Hace unos días vi un programa en televisión donde se hablaba de la cantidad de deberes que traen a casa diariamente nuestros hijos. Me sentí completamente identificada con lo que vi y escuché, sobre todo porque llevo años quejándome, sin éxito, como supongo lo hagan muchos padres.

Yo vivo sola con un niño de 11 años, me levanto a las seis de la mañana para ir a trabajar y no llego a casa antes de las cuatro de la tarde. Las tardes las dedicó a lavar, planchar, limpiar y a todas las demás tareas que necesita una casa.

Si apenas me queda tiempo de ocio para mí, me doy cuenta con tristeza que menos para mi hijo, porque hace una jornada de trabajo igual o mayor que la mía. Se levanta a las ocho de la mañana, carga con una mochila con 15 kilogramos de peso y está cinco horas en el colegio. Come, va dos horas a la semana a extraescolares y luego todos los días a clase particular, porque a esas horas yo ya no tengo ni paciencia ni tiempo para ayudarle a aclarar las dudas que puede tener. Cuando llega a casa, a menudo debe seguir una hora o más. Se ducha, cena y a la cama, porque al día siguiente es más de lo mismo. Ésa es la vida de mi hijo y de tantos otros cinco días a la semana.

Creo sinceramente que algo falla en esta sociedad y que éste es un problema que nos atañe a todos, porque es injusto que vuestros hijos deban hacer una jornada laboral mayor que la de los adultos, porque los padres necesitamos hablar con ellos y enseñarles cosas que no vienen en los libros, porque si te obligan diariamente a reeditar algo que no te gusta acabas odiándolo y, sobre todo, porque los niños necesitan jugar y evadirse para aprender otras cosas que no enseñan los libros de texto, por ejemplo la imaginación.