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SIEGFRIED MEIER | Superviviente de dos campos de concentración nazis y uno de los creadores de la moda adlib

"El doctor Mengele curó mi tifus y me salvó la vida"

"Vi cómo moría la gente de frío y de hambre en el tren que me llevaba de Auschwitz a Mauthausen"

Siegfried Meier, el polifacético superviviente alemán. FARO DE VIGO

La vida Siegfried Meier (Fráncfort, 1934) es una trepidante aventura plagada de episodios tan sorprendentes como dispares. Podría decirse que Meier desconoce el término medio. Salió con vida de donde toda esperanza era inútil y llegó a ser llamado el rey de Ibiza por el florecimiento de sus negocios para acabar arruinado. Fue capaz de sobrevivir a dos de los más terribles campos de concentración nazis, se hizo cantante en París, en cuyo Barrio Latino montó una galería de arte y recaló finalmente en Ibiza para confraternizar con los hippies y ser uno de los creadores de la moda adlib. Pero un percance personal, la muerte de Saturnino Navazo, un republicano español que en Mauthausen se convirtió en su padre adoptivo, le desestabilizó de tal manera que se abandonó y tuvo que deshacerse de todos sus negocios. A los tantos 82 años se reinventa como escultor en madera inspirándose en el arte africano y en los aborígenes australianos. Siegfried Meier, a quien el siniestro doctor Mengele salvó la vida, narra ahora todas estas espectaculares peripecias en "Mi resiliencia" (Ediciones B).

-¿Por qué cree usted que ser rubio y tener los ojos azules le salvó la vida en los campos de concentración de Auschwitz y Mauthausen?

-Es un sentimiento que tengo pero la verdad es que he tenido mucha suerte. Llegué al campo de concentración de Auschwitz cuando ningún niño llegaba.

-¿Dónde dejaban a los niños?

-Les daban una ducha de gas. La noche que yo llegué se había estropeado un crematorio, los guardias hicieron la selección entre hombres y mujeres y yo entré en el barracón de mujeres de la mano de mi madre.

-¿Qué edad tenía?

-Nueve años. Al poco de entrar vi cómo desvestían y rapaban el pelo a las mujeres. Todas las que estaban allí pensaban que más pronto que tarde me iban a matar.

-Y no solo no le mataron, si no que usted se envalentonó en aquel ambiente tan dramático. ¿Cómo recuerda su protesta cuando quisieron raparle el pelo y la reacción del comandante del campo de concentración de Mauthausen-Gusen, Georg Bachmayer?

-Tenía 10 años y sí que era valiente porque veía que la muerte no me quería. Yo me sentía especial porque hablaba alemán con la cabeza muy alta y a los mandos de las SS les hacía gracia. Me iban a cortar el pelo y empecé a insultar al peluquero. Monté tal escándalo que se acercó Bachmayer y preguntó qué pasaba.

-¿Qué le dijo usted?

-Le conté que acababa de venir de Auschwitz y el hombre se emocionó con mi historia. Las SS ya sabían que los americanos iban a llegar a liberarnos y supongo que optó por suavizar su actitud. Bachmayer me dijo que no me iban a cortar el pelo, encargó que me hicieran un traje de bombero y me envío al barracón de los españoles. Yo no sabía qué era un español, pero en Mauthausen me españolicé.

-¿Y cómo le trató el doctor Mengele en Auschwitz?

-Cuando llegué a Auschwitz estaba enfermo de tifus. Estaba claro que iba a morir, pero Mengele me metió en el barracón donde hacía experimentos con gemelos y me curó.

-Habla usted de un asesino como si fuera un ángel...

-Sí y sé que puede sentar muy mal lo que digo pero Mengele fue conmigo amable y muy simpático. Más tarde supe las salvajadas que hizo pero a mí me salvó la vida.

-¿Cómo vivió el trasladó en tren desde Auschwitz a Mauthausen?

-Fue en febrero de 1945, en pleno invierno, y en un tren que carecía de techo. Vi cómo se moría la gente de frío y de hambre. De repente, el tren fue atacado por los partisanos y los más valientes lograron huir. Ahí aparece en mi mente un agujero negro que me impide saber quién me salvó en ese momento. No sé cómo llegué a Mauthausen.

-¿Por qué llegó usted a odiar a sus padres, una pareja de judíos que le trajo al mundo el 4 de marzo de 1934 en Fráncfort y con los que fue deportado a Auschwitz cuando tenía 9 años?

-Mi padre era un obseso de la religión, un judío volcado siempre en la sinagoga que no me dejaba divertirme como lo hacían el resto de los niños. Decía que nosotros éramos los protegidos de Dios, el pueblo elegido, y cuando llegas a Auschwitz te das cuenta de que eso era una imbecilidad. Le odiaba porque las hermanas de mi madre habían emigrado a Estados Unidos para salvarse de los nazis y nosotros estábamos muriéndonos por sus obsesiones en un campo de concentración. Desde ese momento me hice ateo y agnóstico.

-Pero usted vio morir a su madre de tifus en uno de los barracones del campo de concentración.

-Sí y para mí fue un alivio porque sufría por ella. A mí me cuidaban dos chicas yugoslavas en el barracón. No podía mirar a los ojos de mi madre, olía muy mal por la disentería y me daba hasta un poco de asco.

-¿Cómo fue la entrada de los soldados norteamericanos en Mauthausen?

-En el campo de concentración ya no había guardianes de las SS y sabíamos que íbamos a ser liberados en cualquier momento. Cuando entraron los tanques todos empezamos a gritar de alegría. Un soldado me dio un chicle que me tragué pensando que era un caramelo.

-¿Cómo fue su relación con Saturnino Navazo, un preso republicano español que se convertiría en su padre adoptivo?

-Navazo tenía un estatus especial en Mauthausen y el comandante Bachmayer le ordenó que se ocupase de mí. Esa orden se convirtió después en cariño. Yo iba como un perrito siempre detrás de él. Cuando nos liberaron, Navazo no podía regresar a España porque estaba Franco y se quedó en Francia. Yo le dije que me quedaba con él.

-¿Qué le respondió?

-Le tuve que convencer porque al fin y al cabo, Navazo era un futbolista que no sabía nada de críos. Al final se convirtió en el mejor padre del mundo. Yo podía haber sido un ladrón, pero él me enseñó lo que era la vida real e hizo de mí una buena persona.

-¿Cómo se le ocurrió hacerse cantante en París?

-Navazo se casó pronto con una francesa y tuvieron cuatro hijos. Yo era para ella una molestia y además yo era muy mal estudiante. Me puse a trabajar en un taller de confección donde se escuchaba la radio y yo cantaba. Fui a ver al director de la orquesta del pueblo donde vivía y me cogió para cantar los fines de semana. A los cuatro meses me marché a París y fue ahí donde me hice cantante.

-Su amigo Georges Moustaki, el gran cantautor de origen judeo-griego, tuvo más éxito que usted en el mundo de la canción...

-Al principio yo era más conocido que él. Durante 12 años tuve mucho éxito como cantante. Moustaki y yo mantuvimos una relación de hermanos.

-El paso siguiente fue una galería de arte africano en el Barrio Latino, ¿cómo le fue?

-Dejé la música porque me querían imponer un estilo ye-ye. Yo viajaba mucho a África y traía esculturas, así que monté la galería y la verdad es que funcionó muy bien. A veces lo pasaba muy mal porque echaba de menos actuar en los cabarets. Moustaki tenía una amiga en Formentera y me instó a ir con ella a la isla para empezar de cero una nueva vida.

-Y después recaló en Ibiza. ¿Qué descubrió allí?

-En Ibiza monté otra galería de arte. Era un local muy pequeño pero en la parte trasera tenía espacio para montar una crepería. No me gustaba la comida de las islas y llamé a un amigo cocinero de París. Era el único lugar donde se podían comer crepes y fue todo un éxito.

-¿Cómo fue su relación con los primeros hippies que llegaron a la isla?

-Maravillosa, tenían mi misma idea de vida, que se basaba en gozar de ella.

-Luego vinieron más restaurantes y se hizo cargo de una tienda de ropa informal. ¿Qué papel tuvo usted en la moda adlib?

-Fui uno de los 10 creadores de la moda adlib y los hippies tuvieron mucho que ver en esta nueva apuesta. Comprábamos una tela muy barata de color crema que con la lejía se volvía totalmente blanca. La idea era crear colecciones de vestidos que durasen solo un verano. Me llamaban el rey de Ibiza.

-¿Qué relación tuvo usted con el lanzamiento de la famosa discoteca Pachá?

-Yo tenía una discoteca que se llamaba Club San Rafael. Era la única de la isla, pero estaba a 15 kilómetros de la ciudad. Cuando abrieron Pachá, se acabó Club San Rafael.

-La muerte en 1986 de Navazo fue para usted un mazazo, ¿verdad?

-Nos veíamos todos los años. Yo tengo una relación muy extraña con la muerte y cuando me comunicaron su fallecimiento no me di verdaderamente cuenta de la pérdida. Fue cuando llegué al entierro cuando me derrumbé.

-¿Teme usted a la muerte?

-En absoluto. Yo he elegido a mi padre, a mi hermano, Moustaki, a mi mujer y elegiré mi muerte.

-Y usted se abandonó a la muerte de Navazo y llegó a arruinarse, ¿no?

-Me daba todo igual, descuidé mis negocios y en tres años tuve que vender todas mis propiedades para pagar mis deudas.

-Ahora de la mano de su cauta esposa, Pilar, trata usted de reinventarse como escultor de madera.

-Exacto. Ella me ayuda mucho, es mi mejor crítica y la que lleva la casa. Yo soy más desorganizado. Iba cogiendo maderas que tiraba la gente y empecé a hacer tallas. Hice con "Diario de Ibiza" una exposición y tuve bastante éxito. Me inspiro en el arte africano y en el de los aborígenes australianos.

-¿De dónde le viene su inspiración en los aborígenes australianos?

-Todo lo hago con puntitos blancos sobre fondo negro, nunca mezclo colores y eso es lo que hacen los aborígenes australianos. Esos puntos son las almas de los desaparecidos del genocidio.

-¿Puede vivir usted del arte?

-No, lo hago por una cuestión de ego. Me encanta ser conocido. Yo vivo de una pensión que me da el Gobierno alemán como deportado.

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