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Los cuatro hospitales de las montañas del oro

La ruta del Camino de Santiago a través de los puertos de La Marta y El Palo pone a prueba al peregrino frente a la naturaleza

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Camino de Santiago: Recorrido del camino primitivo por el tramo de los hospitales

Hospital viene de hospitalidad, que tiene que ver con cama, abrigo y comida más que con tratamientos sanitarios. La red de viejos hospitales del Camino de Santiago está compuesta hoy por albergues. Cambió la nominación pero no tanto el concepto, sobre todo cuando hablamos de albergues que trascienden del puro negocio.

La Ruta de los Hospitales, la "etapa reina" del Camino de Santiago por Asturias, une Borres (Tineo) y Berducedo (Allande) a través de unos 25 kilómetros de montaña pura y paisajes de ensueño. El nombre le viene de los cuatro puntos de parada documentados a lo largo del trayecto. Tres de ellos, los hospitales de Paradiella, Fonfaraón y Valparaíso, se encuentran separados por apenas cuatro kilómetros, a una altitud cercana a los 1.200 metros.

De los tres quedan restos de piedra que hacen pensar en modestas cabañas para el descanso o para guarecerse de las tempestades. Aún hoy, en lo alto del puerto de El Palo, al pie de la central eléctrica, se levanta una construcción que sirve de parapeto cuando los vientos o la nieve arrecian. Frente a la fuerza de la naturaleza, el hombre sigue siendo -ahora y en la Edad Media- un modesto ser vulnerable.

El Hospital de Paradiella está documentado ya en el siglo XV. Cuando el peregrino que inició ruta en Borres llega hasta esas ruinas han pasado ya unas dos horas de ascenso casi continuo. Aún queda un último trecho, de esos que María Ramos González, hospitalera de Borres y guía para este reportaje, califica de "subida de pensar", de esas que por su crudeza interrumpen la conversación y avivan el pulso.

En la braña abierta y, anteayer, luminosa que rodea a Paradiella comienza la retahíla de balizas de madera con la flecha amarilla del Camino. En jornadas claras la cercanía entre unas y otras parece un exceso, pero en días de niebla, fenómeno más que habitual en la zona, las balizas ayudan. O cuando caen las primeras nieves, que cubren el camino pero no esos mojones que marcan la dirección. "La niebla es intensísima -señala María Ramos-. Si te sorprende lo mejor es buscar la referencia de alguno de los hospitales y esperar allí". Con nula visibilidad y casi nula cobertura el asunto se complica.

Estamos aproximadamente a unos 215 kilómetros de la plaza del Obradoiro, en Compostela pero las distancias se diluyen en este subir y bajar que parece jugar con el caminante. Desde las brañas que rodean las ruinas del Hospital de Paradiella se ve a la derecha el Pico Caborno, una de las referencias orográficas de la etapa. Y al frente el Pico Hospital.

Desde Paradiella a Fonfaraón hay una distancia de poco más de dos kilómetros. Fonfaraón forma un pequeño complejo pétreo, con dos cabañas, una cerca y una fuente, hoy inutilizada, con las siglas DFO y simbología minera. Cuentan en Borres que el hospital de Fonfaraón funcionó hasta la segunda década del siglo XX.

Uno de los habitáculos está cerrado con un techo de piedra y vieja uralita. El suelo deja bien a las claras su actual uso ganadero. A lo largo de la caminata -son ya casi tres horas de excursión- la presencia de ganado vacuno y equino es abundante en estas épocas del año.

Como zona de acampada contra el viento, vale. Meterse en el interior tiene sus desventajas; la más notoria, el olor a estiércol, pero mejor eso que la ventisca invernal. Fonfaraón fue fundado entre los siglos XIII y XV, según reza un cartel junto a las piedras.

Nada que ver ya el paisaje de puerto de montaña en el que estamos con el que los peregrinos dejaron atrás. El último tramo "urbano" quedó en La Mortera, a tres kilómetros de Borres, donde la capilla de San Pascual y su fachada blanca sirvieron casi de punto de encrucijada: o por Hospitales o por La Puela de Allande. Un mojón doble nos obliga unos metros más allá a tomar una decisión.

Junto a la iglesia, un cartel misterioso: "Concellín, a 5 kilómetros. Camino sin oso. Peligro". Mejor no pararse demasiado en hacer cábalas. Concellín (o Coucillín) y su vecino Curiellos son pueblos abandonados... o casi. "Ahora se instaló allí un chico. Hace quesos", explica María Ramos.

Muy poco más allá de Fonfaraón surge el tercer hospital, el de Valparaíso, convertido hoy en una colección de altas cotoyas. Por debajo de la senda se ve la casi siempre desierta carretera que lleva al Alto de La Marta. Carretera y Camino de Santiago acaban confluyendo, pero es un encuentro fugaz; más fugaz del que muchos peregrinos quisieran.

El caminante ha dejado atrás unos 13 kilómetros, no todos ascendentes pero sí con abundantes repechos de los que chupan fuerzas. Cuando el camino sale al asfalto, para encontrarse casi de bruces con el cartel del Alto la Marta (1.105 metros) le espera al otro lado de la calzada el inicio de la subida al puerto de El Palo. Un punto de los llamados psicológicos.

Unos cientos de metros atrás el camino transcurre alrededor de una charca de abundante agua. Es la Laguna La Marta, de aguas oscuras y, por supuesto, no potables. Para los humanos, un peligro; para el ganado, una delicia.

El viento arrecia y las aspas de los molinos eólicos trabajan a destajo. La subida a El Palo desde el lugar de arranque es tendida y no brusca, pero hace mella.

Es zona minera. La Fana la Freita está considerada como uno de los más importantes testimonios de la minería romana del oro. El que sepa mirar encontrará cicatrices y costurones de los trabajos en busca del metal que lleva siglos moviendo el mundo. En los alrededores de La Fana la Freita se documenta el cuarto de los hospitales. En apariencia no queda nada, pero la búsqueda de ruinas -o de vestigios de ellas- queda más para el arqueólogo que para el peregrino.

En El Palo se unen los caminantes que provienen de Pola de Allande y los que siguieron la Ruta de los Hospitales. Van a compartir de inmediato una de las grandes dificultades de la jornada: el descenso en dos tramos, y con la carretera de por medio, desde El Palo al pueblo de Montefurado. Piedra suelta y desnivel considerable. Las rodillas lo van a notar, el zigzag viene bien y, por fortuna, los miles y miles de pies que nos precedieron han "construido" un camino en el propio camino, más limpio y más seguro. Montefurado, al fin, es como un pequeño museo con habitante único, capilla, piedra y pizarra.

Desde Montefurado a Lago aún queda un tramo de subida que hace daño, en senda entre helechos. Los últimos 100 metros son de "primera especial", lo que explica por qué "el café, los bocadillos y la cerveza del bar Serafín son los mejores del mundo, según los peregrinos". Serafín debería llamarse Porfín, con exclamación. Desde allí a Berducedo, un paseo.

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