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Caso Marea

La tranquilidad del hombre inquieto

Alfonso Sánchez, entrando al Palacio de Justicia. Luisma Murias

Alfonso Sánchez conversa con los abogados, sacude el hombro de los más cercanos, da la mano a los periodistas, habla y escucha. Es el más alto de la sala y de cualquier parte que no sea una cancha de baloncesto. Su lenguaje corporal locuaz tiene mano de orador y pie de batería. Se echa el flequillo hacia atrás, se ajusta el pantalón a la cintura, mete la mano en un bolsillo abultado como el de Guillermo Brown, jamás suelta esa carpeta clasificadora que parece un muestrario, se balancea... Hay nervio equino en ese no parar estando quieto, sobre todo cuando golpea el suelo con un pie.

Almacenes Pumarín (APSA), empresa que fundó desde la librería de su padre en las Mil Quinientas Viviendas de Gijón, la que en 2009 facturó 21 millones de euros, se había expandido por España en 14 sociedades y preparaba su salida a África e Hispanoamérica, está en concurso de acreedores.

Mientras la Audiencia le juzga por cohecho, falsificación y cooperación en fraude y la fiscal Carmen Rodríguez pide 9 años de prisión para él, un jugado de Gijón le acaba de condenar a ocho años de cárcel y tres millones de euros de multa por delitos contra la Hacienda pública. La sentencia no es firme, no tanto como él, que saluda, charla, se acaricia la cara y la solapa, se encoge de hombros y no para quieto pero sin mostrar más inquietud que la propia de la fauna de los grandes espacios abiertos.

Ese dinamismo le sacó de la librería Astur de su padre a ofrecer papelería a los colegios que había más allá de Pumarín. "Mi padre vendía detrás de un mostrador, yo salí a la calle", dijo cuando le nombraron "Empresario del siglo XXI", meses antes de que le encausaran y de que se supiera que la calle estaba llena de despachos donde, según una serie de grabaciones y declaraciones, había aprendido a moverse con brío.

Las imágenes del empresario premiado por integrar muchas mujeres a lo largo del escalafón administrativo de APSA, atendiendo a convenios con entidades educativas que sólo le enviaban trabajadoras, muestran a una persona que hace seis años parecía seis años mayor que ahora. El pelo corto, las gafas y el traje sujetaban al hombre de 58 que acude al juicio con americana de cuadros y coderas ornamentales, camisa azul pálido, pantalón beige de sport y zapatos de atar en ante marrón. Su media melena completa y su media patilla algo cana le han rejuvenecido como cuando era joven, dándole un aire de cantante melódico tardío, como el primer Francisco.

Ayer sólo se habló de Almacenes Pumarín como cliente. Según unas conversaciones grabadas, APSA compró 30.000 euros en cheques regalo de El Corte Inglés. Debidamente activados, responden a su nombre y funcionan como cheques y para regalos, dinero al portador sin ser papel moneda.

Administrativos de la Universidad y trabajadores del Ayuntamiento de Oviedo, hablando como testigos, recordaron al desaparecido Miguel Cuesta, comercial de Almacenes Pumarín, cincuentón, delgado, dicharachero, que regalaba estos cheques cuando llegaba Navidad o los vendía en las largas noches cuando, después de pagar rondas y hacer chistes sportinguistas, quedaba seco y sin liquidez. También las vendía "a bajo coste", y José Ramón Villa, responsable de polideportivos y campos de fútbol de Oviedo, e Isaac Ovies, lo mismo de piscinas y pistas de tenis, ambos con varios billetes de 50 euros, se las quitaban de las manos a la hora del café.

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