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Arquitectura personal (y 2) | NATALIO VÁZQUEZ GARCÍA | Empresario

"El dinero es para emplearlo en hacer cosas; yo a los que lo guardan en Suiza matábalos"

"Nunca dejé de ser mecánico, pero durante diez años vendí coches; era fácil, pero tengo estado hasta las seis de la mañana con paisanos por las cuadras"

Natalio Vázquez, en su casa, ante uno de sus "Picasso" en hierro. F. RODRÍGUEZ

Natalio Vázquez García (La Cabaña, Vega de Poja, Siero, 1935) nació en una familia de muchos donde había poco. Empezó a trabajar a los 13 años y, atendiendo al prestigio del oficio y al consejo de sus tíos, se hizo mecánico. Después de haber trabajado y de haberse ido formando en media docena de talleres en Siero, cuando tenía 30 años se casó con Celestina Quirós y se hizo la promesa de tener un taller propio.

Es un desconocido conocidísimo que se hizo con la concesión de Renault en los años sesenta y desde Talleres Natalio vendió miles de coches. Está jubilados desde hace 16 años, pero eso no le detiene. Su orgullo es un polígono en Paredes que lleva su nombre: Polígono Natalio. Su obra vital está hecha en sociedad con su mujer, Tinita. No tienen hijos.

-¿Cómo logró usted su taller propio?

-Mi suegra compró 10.000 metros cuadrados a la entrada de la Pola desde Oviedo y pagó por ellos 450.000 pesetas. La animé a que lo hiciera y en parte de esos terrenos construí la estructura del taller con un chaval. Muchos amigos abrieron un taller, pero yo sabía que el porvenir era una marca.

-Había pocas, entonces.

-Sin duda, la que más vendía era Seat. Pedí Renault, que llevaba en Asturias Abundio Gascón, que se portó bien. Reparaba camiones y autobuses y desde 1966 fue servicio de Renault. Salía más veces a la una de la mañana que a las ocho de la tarde.

-¿Cómo fue creciendo?

-Un año ponía taller de chapa; otro, de pintura; el siguiente, cabinas. Siempre tuve buenos operarios y acabamos bien con todos. Empecé con cuatro y al final, en Pola, llegamos a ser veinticuatro. Tinita, mi mujer, llevó la caja durante 46 años.

-¿Dejó de ser mecánico?

-Nunca. Al principio también salía a vender coches los domingos, a pelear con el paisano. Era fácil. Vendía dos a la semana. Había que esperar un año para que te llegara el coche y lo pedías azul y te lo mandaban verde. Cuando salió en R12 te daban un premio si vendías tres. Vendimos seis. Tengo estado hasta las seis de la mañana con paisanos por las cuadras. Dejé de vender a los diez años. Tuve también un vendedor y exposición.

-¿Le gustaba vender?

-No es vender sino ayudar a comprar. Como era aldeano caía bien, pero había que ser muy honrado, los paisanos no te pueden cazar en una mentira.

-¿Se arreglaban solos usted en el taller y Tinita en la caja?

-En 1974 entró Lucas, el hermano de Tinita, que estaba soltero y había estudiado ingeniería. Durante un tiempo hizo de todo en el taller: recepcionista, gruista, jefe de posventas... Cuando tuvimos la concesión de Renault fue jefe de ventas.

-¿Cuándo fue eso?

-En 1979. Eso nos hizo prosperar más. De Siero a Unquera, todos los servicios, que eran cinco, dependían de mí. Surtía de recambios y de coches. Vendí miles. Al principio, 500 coches por año. Luego llegamos a los 3.000.

-¿En qué cambió el taller?

-Antes tenías que ir donde estaba la avería -hasta Alemania por un camión- y reparar una carroceta sobre la marcha porque tenían que funcionar cuanto antes. Ahora los mecánicos no se mueven del taller. Entró la electrónica y hay que saber continuamente lo que cambia.

-Hable del viejo método.

-Ibas a desguaces, comprabas piezas y dabas soluciones creativas: acoplabas frenos y motores y frenos y direcciones. Antes los camiones de ganado tenían un portón trasero muy pesado. Los gallegos traían un sistema de palanca que ayudaba a empujar. Vi aquello, lo copié, lo hice más sencillo y vendimos muchos elevadores para el portón trasero.

-Hizo coches para carreras.

-Cuando empezó Citroën con al autocross, corriendo con coches que pesaban poco. Vi aquello y le puse al R5 el motor de un R18 y se lo pasé atrás. Con ese coche corrió José Ardines en Zafra, Barcelona, Orense, en muchos sitios. En el circuito de La Belga siempre ganábamos. Luego pasé al rally de tierra.

-¿Por qué lo hacía?

-Me entretenía. Los fines de semana salía el sábado de madrugada con el Land Rover y el coche en remolque y conducía de un tirón hasta Gerona. Mi momento era cuando rompía la pieza y encontraba una solución. Aquellos coches eran todo engendros. No importaba que fuera el que más corría sino que no se averiara en la carrera. José B. Pino corrió con esos coches en Zaragoza, León y Guadalajara.

-¿Por qué lo dejó?

-Mi mujer dijo "¡basta!".

-¿Nunca pensó usted en correr?

-No. Me gusta conducir y todavía hago bien viajes largos con 81 años cuando vamos de vacaciones a Málaga y Benidorm y conduzco de un tirón mil kilómetros. Pero no era bueno para correr. Empecé a conducir a los 30 años con un 4/4. En los talleres antes no te dejaban probar los coches. Lo mío es la mecánica de una manera total. Yo hice mi propio concepto de taller y lo apliqué en los otros que hice. Juan Roces dice que soy un arquitecto frustrado.

-¿Y eso?

-Me gustaba la construcción. En 1991 tiramos entero el taller y levantamos uno nuevo de dos plantas que daba a tres calles. En 2001 abrimos otro en Lugones. El inicial ya no existe.

-Hace nueve años cerró el taller inicial.

-Para alquilar el local a Mercadona, pero trasladamos el taller a La Carrera. Los dos talleres siguen en la actividad, pero los tengo alquilados a Leomotor. No quedó nadie sin trabajo. La hija y el yerno de Lucas, mi cuñado y socio, trabajaban allí y para que tengan un sueldo les pusimos un estanco. Yo decía "cómo voy a poner un estanco si el tabaco mata gente", y un amigo me dijo "¿y lo dices tú, que vendiste coches?".

-Pero con 72 años usted no se detuvo.

-Tengo que hacer cosas y si son nuevas mejor. Me pasaba cuando estaba aprendiendo. Si me daban un trabajo en seguida quería hacer el siguiente. En una cadena de montajes, que haces siempre lo mismo, acabaría loco. No entiendo a los que tienen 40 años y están jubilados. Me jubilé a los 65, pero tengo que seguir haciendo. Lo que más orgulloso me tiene es el polígono que lleva mi nombre.

-En Paredes, donde la nueva ITV. ¿Cómo empezó eso?

-Quería poner una instalación de Renault, pero vino otro concesionario y... empecé a comprar fincas. Hubo que reunir 60 fincas. Entre la ITV, Ignacio del Bosque y yo compramos 90.000 metros a precio razonable. Lo compramos en dos años y luego hubo que desarrollarlo. Siempre digo que hay que comprar en sitios buenos y éste es el mejor de Asturias, en el centro, fácil de entrar y de salir a cualquier parte. Se paró con la crisis, pero está para entrar.

-¿Tiene mucho dinero?

-No tengo ni puta idea. Los números los lleva mi cuñado. No lo hago por les perres, sino por hacer algo. También hago reproducciones de cuadros de Picasso con varilla metálica, que luego me pinta Manualidades Sandra... o las ampliaciones de la casa.

-Si no lo hace por ambición, ¿por qué lo hace?

-El mundo prospera por ambición. Lo que quiero decir es que las cosas fueron saliendo. Tuvimos una época en que comprabas algo -yo siempre recomiendo que sea en sitios buenos- y al cabo de unos años si lo tenías que vender o alquilar, el valor se había disparado. Así aprovechamos algunas herencias de mi mujer. Además, el dinero está para emplearlo. Yo a esos que lo tiene guardado en Suiza matábalos.

-¿No tiene otras aficiones?

-Ahora viajamos mucho, aunque cuando más lejos fuimos fue cuando ganamos el premio del Club de Calidad que daba Renault, que nos llevó a Nueva York en Concorde, a los Fiordos noruegos, a Sudáfrica, a la Patagonia, a Tailandia... Algunos sitios ya no están, las Torres Gemelas de Nueva York, por el terrorismo, y donde estuvimos en Tailandia, por el tsunami. Tenemos casa en Celorio y si vamos fuera de Asturias no salimos de la Península. También hacía algo de monte, a condición de que no se comiera de bocadillo. Iba con Nacho Ordóñez, buen amigo, un hombre culto, que murió fulminantemente haciendo bicicleta. Perdí un hermano.

-¿Qué tal siente que le trató la vida?

-Bien. Yo le digo a mi cardiólogo, Salinas, "no me cuides tanto que me hagas sufrir". No me importa morir de golpe, pero tengo miedo a quedar torcido.

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