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Un museo como caído del cielo

La colección de Geología, única en la Universidad española, aguarda la duplicación de espacios con la ambición de mejorar su doble papel de laboratorio y escaparate

Luis Miguel Rodríguez Terente, director-conservador del Museo de Geología, junto al fragmento de meteorito de Cangas de Onís, que data de 1866 IRMA COLLÍN

A comienzos de los años cincuenta, la piedra negra de más de tres kilos que hoy se protege tras una vitrina esférica en el Museo de Geología de la Universidad de Oviedo sujetaba una puerta en el Edificio Histórico. Alguien le preguntó por ella al profesor Noel Llopis, principal impulsor de los estudios de Geología en la institución académica asturiana, y ahora está aquí porque aquel tope de puerta era, es, el segundo fragmento más grande conservado de la lluvia de meteoritos que descargó sobre Cangas de Onís a las diez y media de la mañana del 6 de diciembre de 1866. El más importante de Asturias. La visión de la roca está a punto de ganar protagonismo, y probablemente se exhiba en un espacio propio, junto a "sus diez amigos", así llama el director-conservador del museo, Luis Miguel Rodríguez Terente, a los otros diez trozos más pequeños del aerolito que también se custodian aquí.

La materialización de la renovación se espera como muy tarde para Navidad, y hasta puede que la reinauguración coincida aproximadamente con el redondeo del 150 aniversario de la caída del meteorito, uno de los treinta de todo el mundo que tienen sus restos aquí. Lo que le importa a su director, no obstante, es más bien que esta obra a punto de empezar tirará un tabique, ganará para el museo espacio y un acceso directo desde la calle que no tiene y así conseguirá hacer que este lugar pueda ser en mejores condiciones esas dos cosas que simultáneamente ha querido ser siempre, a la vez "laboratorio y escaparate", al mismo tiempo exposición didáctica, servicio a los fines investigadores y formativos de la Facultad y un método de apertura de "las puertas de la Universidad a la sociedad". Confía Terente que la doble función divulgativa y docente le permita convertir "este museo en ejemplo a seguir para otros equipamientos similares en el resto de España".

El inicio inminente de la obra culminará una sucesión de tentativas que empezó en 2007 y que quiere otorgar más visibilidad y protagonismo a un museo para el que el boca a oreja ha ganado una media de entre 3.700 y 4.000 visitantes al año -"pese a abrir sólo días laborables", apostilla el director- y un recuento global que ronda los 49.000 y supera las 1.500 visitas guiadas desde que abrió en 2001. Con todas sus limitaciones, está en el cuarteto de cabeza de los museos más visitados de Oviedo y es, al decir de su responsable, el único junto al de la Farmacia de la Complutense de Madrid que en la universidad española tiene estas características y este funcionamiento, con un conservador dedicado en exclusiva a su desarrollo y una colección permanentemente expuesta y visitable con guía.

Terente sabía desde hace tiempo que era una lástima tener unas 32.000 piezas entre las que están a la vista pública y las que guarda la litoteca del sótano y poder exhibir sólo unas setecientas de cada vez. Los planos le dicen que ocupando la antigua vivienda del conserje ganará sitio para enseñar unas 1.400, y mientras tanto se entretiene imaginando con toda pasión la cristalera que dará a la entrada principal del edificio de Geológicas, la fluorita gigante que quiere que sea "la piedra reclamo", o la vitrina individual del meteorito de Cangas de Onís, que debe compartir protagonismo con las de sus "compañeros", otros treinta aerolitos diferentes recogidos en lugares de los cinco continentes, en "una colección discreta", afirma, "que mejoraremos". O un espacio propio para sacar partido a la "cámara de fluorescencia", que ahora Terente ha improvisado en el pasillo contiguo a la sala, pero que aspira a tener dentro del museo ampliado su propia estancia independiente.

Museo de Ciencias

La ampliación será un primer paso, una primera piedra de camino hacia el gran Museo de Ciencias Naturales que, dirá Terente, se merece Asturias. Hasta entonces, lo que hay ahora mismo a la vista es un extensísimo viaje en el tiempo que va desde un fragmento de la pieza de corteza terrestre más antigua conservada, el "gneis de Acasta", 3.962 millones de años, canadiense, a eso que puede ser más joven, o al menos más cotidiano, "más de setecientas arenas del mundo", incluidas las verdes de Hawaii y las rojizas de la playa de Cariño, en La Coruña.

Aparte de minerales, fósiles y rocas de diversas partes del mundo, lo visible tiene mucha fluorita asturiana, porque además "no hay ningún museo del mundo que no la tenga", y sólo aquí hay dos frascos de petróleo asturiano sacado de la costa de Colunga en 1971. O ámbar y dientes de tiburones que hubo en Oviedo y turba de Gijón, oro del Navia, mercurio de Somiedo, la mandíbula de un elefante de Llanera?

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