Conocí a Miguel Ángel (para la mayoría de los que le conocíamos, simplemente Miguel) por medio del correo electrónico. Fue hace ya más de seis años, tras serme diagnosticado un linfoma, uno de los múltiples tipos de enfermedades hematológicas del que cada año se descubren en España millares de nuevos casos. Como en ese momento desconocía por completo a lo que me enfrentaba, decidí informarme a través de las que entendí que eran las dos mejores fuentes: la de los profesionales de la salud y la de los propios pacientes.

Fue de este modo como encontré AEAL (Asociación Española de Afectados por Linfoma) por internet: la asociación de enfermos afectados por leucemia, linfoma, mieloma y demás enfermedades oncológicas que afectan a la sangre, y de la que por aquel entonces Miguel era su delegado para Asturias. Envié así un correo a la dirección de contacto que en su web aparecía y no tardé en recibir su respuesta personal. A aquel primer email siguieron otros hasta que, un buen día, nos conocimos en persona. Y, desde entonces, se forjó entre nosotros una sincera amistad, de la que ahora, después de enterarme este sábado de su fallecimiento, aquejado de una complicación relacionada con su maldita enfermedad (¡nuestra maldita enfermedad!), sólo lamento el no haberle dedicado más tiempo. Porque en nuestras vidas todos tenemos a nuestro alrededor a personas a las que de verdad merece la pena dedicarles mucho más tiempo y Miguel, sin duda alguna, era para mí, y estoy convencido de que para muchos, una de esas personas.

Me resultaría complicado resumir en una carta todas las virtudes que atesoraba Miguel como persona y amigo. Sinceridad, lealtad, honestidad, generosidad, humildad... serían de verdad tantas, que acabaría seguro por dejarme alguna. Más sencillo sería, por ser muy pocos, mencionar alguno de sus defectos, que, como cualquier ser humano que se precie de serlo, él también tenía, pero que, sobre todo, sabía admitir y reconocer. Puedo así afirmar que no he conocido en mi vida persona más testaruda que Miguel, a quien nada ni nadie podía hacer abandonar cualquier cosa que se le metiera en la cabeza llevar a cabo y que él entendiera como necesaria.

Esa testarudez unida a la convicción de que se trataba de algo justo fue la que le llevó a enfrentarse a todas las instituciones que se interpusieron en su camino (Sanidad y Principado, fundamentalmente), en favor de los derechos de los enfermos a los que él representaba y de los que en multitud de ocasiones me reconoció, se sentía responsable (demasiado, solía yo decirle) de cualquier trastorno o deficiencia en la atención que pudieran recibir. Encabezó así las protestas que en su día se convocaron por el intento (afortunadamente fallido a la postre), por parte de algunas personas, de desestabilizar e incluso desmantelar la unidad de trasplante hematopoyético del antiguo HUCA, auténtica joya de la corona de la sanidad asturiana, llegándose a recoger gracias a aquellas movilizaciones más de 15.000 firmas en favor del mantenimiento de dicha unidad en las mismas condiciones y con los mismos servicios que ofrecía desde su creación.

Disconforme desde el primer momento con el apoyo y la gestión que desde la sede la central de AEAL se hacía de aquella crisis en Asturias y por otras cuestiones no menos importantes que entendía que afectaban a sus pacientes en esta comunidad, Miguel decidió abandonar esa asociación, para inmediatamente, junto con otros pacientes y familiares de éstos, fundar Astheha, de la que en la actualidad era vicepresidente, si bien la realidad, y sin desmerecer en ningún caso la gran labor de todos y cuantos forman parte de la directiva de la asociación y de todos aquellos que aportan su granito de arena al funcionamiento de la misma, es que Miguel era Astheha. Por ello, el mejor homenaje que se le puede hacer a Miguel y que sería además lo único que él pediría, es que Astheha siga funcionando con la misma atención humana y con el mismo nivel de servicio para sus asociados como les ha ofrecido mientras él tuvo fuerzas para que así fuera.

Esa entrega desinteresada, primero en AEAL y después si cabe aún en mayor grado en Astheha, a mi entender nunca suficientemente reconocida, le supuso a Miguel infinidad de quebraderos de cabeza, que estoy convencido que en nada favorecían a su estado de salud. Pero Miguel era así: anteponía el bienestar de los demás al suyo propio. En mi caso, nadie fuera de mi familia estuvo tan cerca de mí en los peores momentos, y ahora, cuando era él quien pasaba por ellos, por no querer preocuparme, me tuvo literalmente engañado sobre su verdadero estado de salud hasta el mismo día anterior a su muerte, cuando todavía desde el hospital me envió un wasap interesándose cariñosamente por mí y por mis dos hijas y contándome que probablemente le dirían pronto cuándo le darían el alta.

Un último detalle que demuestra cuán grande era el amor que sentía por su asociación es que él mismo, antes de morir, ordenó que no se enviaran flores a su ceremonia de despedida, y que todo el dinero que fuese a emplearse en ellas fuera donado a Astheha.

Si algo aprendemos todos los que hemos pasado por una enfermedad como la nuestra, es que por más que nuestras analíticas puedan parecer normales, en realidad la enfermedad sigue dentro de nosotros, lo mismo que el miedo a la muerte. Y aunque cada uno lo tratamos de sobrellevar a nuestra manera, unos mejor que otros, Miguel lo llevaba mejor que nadie. Hasta en eso tan complicado y duro fue ejemplar en su conducta.

Ciertamente me va a resultar muy difícil a partir de ahora hacerme a la idea de que no tendré a Miguel para confesarle esos miedos o para quejarme de un simple resfriado. Y sé que nadie jamás podrá sustituirle. Guardaré con cariño en mi interior tantas conversaciones mantenidas juntos sobre las pasiones que compartíamos: fútbol, política, gastronomía... Y cuando le eche en falta, volveré a leer aquellos emails que de tanta ayuda me sirvieron.

Soy de los que piensan que cuando nos vamos de esta vida nunca lo hacemos del todo, pues quedan presentes de nosotros aquellos actos que sirvieron a otros. Es por esto que Miguel siempre estará presente en mí. Gracias Miguel.

Miguel Ángel Pérez Juárez, responsable en Asturias de la Asociación de Linfoma, Mieloma y Leucemia, falleció el día 9 de julio a consecuencia de su enfermedad.