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El mayor caso de corrupción de la historia del Principado

El caso se marea

Las defensas abren juicio al juez instructor entre abogados que dicen no saber de qué o por qué se acusa a sus clientes y encausados que asisten a la vista sin dirigirse la palabra

El caso se marea

Para cuando Luis Tuero, abogado defensor de tres trabajadores del Ayuntamiento de Oviedo, dijo "tengo la cabeza hecha un lío", la primera sesión ya languidecía a punto de agotar su cuarta hora. Con la sala de vistas atiborrada de acusaciones y defensas, diecisiete letrados y una fiscal, y en el banquillo un equipo titular más dos -trece acusados-, ayer el juicio echó a andar juzgando al juez. Dando una vuelta completa sobre sí mismo, el caso Marea abrió proceso a los instructores, Ana López Pandiella y Ángel Sorando, como involuntarios protagonistas ausentes de una función de apertura en la que las defensas presentaron una ruidosa enmienda a la totalidad de su instrucción "estrambótica", "caótica", "extravagante", "personalista", llena de "transgresiones flagrantes y osbcenas"... Venía a decir Tuero, por él y por todos sus compañeros, que el caso, en efecto, marea, o que el caso se marea, o que las vueltas de la instrucción han pinchado teléfonos por encima de sus posibilidades y llevado al banquillo a gente que no se ve a sí misma en el banquillo. Por ejemplo, a sus tres defendidos, "que ni son funcionarios ni tienen capacidad para contratar". O a José Manuel Blanco, profesor de la Universidad de Oviedo, encausado por cohecho, que resumió aquello hablando por boca de su abogado. "No sabemos muy bien por qué estamos aquí".

Ni Marta Renedo, ni María Jesús Otero, ni José Luis Iglesias Riopedre, que sí estaban. A Sorando y a Pandiella no les hizo falta acudir a la sala para barrerlos del primer plano a través de la estrategia de defensa de los acusados, muy necesitada de una nulidad de las actuaciones que en una última pirueta devuelva el caso de regreso a 2010. Como quiera que ayer sólo intervinieron ellos, prendidos con todas sus fuerzas al clavo ardiendo que les dan los supuestos errores de los instructores, queda eso de un primer día que tuvo muy presentes otras ausencias. Nadie nombró expresamente a Vicente Álvarez Areces, el presidente del Principado cuando se cometieron las presuntas irregularidades en la Administración que se juzgan desde ayer en la Audiencia Provincial de Oviedo, pero su sombra sobrevoló la sala de vistas en un guiño para iniciados, en el "cameo" nominal de un ausente.

Nadie pronunció su nombre, pero Miguel Valdés-Hevia, abogado del empresario Víctor Manuel Muñiz, le hizo una seña citando a su esposa, Soledad Saavedra. Citándola, o queriendo citarla a declarar, por las responsabilidades que tuvo al frente del Instituto Administración Pública "Adolfo Posada" en los años de un presunto desfase contable arrojado ayer al proceso desde la por el letrado de la defensa. El letrado coló ayer, además de la solicitud relativa a Saavedra, otra petición de declaración para el hijo de Riopedre, Ernesto Iglesias, propietario de una ingeniería supuestamente contratada a instancias de su padre.

A todo esto, los trece acusados escuchaban los monólogos bien coordinados de sus abogados sentados en dos filas de sillas frente al tribunal. Cinco delante, ocho detrás, sin dirigirse la palabra, prácticamente sin intercambiar mirada. Las localidades del banquillo eran sin numerar, pero María Jesús Otero se sentó en segunda fila al lado de Marta Renedo, y ésta de José Luis Iglesias Riopedre y éste de Víctor Manuel Muñiz. Uno junto a otro, el núcleo duro de los encausados -con Alfonso Carlos Sánchez sentado delante de Riopedre-, siguió la sesión sin cruzar un comentario, como si el silencio y la absoluta inexpresividad solemne formase parte también de la estrategia de defensa, como si no hablarse ni verse equivaliera a dar la razón a Ana Muñiz, abogada de Otero, cuando para sustentar su teoría de que en realidad "no hay trama organizada" quiso desvelar, con toda la intención, que "María Jesús y Marta se conocieron en el furgón de camino a Villabona". Para que se viera la armonía entre voces distintas en la defensa, Valdés-Hevia había remarcado antes que "Otero y Riopedre no conocen de nada a Marta Renedo". Otero y Riopedre sí se conocían entre sí, y mucho, pero ayer apenas se dirigieron tampoco la palabra a la vista pública.

La película se llama "Nadie conoce a nadie". Tampoco José Manuel Blanco, dirá su abogado, conoce a ninguno de los que le rodean en el banquillo. Para que la forma asintiese al fondo, los acusados llegaron y se fueron por separado, tampoco hablaron en los pasillos y apenas intercambiaron más que un rato de conversación breve entre Alfonso Carlos Sánchez e Iglesias Riopedre a cuenta de un reciente viaje del empresario gijonés a la Galicia natal del exconsejero de Areces.

-A ver...

Marta Renedo Avilés, vestida de luto riguroso, de las botas a las gafas, del mismo negro que escogió para comparecer ante la comisión de investigación de la Junta en 2013, había abierto el desfile breve de encausados por la puerta de la Audiencia con dos palabras sacadas a gancho, la misma sonrisa desganada mirando al suelo que trajo en un taxi María Jesús Otero -a su lado, su abogada tiraba de una maleta de ruedas muy al estilo Mercedes Alaya-, y el mismo laconismo del escueto "lo afronto con tranquilidad" que pronunció ante los periodistas Víctor Manuel Muñiz, casi el único que se saltó el uniforme.

Frente al negro de Renedo, y al blanco y negro de institutriz de colegio antiguo que ha hecho célebre a Otero, el dueño de Igrafo evitó ayer la pajarita que en tiempos mejores le dio el apodo y pasó a llamarle "Tarabicu". Riopedre llegó demasiado abrigado, casi embozado, paraguas al antebrazo; Sánchez, menos, y más risueño. Tirando de una experiencia de seis años haciendo frente, sortearon la fila de cámaras saludando sin mirar, evitando a paso ligero el paso del saludo a la pregunta.

En el interior de la sala, como los que intervenían eran casi exclusivamente sus abogados, y como aquello sólo trataba ayer de denunciar "penas de banquillo" e instrucciones dudosas, de darse golpes de pecho por estar "en un circo donde todo el mundo tiene el pulgar hacia abajo", o de protestar por la admisión del tribunal de la retransmisión televisiva del juicio, los acusados siguieron los alegatos sin apenas manifestar emociones, sin casi ningún otro gesto que el de empezar a revolverse en la silla dura del banquillo a partir de la primera hora y media del larguísimo parlamento. El que será el primer juicio televisado de la historia de Asturias, eso sí, todavía no retransmitió ayer nada. Guarda la tele para la próxima semana, cuando comiencen las declaraciones de los acusados.

Éstos, ayer, no temblaron cuando Javier Díaz Dapena, abogado de Alfonso Carlos Sánchez, dijo "voy a ser extenso", ni siquiera cuando lo cumplió. Sólo Renedo asintió varias veces, la mano en la barbilla, por ejemplo al escuchar de boca de Valdés-Hevia la protesta por la doble condición de testigo y parte que ostenta en la causa la jefa de los Servicios Jurídicos del Principado. Isabel González Cachero representa en el proceso a la Administración autonómica y a la vez será llamada a testificar por haber ejercido como secretaria general técnica en la Consejería de Cultura -"con Renedo como jefa de servicio"- en alguno de los años clave de los hechos que la Audiencia enjuicia desde ayer.

"Aquí hay demasiada política", abundaría al final de la jornada la abogada de Renedo. "Hay que tener muchas narices para decir, como el otro día el consejero de la Presidencia, Guillermo Martínez, cuál va a ser la sentencia y en qué cuantía. ¿De verdad usted lo sabe?", se preguntó, haciendo referencia a unas declaraciones del portavoz del Gobierno. "Menos política, menos buscar cuatro chivos expiatorios y más hablar de lo que debe hablar el PSOE y otros partidos más", remató.

Los alegatos del primer día, exclusivos de las defensas, hicieron diana una y otra vez en aquella instrucción que, según el alegato del abogado de Víctor Manuel Muñiz, llegó a "comerse los errores de la Policía" cuando aceptó, en la transcripción de una de las conversaciones telefónicas intervenidas a Renedo, un sospechoso "Y tu red" donde la exjefa de Servicio había dicho en realidad "Iturrioz", en referencia a Luis Iturrioz, entonces viceconsejero de Modernización Administrativa en el Principado. Con los papeles repartidos, Luis Tuero fue más teatral, Ana Muñiz más incisiva, Valdés-Hevia pedagógico. Para que se le entendiera, hasta pidió ayuda al Tom Cruise de "Minority Report" -pronúnciese "mínori répor"-, esa película de ciencia-ficción en la que una unidad de "precrimen" detiene delincuentes por adelantado gracias a mutantes capaces de ver el futuro. Cambiando "precrimen" por "prejuicio", en los dos sentidos, estará cerrada la teoría.

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