En la Proaza oscura, calcinada y herida brotan diminutos arbustos que salpican de verde un monte devastado por las llamas. Esa vida la aportan algunos de los 4.000 madroños que la Fundación EDP, en colaboración con el Fondo para la Protección de Animales Salvajes (FAPAS), comenzó ayer a plantar en el entorno de Caranga, una zona de reproducción osera que el fuego arrasó -150 hectáreas- el pasado mes de diciembre. La aportación de estas plantas es, en palabras de los conservacionistas, clave para evitar la erosión del suelo incendiado. Los brezos que había antes de la combustión quedaron reducidos a pequeñas ramas cubiertas de un manto negro. "No se trata de plantar para obtener árboles, sino para impedir que el terreno siga perdiendo tierra y quede sólo roca", explica el presidente del FAPAS, Roberto Hartasánchez, en medio de un paraje único desde el que se observa a vista de pájaro el pueblo de Bandujo.

Las piedras adquieren protagonismo en la parte alta del monte, donde la tierra quemada ya ni existe. Allí la vida se ha apagado. Los osos no pisan el terreno por falta de alimento y tan sólo un venado sigue la regeneración forestal del espacio desde el monte de enfrente, a donde las llamas no pudieron llegar. "Tuvimos suerte. El año pasado parieron en esta zona dos osas. Pero con el invierno loco que tuvimos, los plantígrados se quedaron por fuera. Si llegan a estar hibernando, el fuego acaba con ellas", aseguran los ecologistas. La plantación de madroños también se hace pensando en la especie, ya que los frutos de estos árboles forman parte de su dieta alimenticia.

Este arbusto, muy utilizado en Portugal, tiene otros beneficios que lo convierten en el más idóneo para recuperar un área quemada. "Tiene una alta capacidad para enraizar en suelos pobres y tiene hojas durante todo el año. Este último aspecto es importante, ya que amortigua la caída de lluvia sobre el suelo y evita su erosión. Es decir, el goteo no se produce de golpe, sino poco a poco", detalla Roberto Hartasánchez. El proceso de renovación de los montes asturianos que llevan a cabo sus voluntarios es casi artesanal.

Para empezar, hay que buscar una zona adecuada para la plantación. Roberto Hartasánchez indica que no toda la extensión vale, sino que hay que localizar áreas que tengan suficiente tierra. Tras ello, hay que realizar con una barra un hoyo del mismo tamaño del cepellón de la planta, ya que el objetivo es mover el mínimo material posible. "Si abrimos un gran agujero, dejamos tierra suelta que la lluvia se lleva y eso propicia la erosión del monte", precisa Hartasánchez mientras los jóvenes Marc Franco, Gerard Fons y Jordi Torrente, estudiantes de un grado superior de forestales en Cataluña, moldean con sus manos el terreno.

El siguiente paso es meter en el hoyo el arbusto, que debe ser pequeño, y presionar con una maza la tierra de alrededor para hacerla compacta y resistente al agua. A continuación es necesario espolvorear junto a la raíz un "chupito" de abono de liberación lenta para llenar de nutrientes el suelo. "Son aportes de nitrato fósforo y potasio que necesitan las plantas para crecer. Cada bolita se disuelve suavemente de aquí al otoño", comenta el presidente del FAPAS. La última maniobra es colocar una varilla junto al pequeño madroño y un protector atado a ella para evitar que la fauna se coma la planta. "Por aquí hay ciervos y corzos, que son muy dañinos para la repoblación de una zona incendiada. Están buscando comida y ahora mismo lo único que tienen son estos árboles. Por eso, hay que protegerlos muy bien", manifiesta.

Respetando estos pasos, el monte de Caranga puede tardar al menos quince años en recuperar su belleza. Los ecologistas esperan que dentro de un año, los madroños ya hayan sobrepasado la altura del protector, que habrá que retirar para facilitar su crecimiento. Después de ello, la labor de regeneración ya habrá acabado. Sólo hay que dejar que la naturaleza actúe por sí sola y los osos vuelvan a su guarida de Proaza.