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JOAQUÍN HERNÁNDEZ | Presidente del Centro Asturiano Covadonga de Berna (Suiza)

"Antes la emigración asturiana buscaba la unión; ahora no, cada uno va por su lado"

"En Berna cerraron todos los centros regionales: los socios van muriendo y - a los jóvenes no les vemos ni el pelo"

Joaquín Hernández, ayer, en Oviedo. LUISMA MURIAS

Lleva 53 años en Suiza, pero Joaquín Hernández conserva impecable el acento asturiano. Es desde el 2000 presidente del Centro Asturiano Covadonga de Berna (Suiza), ciudad a la que llegó cuando era un "chavaluco". "Tengo 70 años y marché con 17 por mediación de una tía. Desde el primer momento me enamoré del país", cuenta este poleso, que dedicó su vida a hacer pasteles. Ya jubilado, Hernández se vuelca en recuperar la unión perdida de la emigración asturiana. "Antes buscábamos el apoyo de unos y de otros, ahora cada uno tira por su lado", lamenta. Hernández se reunió ayer en Oviedo con el consejero de Presidencia y Participación Ciudadana, Guillermo Martínez y la directora general de Emigración y Cooperación al Desarrollo, Begoña Serrano.

-¿Qué temas trataron en esa reunión?

-Principalmente les expliqué que el pasado mes de septiembre cerramos el centro asturiano. Sin previo aviso, el antiguo gerente se declaró enfermo y decidió no trabajar más. Ahora estamos en los juzgados, todo se ha complicado. No obstante, la sociedad funciona y sigue manteniendo las mismas actividades. Mi objetivo es que la colonia continúe unida. Para hacer fiestas y espichas nos apañamos de momento alquilando salas exteriores.

-¿Es difícil mantener un centro de estas características durante más de 35 años?

-Efectivamente, cuesta mucho, mucho. Desde hace cuatro años, la emigración asturiana en Berna no ha parado de bajar. Unos han muerto, otros han vuelto a la región... Y de todos esos jóvenes que llegan ahora, nosotros no hemos visto a nadie.

-¿Influye en ello el cambio de perfil del emigrante?

-Por supuesto. Antes éramos todos obreros, hoy los que llegan son ingenieros, abogados... Y, repito, no les vemos el pelo. Cuando se fundó el centro asturiano de Berna, había en Suiza más de 200.000 asturianos. Y de aquella existían también los centros gallego, andaluz y extremeño. De todos ellos ahora no queda nada. El gallego cerró hace dos años y sólo mantiene un equipo de fútbol. La unión se ha perdido.

-Con este panorama, ¿tiene sentido mantener un centro asturiano en Berna?

-Claro que no. Es además un trabajo muy esclavo, que te lleva a trabajar de lunes a viernes después de tu jornada laboral, y sábados y domingos. No compensa. De todas formas, ninguna de las actividades que organizamos son para hacer negocio. Nos acarrea más gastos que otra cosa.

-¿Aprecia que ahora hay menos espíritu asturiano? Me refiero a si los jóvenes emigrantes pierden el contacto con la región.

-Por supuesto. Y aparte de eso, veo que -me da hasta pena decirlo- el asturiano no es nada colaborador. Al contrario, a la mínima te plantan: "A mí no me gusta el secretario, a mí no me gusta el color del bar...". Tonterías. Con más de uno tuve una enganchada por estas cosas. Hoy por hoy, en Suiza no hay unión asturiana, a diferencia de lo que ocurría en la década de los ochenta. La emigración buscaba contacto entre sí, buscaba el apoyo de unos y de otros. Ahora no, cada uno tira por su lado, aunque estén en apuros.

-Cuando fundaron el centro, ¿cuántos eran?

-Empezamos siendo noventa y de aquella todavía no teníamos local. En cuanto adquirimos uno, llegamos a ser más de 350. Pero claro era la época dorada de la emigración asturiana. Ahora ha descendido mucho, asturianos -sin contar los descendientes- seremos unos 500 en Berna. Marcharon muchos y entraron muy pocos. Tenemos 130 socios.

-¿Qué tipo de trabajo se demanda en Suiza?

-El paro allí no es muy grande, ahora mismo está en torno al 4%, pero hay mucho refugiado político. Somos nueve millones personas, de ellas dos millones son extranjeros y sólo trabajan unos 200.000. El resto son refugiados políticos, que hay que mantener. El gobierno suizo obliga a las oficinas de empleo a recolocar a los parados antes de que las firmas contraten a extranjeros. Entonces, es difícil encontrara trabajo allí. Además, se están metiendo mucho con los idiomas. Eso de llegar como yo, que no entendía ni papa, ya no vale.

-Tienen quejas con las comunicaciones.

-Sí, estamos muy mal en ese aspecto. Yo, por ejemplo, que estoy en Berna, tengo que desplazarme primero a Ginebra, de ahí ir hasta Madrid y esperar dos horas para salir hacia Asturias. No tenemos vuelos directos, salvo unos meses en verano. Y los gallegos sí que los tienen. Cada vez se reducen más y más y al final quienes pagamos las consecuencias somos los emigrantes.

-¿Le gustaría volver a Asturias?

-Estoy deseando que mi mujer, que es suiza, se jubile para pasar temporadas en Asturias, en la casa de Pola de Siero. Pero lo cierto es que estoy muy bien allí. Tengo dos hijos y dos nietos que ya tienen la vida hecha. Asturias me tira, como es lógico, pero cuando vuelvo hay ciertos ambientes que ya me cuesta reconocer. Por ejemplo, la falta de respeto. Eso es algo que me cuesta tragar.

-¿Qué es lo que le enamoró del país?

-Su paisaje, es igual que el de Asturias. Cuando fui por primera vez allí y vi esas montañas y ese verde, pensé que estaba en casa. Lo único que extrañé fue el idioma. Cuando les escuché hablar dije: "Puf, lo llevo yo claro aquí". Parecía que ladraban. Pero por lo demás, Suiza es precioso.

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