Recientemente, en una conocida emisora de radio, el padre de un bebé de cuatro meses desvelaba un hecho que, quizá por una falta de perspectiva o clarividencia, me dejó un tanto aturdido. El matrimonio acude con su pequeño al Congreso Mundial de Telefonía Móvil celebrado recientemente en Barcelona y en la puerta les indican que no pueden entrar con el hijo, descartando las explicaciones ofrecidas por la madre (la cual acudía como profesional) respecto a la posibilidad de tener que atender su necesidades alimenticias, es decir, darle de mamar.

A fin de evitar la entrada en una espiral de tensión, el progenitor decide sentarse con su bebé en un banco público que está pegado a la fachada del recinto y situado a cierta distancia de la entrada al mismo cuando, pasado un rato, se aproxima una persona que le invita a abandonar el lugar de descanso.

Con relativa frecuencia, los medios se hacen eco de noticias relacionadas con escenas similares acontecidas en restaurantes, museos o estaciones de transportes públicos, sin embargo, hay algo en este caso que parece emitir un destello singular: la presencia de actitudes antiguas en un entorno de innovación tecnológica.