo asegura el portavoz del Seprona de la Guardia Civil, Salvador Ortega, en una entrevista con Efe horas después de que se hayan conocido los resultados de la investigación de una oleada de incendios en Asturias que sorprendió a toda España, sobre todo por las fechas -19 y 20 de diciembre pasado-, y que arrasaron 15.000 hectáreas.

No ha tardado mucho el Seprona en concluir esta investigación, que se ha resuelto con dos detenidos y doce investigados y la convicción de que la mayoría de los incendios fueron imprudentes quemas agrícolas, aunque el mayor, el de El Franco, pudo ser intencionado.

Pero no ha resultado fácil. Nada está más lejos de la realidad que la tópica y típica imagen de una colilla de cigarro como la posible causa de un incendio. Si así fuera, las llamas se hubieran llevado consigo la prueba del delito.

Es ahí donde radica la dificultad para encontrar al incendiario, porque casi siempre "las evidencias se queman", resalta Ortega.

A ese obstáculo se añade el entorno del fuego forestal: zonas despobladas en las que es prácticamente imposible encontrar testigos. Y si los hay, casi seguro que no colaborarán porque son parte del entorno social o familiar del supuesto incendiario.

Dice Ortega que de esos cuatro o cinco de cada diez incendios que se esclarecen, entre el 90 y el 95 % han sido originados por el hombre. De ellos, alrededor de un 35 % se producen por negligencias, en torno al 25 % son accidentales, otro 25 % intencionados y el 15 % restante (quizá un poco sobredimensionado) por causas naturales.

Ortega reconoce la "urgencia" mediática y de los gestores públicos por obtener resultados de la investigación, pero el representante del Seprona insiste en la necesidad de dejar trabajar a los agentes con calma porque no lo tienen fácil.

Y no sólo porque tengan que iniciar sus pesquisas en un medio "hostil" como es una zona quemada, con humo, caliente y con otros focos activos, sino por la dificultad que entraña concluir que se trata de una conducta delictiva o determinar si es una negligencia o un accidente, cuando además las motivaciones son en ambos casos las mismas.

Como ejemplo, Ortega pone el siguiente: Si en un trabajo forestal una persona utiliza una desbrozadora con todas las medidas de seguridad requeridas, salta una chispa y origina un incendio, sería un accidente. Pero si esa misma desbrozadora no ha pasado la ITV o tiene estropeados los "matachispas" y provoca un fuego, sería negligencia.

Graduar esas conductas, añade, no es fácil, por lo que los investigadores suelen acudir a los fiscales de Medio Ambiente -una figura que apenas cuenta con diez años- para que les ayuden.

Las investigaciones del Seprona se basan sobre todo en indicios y no en evidencias, cuya obtención es extremadamente difícil. "Tras el paso del fuego no queden muchas evidencias para anclar bien una investigación", reitera Ortega.

Hasta las reformas de la Ley de Enjuiciamiento Criminal y del Código Penal, los incendios más graves de tipo intencionado se juzgaban con jurado popular, al que era más difícil convencer porque muchas veces debían decidir en base a indicios y no evidencias, más difíciles de aportar.

Los investigadores creen que esas reformas podrán contribuir a la resolución de los casos porque los jueces profesionales están más capacitados para valorar los indicios en el caso de que no haya evidencias suficientes.

No se puede calcular la proporción de condenas por incendios, aunque se sabe que cada año el Seprona detiene o imputa a unas 300 personas. En la cárcel hay ahora 50 presos, que lógicamente entraron en prisión en años diferentes.

Si hay que desterrar el tópico de la colilla como vestigio de la causa del fuego, también hay que hacerlo con la creencia de que se quema para poder construir.

Ya pasado el boom inmobiliario, y aunque parezca mentira, algunos queman para que no se construya, otros lo hacen para ahorrar -por ejemplo pagar a una desbrozadora-, otros por el efecto llamada, algunos (más de los que parece) son reincidentes, hay quien prende la mecha por venganza y rencillas, y los menos (pirómanos) porque sufren un trastorno psicológico diagnosticado.

De todos modos, en este mundo de los fuegos hay un antes y un después del incendio de Guadalajara en 2005, en el que murieron once bomberos, y de la oleada que sufrió Galicia al año siguiente.

Aunque crece el número de grandes incendios (de más de 500 hectáreas), en el cómputo general la cifra de fuegos y de superficie quemada va descendiendo, gracias en parte a esa mayor concienciación social tras esas desgracias. "Prudencia y sensatez", como aconseja Ortega, para mantener nuestros bosques.