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UTE, crónica de una guerra perdida

Voluntarios vinculados a la unidad terapéutica de la cárcel denuncian el deterioro del servicio, con un incremento del consumo de drogas y episodios violentos

Rosa Fernández, Javier Fernández Conde, Raquel García Zapico y María Eva Iglesias Llaneza, en las instalaciones de LA NUEVA ESPAÑA en Oviedo. MIKI LÓPEZ

Hubo un momento en que el modelo de las unidades terapéuticas parecía estar a punto de ganar la guerra a las drogas en la cárcel asturiana. Fue en 2011. Las UTE ocupaban cinco módulos y estaban a punto de expandirse a un sexto, el de destinos. Este módulo era clave para cortar el tráfico, ya que los presos del 6 realizan repartos en la cárcel y algunos lo aprovechan para distribuir droga. Aquel éxito al alcance de la mano fue, sin embargo, la némesis del proyecto. De la noche a la mañana, el módulo 6 apareció empapelado con carteles: "No queremos la UTE". La dirección comenzó a negar la entrada a los voluntarios. Se disolvió el equipo multidisciplinar, se arrinconó al núcleo original que desarrolló las UTE (Faustino García Zapico y Begoña Longoria), se relajaron las normas (ya no existe el contrato terapéutico, que permitía ejercer un control sobre las comunicaciones de los presos, que se comprometían a realizar pruebas de drogas y se corresponsabilizaban en su proceso de recuperación) y se mantiene en las unidades a reclusos que no quieren dejar las drogas y desean marcharse, influyendo de forma negativa en el resto que sí quiere completar su rehabilitación.

El resultado: presos haciéndose porros a la vista de todos, agresiones para robar droga a reclusos que llegan de permiso, internos con síntomas de consumo o "pases" de sustancias. Hasta ocho incidentes así hubo en la UTE3 el pasado fin de semana, como ya informó LA NUEVA ESPAÑA.

A quienes vieron nacer y fortalecerse el modelo de las UTE este deterioro les abre las carnes. "No entiendo por qué tuvo que dejar de funcionar. Le estoy tan agradecida a la UTE... Gracias a ella mi hermano se apartó de las drogas y trata de reinsertarse. Me duele por todos los que están quedando en el camino, que podrían dejar las drogas y dar otro rumbo a sus vidas, y no pueden", dice Raquel García Zapico, familiar de uno de los "salvados" por la unidad.

El sacerdote Javier Fernández Conde, de "Prisión y Universidad", criticó en su día el modelo, que le parecía elitista. Pero poco a poco fue cambiando de opinión hasta convertirse en un ferviente defensor del modelo. "Las UTE existen sobre el papel, pero se las ha vaciado de contenido", sentencia. En las UTE Conde halló "un espacio 'normal' de relaciones" en la cárcel. "Encontré incluso algún preso que no quería salir a la calle, porque no se sentía preparado", asegura. Un ejemplo del grado de responsabilidad alcanzado por los reclusos.

Todo eso ha sido "arrasado", en palabras de María Eva Iglesias Llaneza, voluntaria de Pastoral Penitenciaria, a quien le han retirado el pase a la cárcel por haberse pronunciado a favor del modelo original de las UTE. "Era el lugar donde se recuperaba a la gente, por eso lo defendíamos", asegura. Iglesias resalta la "doble implicación" de los funcionarios de la UTE, que incluso acompañaban durante los permisos a los reclusos para evitar recaídas. "El acoso a la UTE ha tenido daños colaterales: los presos que se nos han ido, el desánimo de los funcionarios, la desazón de los voluntarios", enumera.

Rosa Fernández, presidenta de la asociación de familiares y amigos de la UTE, a la que un día prohibieron entrar en prisión después de que la cárcel desechase su proyecto de piso de acogida, culpa a la dirección de la prisión y a Instituciones Penitenciarias por consentirlo. "No quieren un modelo alternativo de prisión", sostiene. Todo el trabajo de la UTE se está perdiendo, la labor divulgativa en los colegios, la labor de apoyo y cohesión a las familias. "Sólo queremos que se cumplan las recomendaciones de la Defensora del Pueblo de volver al modelo original de la UTE", señalan.

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